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Los de arriba y los de abajo

En México todos –o casi todos– somos aspiracionistas; aun aquellos que reciben día a día los recursos públicos de apoyo. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

“Estudia, para que cuando seas grande no te quedes como burro, como nos quedamos nosotros”. “Estudia y sé un hombre –o mujer- de bien porque, con mucho trabajo y tesón, se hacen verdad los sueños”; o hasta aquello de “Con el tiempo y un ganchito, hasta las verdes se alcanzan” o quizá lo del “Árbol de la esperanza, mantente firme...”

El 14 de junio, en una afirmación temeraria y audaz, pero asimismo dañina, el presidente de México reiteró a la clase media mexicana como “aspiracionista”, “individualista”, “trepadora”, en un intento por justificar que 9 de las alcaldías de Ciudad de México –de diez y seis--, decidió votar y castigar al partido Morena, que es el partido político del presidente. 

Así ocurrió en la capital del país, la misma de la que el ahora presidente fue jefe de gobierno del 5 de diciembre de 2000 a julio 29 de 2005, que fue cuando la mayoría de los ciudadanos de esta capital mexicana le dio su voto; la misma clase media hoy tan deplorada por él y que, por entonces, decidió volcarse en aquel “Rayito de esperanza” que prometía ser su gobierno. 

Esta vez, una de las entidades más politizadas del país, más exigentes y más cargadas de problemas, decidió votar en mayoría contra el partido Morena que en dos años ha gobernado a la mayor parte del país y a la capital mexicana. 

No era para menos, y es que a final de cuentas trascendieron recientemente de forma muy directa las decisiones del gobierno federal, trasladadas al gobierno local por la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum, en donde han ocurrido grandes tragedias como la caída de la Línea 12 del metro, en donde se registró el enorme desabasto de gasolina a millones de usuarios de vehículos a principios de este gobierno con el pretexto de perseguir el huachicoleo nacional...

La misma ciudad que sufrió los sismos del 2017 y cuyos apoyos para quienes resultaron perjudicados han llegado a cuentagotas; la misma que sufre por el mal servicio público de transporte; la de las cifras crecientes de criminalidad y violencia; la de la economía informal que salta a la vista paso a paso, con gente que no cuenta con los beneficios de protección social, en donde hay conflictos día a día, y en donde la lucha entre ciudadanos y gobierno son constantes por la falta de comprensión de los requerimientos del contribuyente... 

El presidente dijo, en contraposición, que en donde reciben con mayor fruición sus apoyos económicos directos es en donde “hay más comprensión” a “nuestro proyecto” dando por hecho que la 4T es el proyecto de todos, excepto de los millones de adversarios-conservadores-fifís-enemigos de México...

Y dentro de esos enemigos de México decidió ubicar a la clase media mexicana. Y decidió declararla como enemiga de la 4T, por el simple hecho de ser “aspiracionista” como dijo en tono muy crítico, mordaz y de reproche.  

Pero da la casualidad de que no es sólo la clase media la que tiene aspiraciones por conseguir una mejor calidad de vida, seguridad económica como también laboral, que no le sacuda cada vez que hay crisis económicas o errores de gestión financiera de gobierno. 

La aspiración es parte esencial de todo individuo en sociedad; una sociedad tan dañada en lo económico como es la mexicana, en la que los millones de pobres tienen aspiraciones por ya no serlo; por querer que las cosas cambien y que puedan tener un mejor modo de vida. Según Coneval, en México hay 70.9 millones de pobres por ingreso, que es el 56.7 % de la población.

Y si, son y hemos sido aspiracionistas. Algunos mediante el estudio. Otros, millones, huyen del país para buscar fuera el recurso que no consiguen aquí por medio de su trabajo. Son aspiracionistas los migrantes que cada año envían remesas a raudales y que el presidente de México felicita de forma estruendosa, aunque no se hace algo por contener esa migración y crear fuentes de trabajo y oportunidades para esa fuerza laboral tan necesaria aquí. Algunos más, en su desesperación, acuden a la sórdida vida de la delincuencia o el crimen y merecen la aplicación de la ley. 

Son aspiracionistas esos campesinos u obreros que mandan a la escuela a sus hijos “para que no tengas que pasar las penurias que pasamos nosotros”. Son aspiracionistas aquellos hombres de la madrugada que cada día salen a buscar el sustento y conseguir mejorar su condición de vida. Son aspiracionistas todos aquellos, provenientes de clases económicamente débiles que buscan “triunfar en la vida” hasta llegar a ser presidentes de México. 

Por su parte, la clase media, tan frágil que es, oscila siempre entre mantenerse en sus niveles de vida o caer en la pobreza. Y es por lo mismo que de ahí surge gente de trabajo, gente luchona, gente que vive el día con la ilusión de conseguir lo mejor para sus hijos. Y tienen derecho a ello.  

En México todos –o casi todos– somos aspiracionistas; aun aquellos que reciben día a día los recursos públicos de apoyo que utiliza el gobierno a modo de dádivas cobrables en votos. 

Es aspiracionista ese estudiante niño o joven que acude a las aulas para formarse, para aprender, para crecer y para triunfar en la vida. No para parecerse “a los grandes” –sin que el presidente definiera quiénes son esos grandes–.

Algún suspicaz ha dicho que en la descalificación presidencial a la clase media, subyace un extraño afán de potenciar una confrontación de clases en México. Un permanente estilo de generar discordias entre ciudadanos que podrían llevar a estados más graves de discrepancia. Un estado nacional en el que se justifique la utilización de la fuerza para contener disidencias. Ojalá no sea así, ni sea ese el objetivo.