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Las católicas en un cambio de época

En colaboración con Guadalupe Cruz Cárdenas*.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Nos encontramos en un momento complejo, pues son tantas las problemáticas y tantos los desafíos que ya no nos alcanzan las palabras para describir lo que está sucediendo. Algunos especialistas han señalado que nos encontramos ante el surgimiento de un cambio profundo que no es para el bien de la humanidad, por lo que es necesario “encontrar las fuerzas humanas y las formas sociales de organización para resistir y revertir este ataque epocal contra nuestras vidas y contra nuestra relación, como especie humana, con la naturaleza, con el planeta y con nuestra vida misma como tal especie".[1]

 

Estamos, pues, ante un nuevo mundo que nos invita a repensar en sus sufrimientos y posibilidades, y a identificar la red en que se entrecruzan nuestras cotidianeidades como mujeres y las problemáticas nacionales y globales. Como católicas, nos corresponde comprender que tenemos un Papa reformador que promueve cambios significativos pero que está lejos de reconocer las problemáticas y necesidades de las mujeres.

 

Por ejemplo, ante la intención de Francisco de impulsar “una Iglesia pobre para los pobres”, es necesario resaltar que los pobres tienen cuerpo y sexo, y que el impacto de la pobreza es diferenciado, pues aunque en México más de la mitad de la población del país[2]no tiene satisfechas sus necesidades básicas, son las mujeres –además de los jóvenes, los indígenas y las personas adultas mayores–, quienes se encuentran en situaciones más adversas:

 

  • Por cada 100 pesos que gana un hombre con educación básica, una mujer con el mismo nivel percibe 78 pesos; los hogares dirigidos por mujeres pobres disponen de menos alimentos que los encabezados por hombres (41.5% contra 34.9%); las mujeres pobres cuentan con acceso a servicios de salud sobre todo a partir de su relación con otras personas o con programas sociales asistenciales; aquellas que laboran tienen acceso a seguridad social en menor proporción que los hombres (4 mujeres de cada 10).[3]
  • La sobrecarga de tareas domésticas es mayor para ellas que para los varones (77 horas semanales contra 23).[4]

 

Ante esta crítica situación nos parece comprensible que un sinnúmero de mujeres del campo y de la ciudad encuentren razones serias para disminuir la natalidad y, como último y doloroso recurso, interrumpir embarazos no deseados. Y estamos de acuerdo con el papa Francisco cuando afirma que la Iglesia ha “hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras […] particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?”, [5] pero no cuando ha declarado sobre el aborto olvidando la comprensión y la misericordia.

 

Cuando ha señalado el Papa que es necesaria la presencia de las mujeres en los lugares “donde se toman las decisiones importantes”,[6] es preciso considerar que se requiere una mayor paridad de género en la comunidad eclesial porque las mujeres constituyen la mayoría de la población católica, son una voz valiosa en la Iglesia y personifican una parte de la diversidad y la divinidad. Las acciones concretas para incluir a las mujeres en la conducción de la Iglesia serán una de las medidas para evaluar la coherencia de su pontificado: Francisco señaló en la Asamblea de las Naciones Unidas que “ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas”; [7] pues bien, esto mismo debería vivirse plenamente en nuestra Iglesia.

 

Las mujeres no somos invitadas a la Iglesia. Somos la gran mayoría  de ella y nuestra contribución no es sólo para mejorarla, sino también para que este nuevo mundo supere modelos despiadados de poder y para que cada quien recupere su humanidad, la alegría de vivir, el placer de nuestras sexualidades, el disfrute de nuestros derechos reproductivos y su aporte a nuestro bienestar espiritual, a la misericordia, a la libertad, a la igualdad, a la justicia y a la no discriminación.

 

En una época en la que los distintos poderes no sólo se sienten dueños de los bienes y de la naturaleza, sino también de las personas y de sus conciencias, es indispensable seguir afirmando que cuando las mujeres queremos disminuir la pobreza y lograr un ejercicio más comunitario y democrático del poder, no sólo luchamos por mayores derechos y el bienestar económico, sino que también lo hacemos para ser más felices, conducir nuestras vidas y fortalecer nuestra autonomía y libertad de conciencia. Queremos un mundo seguro para el bienestar de las mujeres y la humanidad.

 

@mariammexcol

@CDDMexico 

@OpinionLSR

 

 

*Guadalupe Cruz Cárdenas es colaboradora de CDD. 

 

 

[1] “Debemos hallar fuerza contra el ataque epocal que vivimos: Gilly”, 29 de febrero de 2016. Disponible en: www.jornada.unam.mx/2016/02/29/cultura/a06n1cul

[2] 55.3 millones de personas viven en pobreza y 11.4 millones en pobreza extrema. Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), “Medición de la pobreza en México y en las entidades federativas, 2014”. Disponible en: www.coneval.gob.mx/Medicion/Documents/Pobreza%202014_CONEVAL_web.pdf

[3] CONEVAL, “Pobreza y género en México”, 6 de marzo de 2014. Disponible en http://blogconeval.gob.mx/wordpress/index.php/2014/03/06/pobreza-y-genero-en-mexico/

[4] Instituto Nacional de Estadística y Geografía, “Estadísticas a propósito del Día Internacional del Trabajo Doméstico, 22 de julio de 2015”. Disponible en: www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2015/domestico0.pdf

[5] Francisco, Evangelii Gaudium. Maliaño. España, Sal Terrae, 2014, número 214.

[6]Francisco, Evangelii Gaudium…, 2014, número 103.

[7] “Visita a la Organización de Naciones Unidas”, 25 de septiembre de 2015. Disponible en: www.news.va/es/news/viaje-apostolico-onu-encuentro-con-los-miembros-de