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Los días de ayer

Para todo el personal médico y de salud que hoy lucha, para ellos el honor y la gloria. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

Estamos a punto de concluir un ciclo más según el calendario Gregoriano. Casi termina 2021 y los temores parecen disminuir, pero no desaparecen. Los días terribles no sólo nos atemorizan aun sino que también son parte de los recuerdos ingratos y dolorosos por lo vivido y por lo perdido apenas en unos cuantos meses.

Con todo, el lunes y martes 1 y 2 de noviembre recuperamos el aliento y les dijimos a nuestros difuntos cuánto los queremos, cuánto nos hacen falta y que su ausencia no se alivia ni con el tiempo o la distancia existente o inexistente.

Quizá como pocas veces en nuestra historia reciente, o por lo menos entre quienes vivimos ya largo tiempo, ocurrieron Días de Muertos como los que hemos vivido el año 2020 y este 2021. Dolorosos sí, pero conscientes también de la trascendencia humana y de la fragilidad de nuestra naturaleza frente a embates de la magnitud de lo que el mundo ha vivido…

Así que este año, a diferencia del anterior, es posible acercarnos a tientas para estar presentes en el memorial anual de recibir a quienes ya no están aquí, aunque persisten en nosotros, no solo en el recuerdo, como también son parte de nuestro torrente sanguíneo si son de nuestra familia y nuestro linaje…

También, muchos ya no están y nos hacen falta porque fueron grandes amigos, grandes amigas, camaradas inolvidables que trascienden y que permanecen en nuestro recuerdo porque formaron parte importante de nuestras vidas, de nuestro entorno, de nuestros afectos, de nuestra hermandad y nuestras ganas de que ese afecto recíproco fuera para siempre… y lo es.

Por estos días también ocurre la nostalgia por aquellos días en los que más que tristeza, los Días de Muertos, los días de Nuestros difuntos, los días de Todos-Santos eran de fiesta y regocijo. Eran momentos de espera y ganas de sentirnos acompañados y cargados de amor y cariño, con la sonrisa en los labios.

En Oaxaca, por entonces la ceremonia comenzaba días antes con las preparaciones previas a los días 1 y 2 de noviembre.

Para el día 1, era la espera de “los difuntitos”, los niños que siéndolo fallecieron y por lo mismo son ángeles que pueblan la bóveda celestial. Esto en las creencias religiosas que se mezclan con el modo prehispánico de estar ahí, sentados con ellos para abrazarlos y recibirlos con dulces, frutas, golosinas diversas, y todo aquello que recuerda que son niños y que, por lo mismo, son cosas de niños las que hay que ayudarles para su buen regreso al infinito.

El día 2 de noviembre es la fiesta de Los Muertos grandes. Para ellos ha estado siempre el altar asimismo dispuesto con los alimentos que más les gustaban en vida. Lo que más querían. Aquello que disfrutaban y festejaban.

Sí. Son alimentos. Son viandas. Son recuerdos contantes y sonantes de lo que ellos preferían. Pero junto con cada uno de estas frutas y alimentos y velas-veladoras-ceras, y mandarinas y tejocotes y guayabas y chocolate y mezcal y tortillas y moles, en cada uno de estos homenajes está el enorme afecto con el que se les recibe cada año. Es el encuentro –ahí sí- de dos mundos.

Son los días de ayer que permanecen en nuestro recuerdo, pero hoy también en tristeza grande; por la ausencia dolorosa; en reproche, porque a pesar de que la pandemia estaba fuera de nuestras posibilidades de control muchos se fueron porque algunos quisieron que se fueran, porque dejaron que se fueran, porque no les tomaron la mano para salvarles…

Fueron aquellos del poder político y sus aliados los que decidieron qué sí y qué no se debía hacer según su mínimo criterio humano. Actuaron con capricho. Con insensibilidad humana. Con necedad. Con odio.  Lo hicieron a pesar del dolor de cada día por negligencia y capricho políticos.

La historia que no es esa tía buena que todo lo ve y lo perdona, será la juez de los hechos de hoy; será quien determine inocencia o culpabilidad de los gobernantes de hoy, como también de miles de nosotros que permitimos esa fechoría y guardamos silencio.

López Gatell pasará a la historia por sus decisiones equivocadas; por su arrogancia, su soberbia, su desatino, su ignorancia y su falta de sentido humano. También por su sometimiento a órdenes superiores que eran dañinas y mortales y que obedeció consciente del daño que producían.

Al momento, casi medio millón de mexicanos perdieron la vida por la pandemia. Debieron ser muchos menos si no hubiera predominado el sentido equivocado del poder político en la toma de decisiones. “Mover la economía”; “Recuperar el mercado”; “Salir de la crisis económica” –que ya se traía de 2019–; “Salvar el pellejo político” eran la prioridad. No la vida humana.

En contraposición miles de doctores-doctoras-médicos-investigadores, enfermeras-enfermeros y todas las áreas de la salud que estuvieron dispuestos para salvar vidas y curar dolores del cuerpo y del alma. Muchos se sacrificaron en nombre de su ética y del amor humano. Para ellos el recuerdo interminable. Para todo el personal médico y de salud que hoy mismo lucha para ser ellos mismos en su dignidad y arrojo, para todos ellos el honor y la gloria.

Pero ya estuvieron aquí. Ya nos encontramos con ellos. Ya recordamos días felices y omitimos los días de dolor y quebranto. Ya estrechamos sus manos. Ya sonreímos. Y ya les pedimos que tengan buen camino de regreso y que el año próximo sea de fiesta, como antes… como en los días de ayer.  Ojalá.