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Las comparaciones son odiosas, y ciertos parecidos también

Sombrío panorama el que enfrentamos en muchas áreas de la vida nacional. | Leonardo Martínez Flores

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Escrito en OPINIÓN el

Qué bueno sería si cuando tuviéramos que comparar al presidente que tenemos con otros mandatarios actuales, las primeras imágenes que nos vinieran a la mente fuesen las de Angela Merkel, de Jacinda Ardern (Nueva Zelanda), la de Trudeau o las de otros jefes de Estado que se han ganado el reconocimiento doméstico e internacional con acciones que dignifican y unen a sus pueblos. Sí, que bueno sería si ese fuera el caso, pero la cruda realidad que enfrentamos cada mañanera nos pinta un panorama que nos trae imágenes radicalmente distintas.

Cuando hablo de comparar no pienso por supuesto en la evaluación de resultados, pues este gobierno apenas inicia su largo periodo de seis años y por tanto todavía no hay manera de tener datos que puedan compararse con lo logrado en otros países.

Y tampoco pienso en índices de popularidad porque éstos no necesariamente se corresponden con un buen gobierno. Dichos índices son manipulables de muy diversas maneras, y como se ha observado en muchas ocasiones, también responden positivamente a promesas fútiles, arengas de odio e intentos de división de los pueblos; por eso no vale la pena retomarlos.

Gobierno


Pienso más bien en la visión de Estado que promueven y tutelan los jefes de gobierno, en los pilares que utilizan para organizar a la sociedad y para avanzar en la construcción de sociedades más libres, más justas y con mejor calidad de vida.

Y es justamente en esos temas donde brotan las grandes diferencias entre los actos de congruencia que realizan los jefes de Estado. Tiene que ver, por ejemplo, con la defensa que hacen de los derechos fundamentales de la sociedad y la forma en la que entienden y abordan los derechos universales de la libertad de pensamiento, libertad de culto, libertad de expresión y libertad de prensa.

En ese contexto es muy preocupante constatar, casi cada mañana, el afán de López Obrador por fomentar la polarización en la sociedad mexicana, por atizar el resentimiento, por dignificar el rencor y la envidia como motores de un cambio social que, visto en perspectiva, no puede ser sino retrógrado y pernicioso.

¿A quién ayuda, cómo enfatiza Ana Cristina Ruelas de Article 19, la metralla de estigmatizaciones sin precedente? La visión que López tiene de la sociedad mexicana es maniquea en estado químicamente puro: estamos divididos en categorías absolutas de buenos y malos, de fifís y no fifís, de liberales y conservadores. Es el ¿¡quién vive!? revolucionario del siglo veintiuno: si no estás ciegamente con él eres un antipatriota neoliberal que merece el desprecio, pero no la ciudadanía mexicana.

Es triste que a este presidente no se le encuentren parecidos con los mandatarios de la lista que se menciona al principio de este texto, y que con sus dichos y sus actos esté más cerca de personajes que, si no él, al menos las sociedades más libres y civilizadas encuentran despreciables, como Erdogan, como Putin, como Maduro y sí, como el mismo Trump.

Para muestras, hay muchos botones.


Desde las acciones que han atropellado sin miramientos toda una serie de derechos ciudadanos, pasando por las decisiones caprichosas y los memorandum abiertamente ilegales, el recurso de “yo tengo otros datos” para desvirtuar la realidad y hacer de la mentira la verdad oficial, y hasta el fustigamiento, el encono y las amenazas contra la sociedad civil y la prensa crítica. ¿O acaso esa frase soltada en una mañanera reciente en uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, cuando les dice a los periodistas que si se pasan ya saben lo que les pasa, fue un comentario inocuo? Por supuesto que no, viniendo del jefe del Estado es una clara incitación a la violencia, como lo hace Trump regularmente para azuzar a sus seguidores en contra de los inmigrantes y las minorías.

Según las organizaciones internacionales que miden la libertad de prensa en el mundo, hay alrededor de 146 países con mayor libertad de prensa que México. Resulta penoso decir que nuestro país está mucho más cerca de Rusia, Turquía, Brunei, Irán, Arabia Saudita, China, Venezuela y Cuba, y mucho más lejos de Costa Rica, Uruguay, Chile o El Salvador, por mencionar algunos países latinoamericanos.

Sombrío panorama el que enfrentamos en muchas áreas de la vida nacional, no queda sino seguir defendiendo libertades.

Echando a los remeros por la borda

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