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Los enemigos de Trump

La posibilidad de que Donald Trump entre a una guerra de divisas abriría riesgos importantes para México. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Por enemigos de Trump me refiero a los que él define de esa manera. Y estos cambian cada semana, incluso día con día. Tiene al respecto un largo historial y lo que resulta sorprendente es que buena parte de los que en algún momento son tratados como enemigos o adversarios han sido buenos aliados de los Estados Unidos durante décadas. Sus críticas han incluido a Alemania, Japón y en general a todos los países de la OTAN, la alianza militar de occidente. Paradójicamente no duda en declarar admiración por los líderes de Corea del Norte y Rusia, que la mayoría de los norteamericanos considera rivales peligrosos.

Recientemente Trump se declaró molesto con Dinamarca, un país aliado, por motivos que parecen de telenovela. Dijo que quería comprar Groenlandia y se refirió a esa propuesta como un mero asunto de bienes raíces; como una más de las muchas compras de propiedades que ha realizado a lo largo de su vida. Tal vez tiene muy presente que los Estados Unidos se expandieron a lo que hoy en día es su territorio mediante “adquisiciones” de otros países, varias de ellas etiquetadas como compras. Adquirieron Florida, Oregón, más de la mitad de lo que era México, y compraron la Luisiana, que abarcaba toda la cuenca del Misisipi, unos dos millones de kilómetros cuadrados; también Alaska y La Mesilla.

Ante la propuesta de comprarle Groenlandia la primera ministra de Dinamarca consideró que era absurda la solicitud y Trump se declaró muy ofendido. Según él se le había faltado al respeto a los Estados Unidos y en consecuencia canceló el encuentro que tendría lugar con la jefa de gobierno danesa. Esperemos que el presidente norteamericano no piense que puede, a la antigua usanza imperial, hacer a su país más grande y añada a sus locuras futuras medidas de fuerza para apoderarse de ese “terrenito”.

Pero regresemos al tema de los mayores enemigos de la semana. Este pasado viernes, en su usual papel de chivo en cristalería, Trump tuiteó: ¿Quién es nuestro mayor enemigo Jay Powell o el presidente Xi? El primero encabeza la reserva federal, el banco central norteamericano; el segundo es el presidente de China. Para Donaldo ambos son ahora enemigos de los Estados Unidos.

El paso del ataque de uno a otro supuesto enemigo puede considerarse un reflejo de la transición de la guerra comercial a la guerra de divisas. La primera incide en el comercio externo mediante aranceles o limitaciones reglamentarias. Estados Unidos estableció aranceles del 25 por ciento a 250 mil millones de dólares de importaciones chinas y amenazó con otro 10 por ciento de aranceles al resto de las importaciones. Pues bien, por su parte China también aplicó incrementos a tarifas y en respuesta, este viernes Trump elevó en un 5 por ciento más las tarifas para ambos grupos de importaciones.

Otras medidas de administración del comercio han sido las restricciones a la compra y/o venta de algunos bienes tecnológicos. Y de manera muy desconcertante este mismo viernes Trump les ordenó a las empresas norteamericanas que de inmediato buscaran alternativas a sus negocios con China, incluyendo el regresar sus fábricas y producir dentro de los Estados Unidos. Dado que lo hizo vía tuiter no tiene mayor efecto legal y no se sabe si tiene planeado algo más al respecto.

Todo lo anterior se ubica en el nivel de la guerra comercial con Xi, el presidente chino.

El pleito con Powell responde a otro nivel de conflicto que se añade al primero. Anteriormente Trump criticó a la Unión Europea y a China por, dijo, manipular sus paridades cambiarias. A esto se le llama guerra de divisas y básicamente ocurre cuando los países intentan debilitar, es decir abaratar, sus monedas para de ese modo hacer más competitivas sus exportaciones.

Hace décadas, cuando Estados Unidos era una potencia relativamente mucho más poderosa, su estrategia era presionar y obligar a Japón, Alemania y a otros competidores a fortalecer sus monedas y así reducir la competitividad de sus rivales. Ya no tiene el poder suficiente para seguir esa estrategia.

Así que ahora Trump señala que el dólar se encuentra sobrevaluado, y tanto el Fondo Monetario Internacional como su rival, la precandidata presidencial demócrata Elizabeth Warren, están de acuerdo. Lo que quiere Donald es que la Fed, el banco central, reduzca más la tasa de interés y de ese modo desaliente la entrada de capitales a los Estados Unidos y así se abarate el dólar. Como la Fed es independiente y Powell se niega, ahora Trump lo llama enemigo de los Estados Unidos.

Una consecuencia de desalentar la entrada, y de hecho la permanencia, de capitales en los Estados Unidos es que no sólo se abarataría el dólar, sino que esos capitales migrarían hacia otros países que ofrezcan una mayor tasa de interés, por ejemplo México, y provocarían el fortalecimiento de sus monedas, haciéndolos menos competitivos.

Eso ocurrió de manera evidente como consecuencia de la política monetaria norteamericana posterior a la Gran Recesión de 2008 – 2010.

En esa época el Fondo Monetario le advirtió a México que procurara evitar la entrada de capitales volátiles que encarecerían el peso, provocarían inflación y tendrían otras consecuencias negativas. No obstante la estrategia mexicana fue la contraria; se movió para atraer capital volátil y de así elevar las ganancias financieras en la bolsa de valores y por el fortalecimiento del peso.

Un ejemplo positivo del impacto del cambio de paridad en el comercio ocurrió en México a raíz de la devaluación de fin de 1994. En los dos años siguientes, de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas del país se elevaron en un 80 por ciento. Algo sorprendente, sobre todo en dos años en que prácticamente no hubo crédito, ni inversión productiva y con una severa reducción de insumos externos. El salto exportador se explicó por el mejor aprovechamiento de capacidades instaladas.

La posibilidad de que Trump entre a una guerra de divisas, por ejemplo imponiendo un impuesto a la entrada de capitales financieros y, de que en caso de recesión la Fed genere dinero, abriría riesgos importantes para México. Un nuevo influjo de capitales especulativos que fortaleciera el peso tendría el peor efecto en competitividad y constituiría una barrera a los incrementos salariales.

En tal caso ¿Banco de México se alinearía de nuevo con los intereses financieros o con los de la producción y los salarios?