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Las venas de Chiapas

Hoy me enamoré más de Chiapas. Recorrí sus venas en las calles de Comitán; probé sus sabores en un café.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Sentí el olor del viento y el frescor de la mañana en la Trinitaria. Besé una mirada en Amatenango de la Frontera y al bajar la sierra, dando vuelta a la curva principal de Motozintla, observé una creación divina de un pueblo tendido entre montañas, en el cauce de la grandiosidad del monte, del macizo chiapaneco.

Entre más fijaba la mirada en los verdes pinos me convencí que este estado es un regalo de la naturaleza. Es placentero recorrerlo, bajar los cerros, tocar las nubes, llenarse de Chiapas, aspirar las palabras y grabarlas para siempre.

Hallé la mano amiga, la sonrisa fraterna y el abrazo cálido en Comitán, una de las ciudades más limpias del sureste mexicano, orgullosamente mexicana. Vi sus casas y sus tejados, observe el caminar calmo de sus mujeres, el garbo de los ancianos, bien vestidos, mejor plantados.

Me convencí de la querencia que tiene su gente por sus espacios y fue placentero escuchar a los jóvenes, levitar en el deseo de conquistar el mundo y tocar el éxito. Me reencontré en el aula universitaria y desde la cátedra supe que en todas las partes del mundo se hace patria, se aprende…se enseña. Sea en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, Perú, Bolivia, en Latinoamérica entera, en todas partes se llena uno a diario del deseo de vivir más y más, con la intensidad que sólo tiene la gente bien nacida, apasionada.

Y escuché la guitarra en voz de jóvenes cantantes que narraban su buena experiencia de conquistar con la voz y el oído la risa fresca. Fue tan placentero acariciar con la mirada esta tierra y desnudar la nostalgia, atragantándose la emoción. Extrañé a mi Rosario Castellanos, a Jaime Sabines, a Neftalí Reyes Basoalto, 

Disfruté como nunca este recorrido por la sierra a donde no iba desde la década de los 90 y se devolvió en mí la imagen de un joven reportero que quería conquistar el mundo, que trepó cerros, destartalados autobuses, y que fue mordido por el frío, allá en Siltepec, sin la cobija que da la experiencia. Tirité como nunca y me dolió -desde mi percepción de cronista- la tristeza de su gente, me arañó la pobreza.

Sonreí y puse la mirada en el cruce de la carretera que va a El Porvenir, a Jaltenango y sus murallas verdes, sus cerros preñados de cariño, llenos de caballos y me convencí de que este es el Chiapas que escogí para vivir-morir. Quedaban tras de mí los grandes chilacayotes, las jóvenes diciendo adiós a un desconocido que iba en un raudo vehículo, volando a la costa en busca de otros horizontes.

Creí haberlo visto todo pero en Amatenango de la Frontera, un pueblo de la sierra de Chiapas, fundado a mediados del siglo XVII, observé la mejor sonrisa que he visto en el mundo. Una joven señora se asomó por un balcón de una casa colgada en el cerro. Suspira y exhala una sonrisa mientras sus ojos pasean por el horizonte. Fue una brisa fresca, un regalo del cielo en un pueblo bañado por las nubes. Su suspiro-sonrisa fue un beso al aire, a la nostalgia, a una tarde que se iba y una noche que llegaba mientras yo bajaba de la sierra. Los hijos de esa bella y joven señora la tenían agarrada de la falda y ella se aferraba, se aferraba en el balcón de su casa.

Esos momentos se quedaron grabados. Grabados para siempre.

Fue una hermosa experiencia.

El sueño de soñar siempre a Chiapas y vivirlo con intensidad en sus venas, en sus calles, su gente, los enigmáticos rostros, los pasitos acelerados de sus indígenas.

Recorrer la Sierra fue mi mejor regalo, el regalo de estos últimos años, en el segundo tramo de mi vida, esa vida que se nos va, lenta, muy lentamente. Pero mientras eso llega me inundé de Chiapas, de verde, de geografía, de vida.

Una vida para seguir adelante.

Para siempre.

joseluiscastillejos@gmail.com

@jlcastillejos