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La vejez de México

México parece un viejo enfermo que no quiere curarse. Se pretende remediar un tumor profundo con bálsamos y ventosas.

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Escrito en OPINIÓN el

El año 2014 fue de vapores y ataques epilépticos. Un año que pudo comenzar a ser el inicio del culmen de visiones, pero que terminó siendo como un viejo extraviado en la mitad de la calle, sin que la enfermedad le hubiera dado signos visibles de su decaimiento, pero que en el interior la máquina corpórea estaba ya descompuesta y el enfermo puesto en sobre aviso por los médicos. Las crisis que vivimos no pueden, naturalmente, pasar desapercibidas. Es y será obligación del gobierno federal y de gobernantes atender y resolver los problemas profundos por los que atravesamos. También es responsabilidad de la sociedad organizada y no organizada, seguir en la acción pacífica de reclamo y llamado a rendición de cuentas, así como hacer los esfuerzos necesarios para articular propuestas reales y viables de cambio.

 

El mal por el que atraviesa México es como la enfermedad del anciano. No le debe sorprender, puesto que su condición de viejo le lleva implícitamente a tener padecimientos propios de la edad; a que sus órganos mal funcionen, a perder la memoria, a ser repetitivo hasta el hartazgo, a carecer de la agilidad propia de la juventud y finalmente a morir. Pero en nuestro caso, el viejo ha hecho caso omiso de las recomendaciones y prescripciones de los médicos. Se le recetaron varios paliativos y métodos curativos; se le impusieron condiciones para mejorar su salud, y no las tomó. Al final, el viejo está perdido en una calle, con demencia senil o tirado en una cama con los estertores que anticipan la muerte. El anciano no puede llamar a la extrañeza o hacerse el sorprendido, los remedios estuvieron a su alcance mucho antes que empezaran a manifestarse, e incluso ya evidentes, existieron alternativas viables para remediar sus males. Al final el viejo muere por su desidia, su cinismo y su irresponsabilidad.

 

México aunque muy joven como nación (no tenemos la vetustez histórica o el hartazgo social que tienen las rancias naciones como Francia), sufrimos de los padecimientos propios de la vejez. La crisis que se desató este año que termina, es un síntoma grave y delicado de una senectud precaria y anticipada. El cinismo, la repetición, el balbuceo, la indefinición, el pasmo, el desprendimiento en la escala de valores y proyectos definidos. A muchos nos indigna el proceso por el que atravesó nuestro país hacia el último tramo del año. Lo que no debe es sorprendernos. Las matanzas y desapariciones, son lamentables y escandalosas en sí mismas, pero no son un hecho nuevo ni aislado, es decir son la consecuencia de las causas generadas en las últimas décadas. Parten de una sucesión de hechos que atraviesan a gobiernos de todos los partidos y en todos sus órdenes.

 

Nuestra corrupción no es endémica, no es un mal cultural, como tampoco lo es el cinismo. Y sin embargo, nos acostumbramos a ella con descaro. Tanto gobernantes como gobernados, padecemos de una desvergüenza rampante y exacerbada que propicia la corrupción y su aliado consecuente, la ausencia de rendición de cuentas y la presencia mastodóntica de impunidad. Se pueden buscar los orígenes siniestros de nuestros males, pero sin duda, la respuesta atraviesa invariablemente por un deficiente diseño institucional que genera la ausencia del estado de derecho. Ese estado que simplemente se refiere al imperio de la ley. Al Estado de las causas y consecuencias reales, a la rendición de cuentas y a la justiciabilidad de los delitos. Por supuesto y como premisa esencial, la educación debe ser el pilar fundamental de la sociedad. El problema de la educación, como el de la cultura, es que son procesos cuyo arraigo y penetración son largos en el tiempo, generacionales.

 

México parece un viejo enfermo que no quiere curarse. Se pretende remediar un tumor profundo con bálsamos y ventosas. Lo que necesita México es asumir como tal su enfermedad, que es la corrupción y nuestro cinismo; el impudor y descaro con que se explican actos de violencia, descomposición de instituciones y el robo del dinero público. El 2014 con toda su tragedia, debe servir como el año en que el anciano conoció a profundidad su enfermedad para comenzar a curarla a fondo. Nuestra ventaja es que a diferencia del anciano que por más que busque remedios, terminará en el camposanto, México puede rejuvenecer y quitarse los achaques y dolencias que padece.

 

El año 2015 debe de ser el año de nuestro rejuvenecimiento, de nuestro comienzo nuevo y del inicio de la cura de nuestras enfermedades. Espero que estemos a la altura.

 

@gstagle