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Las campañas y los espejismos de la ciudad

Un tema crítico, fundamental es el desarrollo urbano | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Corren los días y las campañas por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México continúan con su batería de propuestas genéricas y superficiales. A falta de diagnósticos serios y profundos, la competencia por los votos se basa en arengas aspiracionales, compra de voluntades y apasionadas defensorías de las capacidades propias para gobernar bien a la capital de la República.

Lamentablemente, esas estrategias electorales que no fundamentan seriamente sus propuestas, funcionarán para que alguien alcance los votos suficientes y encabece un gobierno que no podrá cumplir con todas sus promesas. Y no podrá cumplirlas no por falta de voluntad, sino porque los diagnósticos que se han presentado de los principales problemas de la ciudad siguen siendo genéricos, simplistas y dejan mucho que desear.

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Un tema crítico, fundamental y que seguirá estando en el ojo del huracán de las discusiones públicas y privadas por tiempo indefinido, es el desarrollo urbano. Y como he repetido en este y muchos otros espacios el ejercicio de la planeación urbana prevaleciente en México responde a la idea que el urbanista en turno tiene de la ciudad que debe ser, la cual siempre se ha basado en un esquema de zonificación tipificado por usos preestablecidos y excluyentes del suelo. Esta visión tradicional y fuertemente arraigada tanto en la academia como entre los profesionales del urbanismo, se ajusta sobre el mapa de la división político-administrativa y determina a priori la distribución espacial de las actividades que sus habitantes pueden hacer, o no, mediante la fijación de usos específicos e inmutables del suelo.

Planeación urbana

Los cambios incorporados en la nueva Constitución Política de la Ciudad de México modifican los nombres de las unidades político-administrativas de delegaciones a alcaldías, pero no se introducen cambios de fondo en el tipo de planeación urbana a realizar. Así las cosas, seguiremos teniendo un conjunto de absurdas cartas cromáticas que muestran la zonificación de los usos del suelo en cada una de las alcaldías, acompañadas de una lista pormenorizada de usos permitidos y prohibidos que prefiguran un poderoso instrumento regulatorio que ata el funcionamiento de la ciudad a una idea preconcebida, anacrónica e ineficiente de “orden urbano”.

El aeropuerto de todas las discordias

En la práctica, lo anterior se traduce en un esquema que dicta no solo los sitios en los que la gente debe vivir, estudiar, trabajar, comprar, ir al médico o entretenerse, sino que va más allá porque esa regulación también incide sobre qué tipo de vivienda se puede habitar, qué tipo de trabajo se puede tener, qué se puede comprar, qué tipo de servicio médico se puede recibir y en qué se puede uno entretener. Esto se debe a que los diferentes grados de accesibilidad espacial resultantes de este esquema de planeación zonal determinan en buena medida los costos totales de realización de estas actividades, y consecuentemente, aquellas que la gente puede realizar en función de sus recursos pecuniarios, materiales y de tiempo disponibles.

Hay que decir que es un esquema indeseable y rebasado.

Propuestas

Las propuestas de Sheinbaum y Barrales en materia de desarrollo urbano vienen aderezadas con los mismos adjetivos de siempre, que pintan de alegría y bienestar a la ciudad que pretenden alcanzar, pero sus propuestas no incluyen ninguna novedad y mucho menos algún cambio paradigmático que vislumbre una mejor manera de planear el desarrollo de la ciudad. Sus propuestas son, literalmente, refritos del mismo sistema que se ha venido usando en México desde hace décadas y cuyos resultados vemos y padecemos cotidianamente.

Seguiremos esperando que se den las condiciones para poder introducir esos cambios paradigmáticos que tanto necesitamos.

Mientras tanto, la sequía de nuevas ideas tanto en las plataformas electorales como en las promesas que han venido haciendo las candidatas, nos tiene varados en un desierto en el que la innovación y la esperanza prometidas no son sino uno de los espejismos aspiracionales con los que nos quieren vender la ciudad que queremos.

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