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Lincoln y sus reformas

Los presidentes, inclusive los más afamados, taquilleros y mártires, también tienen un lado oscuro de cómo hicieron política.

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Escrito en OPINIÓN el

El monumento o “memorial” de Abraham Lincoln es uno de los más bonitos en la ciudad de Washington, DC. Está construido con mármol blanco, justo donde desemboca la calle 23 y el “Memorial Bridge” que cruza el río Potomac y lleva al cementerio de Arlington. Consta de 38 columnas (que eran los estados de la unión americana al momento de su presidencia) y se encuentra sentado, una mano abierta y la otra con el puño cerrado, simbolizando la “mano dura” que debe caracterizar al presidente de la República, pero también, la palma extendida para conciliar (¿ya vio usted el retrato oficial de Enrique Peña Nieto con la banda presidencial?).

 

Pues bien, entre el monumento a Lincoln y el obelisco a Washington está lo que se conoce como “reflecting pool” (acuérdese de la película de Forrest Gump, cuando Jenny escucha a Forrest y cruza la “alberca” para verlo). En fin, el punto al que quiero llegar es que este monumento, desde mi punto de vista, es uno de los más “taquilleros” de la capital estadunidense. Y no es poca cosa. En muchas películas hollywoodenses (“Wedding Crashers”, “Transformers”, “El Planeta de los Simios”) aparece este famoso monumento con la estatua de Lincoln, sentado poderosamente, con la leyenda atrás de sí inscrita en el mármol de la pared posterior en la parte superior que “se dedica a la memoria del que salvó a la unión para siempre”.

 

Recordemos que Abraham Lincoln fue presidente en una de las épocas más convulsas y complicadas de los Estados Unidos: la guerra civil, en la cual, los estados o provincias del  norte querían abolir la esclavitud, y los del sur no (Estados Confederados). Cuán importante fue este presidente, que por ejemplo, Martin Luther King escogió precisamente la escalinata de su monumento para pronunciar el famoso discurso “I have a dream” que ha sido repetido en múltiples ocasiones a lo largo de mítines políticos, discursos y propaganda. Pues bien, así fue el Presidente Lincoln, de 1860 cuando fue electo, hasta 1865 (reeligiéndose en 1864), cuando uno de los simpatizantes de los Estados Confederados (sur) le disparó a quemarropa en el Teatro Ford, acabando con su vida casi al instante.

 

No obstante lo anterior, el sentido de “mártir” del Presidente Lincoln y la visión que tuvo para preservar la unión por encima de cualquier otro problema, no fue algo sencillo. Lincoln fue un hombre atormentado y lleno de polémica y complejidades. Vamos por partes: la forma en que se aprobó el decreto que terminó la esclavitud en la unión americana fue aprobado – según algunos historiadores – de manera controversial con sobornos, corrupción y quizá compra-venta de votos. No es la situación ideal, ni mucho menos ético, pero a quienes ya vieron la reciente película sobre el personaje, se habrán dado cuenta que la reforma legislativa no pasó sin problema. Lejos de eso, se tuvieron que ofrecer “contraprestaciones” a cambio del voto legislativo (supuestamente).

 

Nada que ver con las enormes y pulcras columnas de mármol que rodean la estatua de Abraham Lincoln en su memorial washingtoniano. Otras polémicas generó también el presidente: mucho se rumoró sobre su supuesta homosexualidad y sus afectos, que considerando la época, debió ser un tema difícil. Hoy por hoy las cosas son totalmente distintas en estos terrenos.

 

Solamente un dato más: Mientras Lincoln fue presidente en Estados Unidos, en México gobernó Benito Juárez. Esto para que podamos tener en mente las etapas históricas a que me refiero en esta colaboración.

 

Pero más allá de todo lo anterior, lo que quiero demostrar es que los presidentes, inclusive los más afamados, taquilleros y mártires, también tienen un lado oscuro de cómo hicieron política. No pude evitar pensar en esto cuando leí las notas que en nuestro país, los senadores del PAN se acusaron mutuamente de corrupción, sobornos y prostitutas, todo ello a cambio de favores legislativos, votos y apoyos para las reformas estructurales. ¿Es algo confirmado y cierto? No. Son rumores solamente, son chismes. ¿Si fueran hechos ciertos, serían cosas anormales? No, desde gente tan encumbrada como Abraham Lincoln, hasta el Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) en 1492, intercambiaron favores por apoyos políticos. ¿Es algo ético? No, no lo es. Está mal hecho.

 

No quiero sonar demasiado crudo y decir, como Maquiavelo que “el fin justifica los medios” y que sin eso, las cosas estarían peor. Es como decir que, ante la esclavitud, mejor preferimos la corrupción de unos cuantos. O cosas por el estilo. Pero después de haber escrito todo esto, la pregunta que me queda es la siguiente: ¿No hay otra manera de resolver los asuntos y los problemas políticos, de modo que no se atente contra la ética? ¿O estoy siendo demasiado idealista y entonces, como Lincoln, lo que importa son los resultados? Honestamente creo que nos toca hacer lo mejor que podemos con lo mejor que tenemos, y esto implica actuar de forma pulcra y sin controversias. Pero también es nuestra responsabilidad saber entender al mundo político, para que cuando estas cosas sucedan, tengamos la suficiente inteligencia de juzgar, de actuar y de pensar de formas que los demás no lo harían para evitar los desvíos en las causas. Allí está el secreto para navegar con rumbo cierto en aguas turbulentas.

 

@fedeling