Main logo

Las erradas nostalgias

Para cuando las nostalgias equivocadas irrumpan. Las inconscientes. Las que nadan en su inoportuna atemporalidad. | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

Escuchaba "Palabras para Julia", el poema de José Agustín Goytisolo para su hija Julia en la versión de Paco Ibáñez. Lo escucho mientras suena una ambulancia a lo lejos. Menos, mucho menos que en enero del año pasado. Pero allí está el miedo. El miedo a que nuestras/os amadas/os se contagien. El miedo al contagio y a contagiar. El miedo al daño. A la catástrofe. Me da por no ser tan razonable estos días. Como si una especie de miedo "kósmico" (diría Janis Joplin), se colara por las ventanas. Como el frío. Pienso en mi padre. La mayor parte del tiempo invento que está vivo. Hago como que "lo otro" se me olvida. Y hasta lo logro. Los últimos cuarenta años no vivimos en la misma ciudad, esas distancias geográficas facilitan considerablemente inventar. "Acá todo es mentira -escribió Nélida Piñón- pero de primera calidad". Esas "mentiras necesarias".

Con frecuencia pienso en mis muchos años en los divanes de David Yemal y Néstor Braunstein. Me imagino la cantidad de veces que se habrán desesperado de esas "mentiras de primera calidad" con las que una llega al psicoanálisis. Las que una está dispuesta a sostener a través de los años, las que en algún momento tuvimos que inventar, porque nos salvaban. Y luego se aferran a la piel. Nos estorban, pero estamos encariñadas con ellas. Contrario al dicho: los hábitos sí hacen a la monja. Me golpea este hábito antiguo: tener miedo. No es que no haya razones en la realidad, es que el miedo "kósmico" es el regreso hacia un miedo de infancia. El mayor miedo de todos. Crece como una hiedra. La ambulancia, el ruido de una podadora que se confunde con la alerta sísmica. El miedo al Mal. Al "síntoma". 

"Tuve tanto miedo y no estabas", le digo a mi padre. "¿De quién?". "De Ella. De la catástrofe que nos auguraba". Se lo digo apenas ahora que ya no escucha. "No interviniste mientras alimentaba culpables". El miedo "kósmico" es la espera de un castigo. Una especie de "cuando el destino nos alcance". Un daño anunciado. Y una hasta logra dejarlo de lado por años y años. Un síntoma. Así se llama también. Y una regresa a los tejados de La Ciudad de las Calles que se Inundan. Cada quien tiene la suya. Una recorre sus calles como si pudiera preguntarles: ¿a qué temo tanto de esta manera? "Eso a lo que usted teme ya pasó" dijo Braunstein. Habló el Mudito, quizá ansioso de darme un empujoncito hacia afuera de los pantanos. Nunca nos desbrujulamos tanto como cuando andamos inmersos en el síntoma. Lo defendemos como gates panza arriba. Como si nos definiera. Como si fuera nuestra marca "identitaria". Lo defendemos sin saberlo. También porque quizá el síntoma es una manera retorcida, cucha, equivocada de amar y de inventarse amada.

El miedo al desamor. A la traición originaria. "Lo que usted teme ya pasó". Al desamparo. La fisura. La grieta. ¿Una qué pierde si pierde sus miedos? ¿a qué renuncia? ¿si se van, qué se llevan con ellos? La Brujita Kósmica cuenta sus deditos en "Little girl blue", ¿qué más podría hacer? Para reaccionar hay que dejar de ser niña. Hija desprotegida. Aquella parálisis. Aquella imposibilidad que regresa. El síntoma atrapa en el túnel del tiempo. El miedo recrea su presencia. La de Ella. No en su mejor versión, es cierto: pero la recrea. Hay rayos furiosos que salen de sus ojos. Una letanía de desgracias que caerán sobre los hombros de la niña. Inevitables. Solo es cosa de tiempo. "¿Dónde estabas papá? Sigues sin responder a esa pregunta". Tanto exceso de palabras en los territorios de lo no dicho. Tanto exceso de palabras y tanta prohibición de decir. Los ríos inundaban la Ciudad y a nosotras/os nos inundaban las desgracias imaginarias. Las que nos "merecíamos". 

"Mamá -pregunta mi hijo menor por el chat- ¿sigues con síntomas?" Casi respondo, "¿de cuáles?" pero sería una imprudencia. Una de las frases preferidas de Ella era: "no mereces ni el aire que respiras". Solo tengo gripa. PCR negativo. Sigo respirando. Mi oxímetro está muy de buenas, todo generoso y comprensivo. "Nada que no solucionen diez tazas de tés con miel". Nada que no quite la leidera y la escribidera. Nada que no quite ese deseo intenso de traicionarla con todo lo que falta: "perder" el miedo. Derrotarlo cuando se impone en esa su absurda dimensión de infancia. Su dimensión telúrica. Justo escuchaba "Palabras para Julia". Y quisiera compartirla con ustedes. Para cuando las nostalgias equivocadas irrumpan. Las inconscientes. Las que nadan en su inoportuna atemporalidad. "Tuve tanto miedo papá y sigo sin saber dónde estabas".