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Lo que el hombre llama literatura*

La palabra oral o escrita parte siempre “desde adentro, desde el pensamiento”, no importando si es literatura, periodismo, teatro o poesía. | Jorge Iván Garduño

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Escrito en OPINIÓN el

La obra de Marcel Proust significa, como lo han sugerido diversos críticos, “la cumbre –y quizá el final– de la novela psicológica”. Lo que él incorpora al análisis psicológico es una sensibilidad extraordinaria que capta matices de una finura antes desconocida: cualquier detalle de la realidad, insignificante en apariencia, gana riqueza y profundidad a través de su pluma, en la relación objeto/tiempo. 

Toda la obra es un largo monólogo interior en primera persona, el Yo que narra (perspectivismo), y en muchos aspectos es autobiográfica, además de que se repiten una serie de temas: amor, celos, olvido, sueños…, el mérito de Proust es que va a la raíz de las miserias humanas.

La obra de James Joyce aporta a las letras universales un nuevo lenguaje literario que expondría abiertamente en su novela “Ulises”, una especie de monólogo interior brindando continuidad al personaje de Ulises que creara Homero en la Antigüedad Clásica griega.

Es una verdad incuestionable que, toda la obra de Joyce es, después de la de Miguel de Cervantes, la otra y última revolución en el arte de contar una historia, una técnica novedosa que a través del monólogo interior, se desdobla para mostrarnos la obra negra que somos cada uno de nosotros.

Ya he dicho que la principal característica de la literatura durante el siglo XX fue la universalidad, la derrota de las fronteras, y junto con ellas, el desdoble multipersonal y sensorial con el que las obras literarias han traspasado fronteras, lenguas, tabús, ideologías, mitos y todas las culturas del orbe. 

Hemos dejado atrás el Renacimiento, el Romanticismo, el Realismo, el Naturalismo, el Decadentismo, y todo lo que trajeron consigo a las letras universales estas corrientes literarias y pensamientos ideológicos, así también las acciones visionarias de hombres como Alfred Nobel, y su tan respetada fundación por todo lo aportado a la creación literaria.

El siglo veinte ha sido testigo de sucesos nunca antes vividos, y así como el siglo XVIII es recordado por la Revolución Industrial que comenzó en Inglaterra, el siglo XX será recordado por la cruel marca de dos guerras mundiales, pero muy en especial por las armas y métodos de destrucción masiva que fueron utilizados a diestra y siniestra, con tanta naturalidad como si de un día de campo se tratara.

Mientras que Alemania se involucraba en conflictos bélicos en Europa, Thomas Mann publicaba su obra maestra “La montaña mágica” con buena aceptación de parte de la crítica europea y se daba a conocer en América; por su parte Franz Kafka revolucionaba la novela con sus libros “El castillo”, “América”; en Inglaterra se leían las obras de F. Scott Fitzgerald, André Gide, Jules Romains, André Malraux.

En Europa se habla de las obras de los estadounidenses Pound, Lewis, Yeats, T. S. Eliot, Woolf, John Dos Passos, a este último se debe la introducción en la narrativa de procedimientos del cine, como la llamada técnica fragmentaria.

Y se consolidaron los novelistas Steinbeck, Golding, el controvertido Henry Miller, y sus hijos literarios de la llamada Beat Generation, también Saul Bellow, Arthur Miller, Faulkner, y Hemingway, quien es el que incorpora a la prosa el estilo conciso del reportaje periodístico, muestra de estas técnicas son “Por quién doblan las campanas” y “El viejo y el mar”.

Además de los casos de Dos Passos y Hemingway, el norteamericano Truman Capote, un joven menudo, de penetrantes ojos azules, sumergido en su mundo sombrío y con fama de genio, puso su imaginación al servicio de la realidad para escribir “A sangre fría”, una novela-reportaje que fue un verdadero parteaguas en lo que han denominado periodismo literario o mejor dicho non-fiction novel.

Las nuevas corrientes literarias en conjunto con las ideas progresistas del siglo XX, han formado un abanico muy variado en el panorama de la literatura universal, en la que el periodismo junto con la literatura confirmaba los nexos tan estrechos que éstos han mantenido desde mucho antes que los comenzaran a relacionar entre sí.

La pluma de Theodore Dreiser desdibujó la delicada frontera entre literatura y periodismo; Upton Sinclair consiguió fusionar definitivamente el reportaje y la novela; Josep Pla se especializó en diversas modalidades de reportaje combinándolo con su ejercicio literario.

Y así fueron surgiendo nombres y apellidos en el universo literario; Ilya Ehrenburg, George Orwell, James Agee, John Hersey, Lillian Ross, Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe, Leonardo Sciascia, Ryszard Kapuscinski, Hunter S. Thompson, Gabriel García Márquez, Oriana Fallaci, Elena Poniatowska, José Saramago, Carlos Monsiváis, Pedro Ángel Palou…

En el siglo XXI la literatura experimenta nuevos lenguajes, su uso se ha multiplicado con la ayuda de las redes sociales, y van surgiendo nuevas voces en el firmamento literario que han dejado en el sótano la máquina de escribir para sustituirla por computadoras portátiles; están transformando sus herramientas de trabajo (pluma y papel), por dispositivos personales y táctiles.

El lenguaje se va diversificando, las voces narrativas son más personales y acordes a las jergas sociales; ejemplos de esto son los casos que suceden en Francia y Bélgica con Amélie Nothomb, en Japón con Banana Yoshimoto, en Perú con Jaime Bayly, en Rusia con Gerardo Gomes, en México con Xavier Velasco, en España con Lucía Etxebarria, en Argentina con Andrés Neuman, en Estados Unidos con Jhumpa Lahiri, en Islandia con Sjon.

La narrativa sigue su curso de manera natural, y continúa aportando de manera excepcional grandes obras de la más alta calidad y dotadas de ingenio y originalidad. La escritura es y seguirá siendo una forma de vida para el escritor, el cual utiliza la composición literaria para acercarse más a la realidad de su propia existencia –que es todo lo que lo rodea–, percibiendo mejor lo que es él y lo que es el mundo.

Para cerrar este apartado literario, me valdré de la ayuda de dos escritores, el primero más conocido que el segundo.

La comunicación es una especie de don inherente en el ser humano, y la literatura es el mejor vehículo para exponer, plasmar y dialogar con nuestros congéneres sobre los pensamientos contenidos en una sola persona o en un colectivo social.

En este sentido, Julio Cortázar define de manera precisa este ejercicio físico-mental y que nos hace reflexionar sobre la literatura: “Escribir o leer significa siempre interrogar y analizar la realidad, también significa luchar para cambiarla desde adentro, desde el pensamiento y la conciencia de los que escriben y los que leen”.

Esa es la tarea de la literatura, desde los primeros mitos hechos en arcilla por los sumerios, hasta los cuentos y relatos publicados en blogs o en las redes sociales alrededor del mundo en el siglo XXI, la palabra oral o escrita parte siempre “desde adentro, desde el pensamiento”, no importando si es literatura, periodismo, teatro, pintura o poesía, ya que como lo mencionó en cierta ocasión el pensador asiático Paris Ecbatana: “El ejercicio literario, nos mete por un instante en el incendio que ocurre en la piel de otra persona”, y es en ese incendio provocado por el arte, o la literatura, la que nos eleva a un punto dominante donde lo que vale es ejercer una “protesta inteligente a fin de cultivar la memoria, la imaginación, el diálogo y la reflexión”…, y eso es lo más valioso de lo que el hombre llama literatura.

*Continuación del texto publicado el 7 de agosto en este mismo espacio titulado “La divulgación de la palabra impresa”