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La perversa política de la excepción

La excepción erosiona. Cuando proviene del poder político, socava las bases mismas del edificio social y del propio poder que se deslegitima. | José Roldán Xopa

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Escrito en OPINIÓN el

Ahora Salgado Macedonio es el nombre de los titulares; ayer o mañana fue o podría ser otro político quien haga valer actitudes del tipo “no sabes con quién te metes” seguida del “vete olvidando de tu trabajo…”. 

Más allá de que las expresiones dibujen el talante personal de alguien con poder o influencia de hecho, son una metáfora que puede retratar el entendimiento que se tenga de la política, del ejercicio del gobierno y cómo concebir a una sociedad.

El modelo de conducta tiene una secuencia: conozco que la ley establece una obligación (rendir informes), sé cuáles son sus consecuencias (no registro), no cumplo con la obligación, y cuando vienen las consecuencias me victimizo, me digo robado y señalo como el villano a quien simplemente aplicó la regla que tenía que aplicar.

En un extraordinario libro Richard Dawkins (“El gen egoista”) y en otro también atractivo de Marcelino Cereijido (“Hacia una teoría general de los hijos de puta”) se analiza por qué los seres humanos son como son, y qué sucede con quienes tienen poder. El poder es expansivo y quien lo tiene puede abusar. Porque puede abusar del poder, tiene que haber límites y los controles tienen que ser creíbles.

Una forma extendida de hacer valer el poder y las influencias es recurrir a la excepcionalidad: no se me aplican las reglas que se aplican a los demás; a pesar de no cumplir los requisitos y las obligaciones tiene que darme lo que es mío. El político cree que tiene derecho a las excepciones.

Los políticos son todos iguales en la exigencia de su derecho a la excepción.

La excepción erosiona. Cuando proviene del poder político, socava las bases mismas del edificio social y del propio poder que, en democracia, se deslegitima.

Los políticos no se encuentran en la misma posición que otras personas. Al tener la pretensión de obtener cargos con cuyas decisiones puede afectar a una colectividad, el político autoasume una responsabilidad, no sólo jurídica sino también ética. En uno de sus grandes textos, Weber (“La política como vocación”) alude a la ética de la responsabilidad como una condición de actuación en la que el político es consciente y se hace responsable de las consecuencias de sus actos.

La pretensión de gobernar y de tomar decisiones que afectan a todos y de hacer valer el poder mediante la ley, requiere de un deber especialmente cualificado, y de una exigencia igualmente intensa de vinculación de los políticos a la regla. Mala pedagogía aquella en la que el político es quien la viola.

El modelo del político responsable de sus actos y de los efectos que los mismos tienen en la sociedad debería estar presente en la forma en que funcionan los límites y los controles. El órgano electoral o el tribunal pueden funcionar como límites creíbles a los poderes políticos o dar cauce a la política de la excepción. Ésta última línea de acción es sencillamente un suicidio institucional.