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Los espacios vacíos

Vaya que cambian las nociones del tiempo. Ya no hay manera de olvidar los significados de "perderlo". "Perderlo" es no amar a tiempo. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

"Cada mañana deja en la cama sus sueños, se despierta y enfunda su vestido de vivir". -Clarice Lispector

De lo que fue su hogar, ya casi no queda nada. Es la última vez que atravesamos el umbral. Nos deslizamos hacia adentro. Las paredes desnudas. Casi quisiera pintar en ellas. Escribirlas. Colocar un gigantesco: "te extraño". Pero no es sólo extrañar. Es otra cosa. Como un inmenso agujero en el mundo. Un nuevo desorden. Las huellas de donde estuvieron tus cuadros. A veces te sueño cuando duermo, y a veces no logro dormir ante esta sorpresa: tu casa deshabitada. Alguna vez pensé que lo más duro cuando la edad avanza es que pareciera tomar aires de andén en una estación de trenes. Despedirse sin tren de vuelta. Hay una generación que se está yendo: nuestros mayores, nuestras/os maestras/os.

Y se me cae encima esa forma reciente de la madurez: los "mayores" ya somos nosotros. No me siento a la altura, no. Pero seguro que ellas/os se sintieron igual en su momento. Supongo que "ser mayor" no se improvisa. Se va aprendiendo. Llega como en marejadas de consciencia. Un cierto temor asoma la cabeza. Me imagino una cabeza de duende con orejas largas y picudas. Volteas y allí está, como un incómodo recordatorio. ¿Qué me recuerda? Esa confirmación de que vivir, abrazar, acompañar, es para hoy. La pandemia y esa imposibilidad de despedirse que nos impone agudiza el temor. No posponer. Es para hoy. Esa lectura, esa llamada, esa taza de café compartida.

No me siento más sabia. ¿A qué hora me engañaron? Ni más intrépida, ni más segura de mí. No me siento la portadora de ninguna vasta experiencia que me ofrezca respuestas de antemano. Se confirma que lo más importante es amar, eso sí. Y que nada de lo que pueda suceder se le parece. Se confirma a qué punto la honestidad es el cimiento de futuro y que hay que cuidar las palabras. Se confirma que es mejor escuchar. Se confirma que la traición es un puñal a evitar, por las/los otras/os a quienes amamos y respetamos y porque no hay traición posible a otra persona que no sea antes que nada una brutal traición a una misma. También que como dijo Hemingway: "Todos estamos rotos, así es como entra la luz". Y que con mucha frecuencia es posible elegir qué luces anhelamos. Y que no todos los anhelos se cumplen, pero muchos sí. Empeñarse es necesario. 

Ayer en tu casa tomé dos vinos de más y la tierra giraba. Guardé en una caja tu diablo de barro con ojos pelones. Tu casita maya con techito de guano. El gorila hecho de coco con su hijo. Objetos del sureste mexicano. También a uno de esos personajes de cuerpos y patas larguísimas a los que tú llamabas "Pinacotes" porque no representaban a ningún animalito reconocible. Quizá es un perrito que se deslizó de los aros de Saturno. Antes ha pasado. Habría escrito en tus paredes fragmentos de Alejandra Pizarnik. Y del poeta José Carlos Becerra. Los que escribió cuando perdió a su madre, por ejemplo. Tantas palabras hermosas, tantas páginas para arropar los duelos. 

Tú me dirías "ya fue. Ya me morí. Ya fue. A otra cosa mariposa". Y yo te hago caso como casi siempre lo hice, solo que, de golpe, a la mariposa las alas le pesan como fardos. Sí, ya te moriste. "Ya fue". También nuestro querido amigo en común. ¿Y saben qué maravillosos seres de cabellos plateados siguen siendo?. Siguen siendo de esta dolorosa manera que terminará por acomodarse en algún lado con el tiempo. Regreso a la "dicha inicua de perder el tiempo", caray. Vaya que cambian las nociones del tiempo. Ya no hay manera de olvidar los significados de "perderlo". "Perderlo" es no amar a tiempo.