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La política y la politización

A lo largo de las columnas que he escrito en esta sección titulada “Desde Washington”, he tratado siempre de narrar las experiencias y aventuras que suceden en la capital estadunidense, pero no a manera de bitácora política, sino más bien personal, como para quien ha decidido emigrar de su país en busca de otras vivencias y de otras culturas. Ya hemos dicho en múltiples ocasiones que, la diferencia entre México y Estados Unidos no es tan grande ni tan abismal.

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Escrito en OPINIÓN el

Distinto hubiera sido si la columna se llamara “Desde Estambul” o “Desde Praga”. Pero no, la capital estadunidense comparte con nuestro país muchas cosas. Entre las principales está el sistema de gobierno presidencialista, la división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), el régimen democrático y otros tantos mecanismos muy similares. Otra de las cosas que comparte en gran medida es el idioma: por poco que lo parezca, la mitad de la ciudad a orillas del Río Potomac habla español y se comunica en esta lengua; admirable y un tanto sorprendente para quienes nos imaginamos en un primer momento que por ser la capital de la nación, prácticamente no habría lengua castellana pululando por las calles.

 

Como ya lo dije antes, en materia política México y Estados Unidos comparten mucho, mucho más de lo que uno piensa; vaya, hasta el nombre es similar (el oficial, claro está). Muchos de los políticos y servidores públicos de nuestro país están formados en universidades del vecino país del norte y por acá existe una inmensa comunidad de mexicanos (de primera, segunda o tercera generación) que no dejan de tener raíces con México. En ese sentido, me llama la atención poderosamente que además que compartimos la manera o quehacer político, también compartimos el modo de hacer campaña electoral, y hemos aprendido los métodos (unos de otros, quizá nosotros más de ellos) y los hemos puesto en práctica.

 

No obstante lo anterior, hay algo que no deja de aparecer en los análisis y comparaciones que uno hace de manera rutinaria: la manera en que las cosas se politizan en los dos países es absolutamente diferente, y mi teoría personal es que ello se le debe a la cultura (anglosajona versus latinoamericana), a la religión (protestantismo versus catolicismo) y a la cosmovisión y concepción del mundo y de las relaciones humanas (supremacía del estado de derecho versus supremacía de las relaciones afectivas entre personas). Por todo lo anterior, la manera de hacer política (a pesar de tener los mismos mecanismos institucionales, o al menos, muchos casi iguales y otros altamente similares) es totalmente diferente. Pondré algunos ejemplos.

 

El primero de ellos tiene que ver con la concepción de la vida personal (matrimonial, por ejemplo) en la política. Mientras que en Estados Unidos está moral y socialmente prohibido tener una pareja fuera del matrimonio, o un hijo de otra persona que no sea la esposa o esposo, en México esto no es motivo de escándalo político; como muestra podríamos decir que el escándalo de Mónica Lewinsky y Bill Clinton casi le cuesta la presidencia a éste último, mientras que en México hay políticos que se divorcian o que han tenido inclusive hijos fuera del matrimonio, y ello jamás ha sido motivo de veto político. En nuestro país no le damos tanta importancia a ello. Esto no tiene que ver con los mecanismos formales de hacer política, pero sí con los usos y costumbres, que en algunas ocasiones pueden llegar a ser más fuertes y poderosos que las instituciones mismas.

 

Otro ejemplo a la inversa es la mediatización, utilización y propaganda de los funcionarios públicos en ambos países. Me explico: en Estados Unidos el Presidente de la República hace campaña para su reelección, y utiliza los recursos a su disposición (el avión presidencial para trasladarse, organiza cenas en la Casa Blanca para conocerlo y recabar fondos, se toma fotografías con las personas y éstas se cobran, etc.); mientras que en México hemos sido cada vez más duros y cada vez menos un funcionario público puede utilizar estos recursos con fines electorales. No puede ponerle su nombre a un auditorio sin que esto sea escándalo político o no podría asistir a un evento de su partido sin que ello le represente una dura crítica en la opinión pública.

 

Como se puede observar, en los Estados Unidos son un poco más maniqueos en el tema moral (relativo a la vida personal de sus políticos) y en México lo somos más en cuanto a la suspicacia en la cual todo tiene que prohibirse para evitar malos usos de la función pública. A pesar de que los mecanismos electorales y constitucionales son bastante similares en muchas cosas, la cultura y la forma de ser se interponen en el camino. Y así sucesivamente sucede con otras tantas cosas que tienen una influencia directa en el modo de hacer política y de entender a la función y el quehacer público. Sin lugar a dudas esta ha sido – por mucho – una de las experiencias más interesantes para comparar entre ambas naciones.

 

@fedeling