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La vacuna

Esta primera dosis de la vacuna abre una ventanita hacia una cierta libertad futura. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

El lunes fue día de vacuna para mi amiga Magali y para mí, alcaldía Coyoacán. A las doce en punto, Anita pasaba por nosotras. Apenas supimos la fecha de la cita hicimos planes meticulosos, como quienes parten a perderse por días en la selva: Las botellitas de agua. El gel. Las toallitas desinfectantes. Mejor dos cubrebocas por si la fila se amontona. Tenis por si estamos de pie mucho tiempo. Sombreritos por si la fila es al rayo del sol. INE por delante. Yo era una bola de nervios intentando parecer ecuánime. Dicen que solicitan la versión actualizada del CURP.

Dicen que el comprobante de domicilio de menos de tres meses. Dicen que imprimamos el folio de registro. Llevar una pluma, una nunca sabe lo que tendrá por firmar. Dar vueltas, juntar papeles, revisar, imprimir, volver a revisar. Todo ese despliegue de energía alrededor de tres documentos. ¿Qué pasaba? Pasaba que me sentía incrédula. Pasaba que no creía que estuviera a punto de suceder. 

Pasaba que esta primera dosis abría una ventanita hacia una cierta libertad futura y que después de un año de vivir en estado de alarma y acostumbrarse, la promesa de regresar a la "normalidad" algún día tomaba tintes de irrealidad. ¿Será posible? Una se acostumbra a tal punto a la "sana distancia" que por momentos se sobresalta mirando una película y siente que olvidaron el cubrebocas, que se están acercando demasiado: los protagonistas al borde del contagio. Ante esta incredulidad, ¿ya me toca la vacuna? me sorprendió a qué punto el estado de alarma y la cantidad de rituales que la pandemia trajo consigo se nos fueron metiendo en la piel. 

La nostalgia de los actos más cotidianos, más simples, arrancados de nuestra cotidianidad y colocados en ese espacio extraño, otro. Pero, caray, para vivirlo "bien", o "medio bien", una intenta acostumbrarse. Y lo va logrando, no es poco lo que se juega. 

Lo conversé con algunas otras personas, les sucedió también, esa sensación de irrealidad cuando recibieron la fecha de su cita. Esos tan interesantes mecanismos inconscientes que se ponen en marcha. Primero el golpe de la emoción y la esperanza, luego se instaló en mí una especie de ánimo supersticioso: "¿y si algo falla?" Leer las indicaciones por décima vez. Desconfiada y temblorosa. ¿Desconfiada de la vacuna? No, de la vida. 

¿Y si no me registré bien? ¿Y si, aunque no salgo a ningún lado me contagio justo mañana en el elevador cuando salga a pasear con las perruchis? ¿Y si me entra una gripa tremenda y no me pueden poner la vacuna? ¿Y si llego y no me la ponen porque me faltó un papelito? ¿Y si se acaban las vacunas justo cuando llegue mi turno? Por meses la amenaza de la enfermedad y de la muerte han embarrado la nariz todos los días contra los cristales de las ventanas, como si nos espiaran. Complicado imaginar una vida sin estado de sitio. Sin catástrofe anunciada. 

Allá vamos Anita, Magali y yo, rumbo al Centro de Exposiciones de la UNAM. Por primera vez en un año me encontré compartiendo un espacio reducido con tres humanas, muy queridas, además. "¿Hacia dónde? Mapa". Siempre he sido pésima para entenderle a un mapa, pero además esta vez se me cayó el celular, no encontraba Google. Anita era Jasona y nosotras sus argonautas en camino a una aventura que, por prometedora, por feliz, nos sobrepasaba. En el fondo de toda esta ceremonia esperada por meses y preparada por días, un pensamiento recurrente se deslizaba suavecito hacia otro lugar: el "ojalá y la libre esta vez" se convertía vertiginosamente en: "es probable que la libre esta vez". Mis hijos se emocionaron ante el anuncio de la travesía. Nuestras amigas nos desearon suerte por chat. 

Una larga fila de carros, muchísimas personas a pie. Nos acercamos a la entrada, mostramos nuestras credenciales del INE, en tres minutos estábamos frente a personas amables que llenaron una hoja. Cinco minutos después estábamos dentro sentadas en una hilera de sillas. Dos minutos después (no exagero), pasamos al espacio de la vacunación. Algunas recomendaciones. "Se les va a avisar cuándo regresan". "Nada de alcohol siete días". Piquetito breve. ¿Cómo? Magali y yo nos miramos atónitas: "¿Ya estamos vacunadas?" Avanzamos hacia otras sillas cercanas a la salida y esperamos los treinta minutos "por si hay reacción". Las dos tuvimos ganas de llorar todo el tiempo. Muchas ganas. "Creo que la vamos a librar esta vez". "Parece que sí, ¿verdad?". 

El ambiente era tan cariñoso, tan afable, recordamos los primeros meses de la pandemia cuando se especulaba: acceder a la vacuna podía tomar un año, pero igual dos o tres. La ansiedad, el abatimiento. ¿y si me contagio? ¿y si al contagiarme los contagio? Nos falta muchísimo. Millones de personas aún por ser vacunadas. Nos tenemos que seguir cuidando, lo sabemos. Solo quería contarles de esa mañana. Las tres amigas emocionadas, dirección: primera dosis. Y esa misma emoción para donde miraras. Una nunca sabe lo que va a durar la vida, una nunca sabe cómo y cuándo, pero qué vivas y esperanzadas nos sentimos. Juntas las tres. En nuestra nave viajando hacia la promesa. Esa mañana.