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La popularidad del presidente

El propósito de esta reflexión no es analizar esa popularidad sino pensar qué sentido debería tener ésta en el proyecto de transformar al país. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

A 2 años del gobierno del presidente López Obrador a muchas personas sorprende su popularidad. Las razones de ésta pueden ser muchas que ya han sido esbozadas por varies analistas. 

Lo que no queda tan claro a la luz de la información que las propias encuestas arrojan, es cuál es la conexión entre esa popularidad y las políticas públicas concretas que puedan estar mejorando la vida de los grupos que más apoyan al presidente. Los indicadores de pobreza han aumentado, la precariedad laboral ha aumentado, la violencia sigue aumentando. Si bien durante esta administración hay esfuerzos importantes en materia de dignificación del trabajo (incremento de salarios mínimos, derechos sindicales, compromisos internacionales en materia laboral como el TMEC y el Acuerdo de la OIT sobre trabajo del hogar, entre otros), estos han quedado muy superados por la dimensión de la pandemia y sus efectos en la mayoría de la población.

El propósito de esta reflexión no es analizar a profundidad esa popularidad sino pensar qué sentido debería tener ésta en el proyecto de transformar al país. 

La popularidad de un(a) líder en política sirve en principio para dos cosas: ganar elecciones y así garantizar la continuidad de un proyecto político y ser capaz de convocar de manera legítima a diferentes grupos sociales para impulsar políticas públicas determinadas. Sin la primera, es claro que la segunda pierde capacidad de ejecución. Sin la segunda lo que queda es solamente un proyecto electoral sin la dimensión de gobierno, gobernabilidad y visión de Estado.

En este sentido, entendiendo que para el presidente es fundamental lo que suceda en estas próximas elecciones, la pregunta es por qué ha elegido utilizar su popularidad para alimentar (no creo que él sea la única fuente) la polarización en vez de traducirla en poder para convocar cambios que puedan ser más acelerados y sostenibles; pues difícilmente su buena imagen seguirá siendo igualmente transferible a todo su partido tras estos dos años de gobierno en varios estados de la República. En otras palabras, lo que estaría en juego es la idea misma de la “cuarta transformación”, si solo pensamos en un sexenio. 

Aquí, veo dos posibilidades. El proyecto del presidente es él mismo y, en ese sentido, el discurso de confrontación permanente garantiza que no se diluya su propia imagen o, su desconfianza en todo lo ajeno a su gobierno es mayor que sus deseos de que su propuesta política (sea la que sea) sea sostenible en el tiempo. Esto, porque parece que, en la mayoría de los temas, su visión es de suma cero. 

Hace años existía el llamado juego de la pirinola, en el que según tu tiro podías tomar algo, tomar todo, poner algo o poner todo. También había un tiro en el que salía, todos ponen.

En una sociedad como la nuestra, hay quienes sistemáticamente han sacado el toma todo y el pon todo o, peor aún, ni siquiera están en la mesa. Por supuesto, esto ha creado desigualdades y problemas que parecieran imposibles de subsanar si no se invierten los tiros.

Sin embargo, no hay manera de que hacerlo sea políticamente viable en democracia sin una convocatoria que se asegure la efectiva participación de todes. Es decir, con el poder para replantear las reglas pero con la voluntad de facilitar que todes les actores participen y sean escuchades en la definición de soluciones para los enormes retos que tenemos y que vendrán. Es eso por lo que la gran mayoría votó hace dos años y lo que sigue guiando el apoyo al presidente, y es ahí en donde un tono como el que ha decidió usar por dos años puede enfrentarlo con su mayor fracaso; no en popularidad sino en resultados. 

Ojalá que pasando las elecciones aún sea tiempo de que el presidente use sus números pensando en que todos pongan conforme a sus condiciones y que el Estado realmente funcione para establecer de manera justa y equitativa quién, cómo y cuando toma, sin que ello implique que nos quedemos sin jugadores o sin fichas (esto mismo se esperaría de una oposición que valga la pena).