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L´expédition du Mexique

Las festividades nacionales y remembranzas históricas sirven para generar identidad en una sociedad y para recordar momentos y personajes que fueron relevantes en la creación de nuestra colectividad actual.

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Escrito en OPINIÓN el

Todas las sociedades en el mundo celebran acontecimientos célebres del pasado, que propician sentido de pertenencia y unidad. Se conmemoran inicios y creaciones, independencias, separaciones, autonomías, guerras, batallas, vencimientos y hasta derrotas. La memoria colectiva tiende a propiciar el sentido de comunidad, en tanto que todos participamos de ella.

Sin embargo, en muchos casos, los días nacionales han perdido su esencia como recordatorio de la lucha de nuestros ancestros por la tierra en que vivimos y han mutado en celebraciones con tonos y matices distintos.

La Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 es una conmemoración que no debería ser celebrada con tanta pompa. Basta recordar que, aunque la defensa de la plaza en esa fecha fue heroica y se perdieron vidas mexicanas, lo único que logró fue retrasar un año la intervención francesa y la imposición de Maximiliano de Habsburgo en el Segundo Imperio mexicano.

La pretensión de Napoleón III era crear una zona de influencia latina en el continente americano y entorpecer el expansionismo de Estados Unidos. El momento fue propicio, en tanto que la guerra civil estadounidense, impedía que éste país pudiera hacer algo para evitar que una potencia europea gobernara en México.

España e Inglaterra no compartían el sentido imperialista de Napoleón y sin embargo, tampoco veían con malos ojos, sobre todo los ingleses, la imposición de un gobierno opuesto a Estados Unidos que beneficiara a Europa.

Así fue que ya en México, el General Lorencez decidió romper con los Acuerdos Preliminares de la Soledad, que darían inicio a las negociaciones para resolver las cuestiones de la deuda externa de México y marchó con destino a la Ciudad de México.

El 5 de mayo da inicio a la afamada batalla, en donde a la cabeza del Ejército mexicano, se encontraba el General Zaragoza. Fue una buena defensa de la plaza y un enfrentamiento que duró medio día. Se rechazó al ejército francés y se retrasó la intervención un año. Nada más. Hay poemas, como el de Manuel Acuña, que ensalzan la valerosa defensa:

“¡Si, patria! desde ese día tú no eres ya para el mundo

Lo que en su desdén profundo la Europa se suponía;

Desde entonces, patria mía, has entrado a nueva era,

La era noble y duradera de la gloria y del progreso,

Que bajan hoy como un beso de amor, sobre tu bandera”. 

Ya no sólo es el acto mismo de la victoria en la defensa de Puebla, sino que ese acto le daría a México el respeto merecido entre las naciones. Sin embargo, la historia no es un instante sino un proceso. Un año después, el ejército francés al mando del General Forey tomó la ciudad de Puebla.

En abril de 1864, Napoleón III logró finalizar su plan: imponer un príncipe europeo en la silla del Segundo Imperio mexicano. Y nosotros festejamos la Batalla de Puebla y el 5 de mayo, como un hito en la historia nacional. Incluso, entre las comunidades mexicanas en Estados Unidos, esa festividad es más importante que el 16 de septiembre. Es sinónimo de mexicanidad.

La defensa fue valerosa y tal vez heroica. Llovía a cántaros y probablemente los franceses se encontraban muy confiados de su paso simple, llano y limpio hasta la Ciudad de México. Seguramente vieron en el ejército mexicano un conjunto de harapos maltrechos y asumieron su victoria como un hecho inevitable.

Sí, se trató de una defensa histórica porque los mexicanos detuvimos, contra toda probabilidad, al ejército de una potencia militar. Sin embargo, no se detuvo la invasión que terminó hasta 1867 con el fusilamiento de Maximiliano. Así que el 5 de mayo en el panteón histórico mexicano, es irónico y hasta burlesco.

Ganamos una batalla, pero consiguieron un Emperador. La desproporción no se puede ignorar e, incluso, el festejo de la proeza resulta hasta inmerecido. El reconocimiento apropiado se debe  a Zaragoza y los soldados que defendieron Puebla, por haber ganado una batalla. Pero hacer del 5 de mayo un orgullo de la historia de México, no solo resulta contradictorio con el proceso, sino que incluso pudiera parecer degradante.

El 5 de mayo no es para los franceses la batalla de Sedán, en donde Napoleón es capturado y Prusia gana la guerra.  Fue un enfrentamiento más de la intervención francesa que se sostuvo durante casi 5 años. Festejar el 5 de mayo como motivo de orgullo patrio, sería tanto como recibir con vítores a la selección mexicana por haberle ganado a Brasil en el mundial, sin haber conseguido pasar a la segunda ronda.

Hay eventos históricos de mayor relevancia y sobre todo más definitivos que el 5 de mayo. Simplemente hay que observar las consecuencias de la intervención y podemos concluir la irrelevancia de la Batalla de Puebla. Lo único que consiguió, fue retrasar la intervención un año.

Manuel Acuña equivocó su conclusión, porque Puebla no dio a México el respeto entre las naciones que pretendió el poeta, ni la gloria ni el progreso. El 5 de mayo sirve para refrendar el sentido de identidad, sobre todo a los mexicanos en Estados Unidos, y para recordar el proceso histórico tumultuoso que vivió México a mediados del Siglo XIX.

Es positivo recordar la historia porque refleja los orígenes colectivos y la creación de la identidad común, pero es necesario recordarla con justicia y verdad, como parte de un proceso y como parte de una época y un momento.

 

@gstagle