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La pandemia y sus trazas

La pandemia se convirtió en un viaje de memoria. Por lo perdido y por la amenaza de perder. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

El tiempo alterado. Una cierta libertad que no regresa. Se quedó como empeñada, la libertad, en algún lugar que desconocemos. Un lugar ajeno al que tuvimos que habituarnos. ¿Pero se puede una habituar al espanto? El sonido de una ambulancia a lo lejos. Una tras otra. Una persona. Una familia. Un entero mundo contenido en ese sonido que nos llama al estado de alerta. Al dolor. El cuerpo se acostumbró tanto a estar tenso. A no confiarse. A asomarse al exterior solo lo indispensable. Como si los hombros tuvieran que cargar la desesperanza. El miedo. La incredulidad. "Nos urge un tanque de oxígeno". "Nos urge un concentrador". "Una cama de hospital, por favor". Las imágenes. La realidad es el horror: las personas se mueren solas. Completamente solas. Nada nos había preparado para esta manera de perder: en la distancia. Sin acompañamiento. Sin los rituales para vivir el duelo.

¿Dónde colocamos lo vivido? ¿dónde colocamos lo perdido? Amanece en colores naranja. Puesto que estamos vivos, tenemos un futuro. Habrá que reconstruir horizontes de llegada. ¿Para llegar a dónde? La cercanía de la muerte irrumpió como una ola que horada el sentido de la vida. Todo se puede terminar en minutos. ¿No lo sabíamos? Sí. En esa remota manera en la que nos permitimos saber que somos mortales: esa vaga noción de finitud. Que nos empeñamos en negar. Porque la aceptación de la muerte es un abismo y de golpe teníamos que enfrentarlo. Sin anestesia. Desprotegidos y aislados. El amor tomó, por supuesto, un lugar central. Pero también el desamor. Más tiempo para pensar la vida. Más tiempo para pensar la muerte. Vínculos que se estrechan como nunca. Vínculos que se estallan.

Convivencias que se inician. Convivencias que no resisten la angustia de una cotidianidad alterada. Vamos por lo que más importa, eso creemos, pero sucede en medio de una inmensa confusión. Tenemos que redefinir los anhelos. Los deseos. Los modos de estar y de compartir. Tenemos poco a poco que dejar de vivir en estado de alerta. Volver a confiar. ¿Cómo? La pandemia nos colocó en un lugar imposible: la agudización del miedo a las/os otras/os. Ese miedo que siempre está allí en distintas dimensiones. El fantasma del daño que nos puede llegar de la mano de las/los otras/os se convirtió en una realidad. La crueldad de la pandemia. No extiendas la mano. No te acerques. No abraces. No escuches a nadie sin "sana distancia". Protégete de ese daño del cual otras/os pueden ser portadores. Protege a otras/os del daño que les puedes infligir. 

También la pandemia se convirtió en un viaje de memoria. Por lo perdido y por la amenaza de perder. Ese tiempo otro. Regresaron las memorias en tropel. Las infancias nos ocuparon. Las nuestras. Las de las personas amadas. Como si en ese retorno intentáramos encontrar un abrigo. Un intento de cobijo. Una "explicación" ante el desasosiego. Por meses me acompañaron, aún me acompañan, las últimas escenas de "Melancolía" de Lars Von Trier: hay una amenaza brutal de que un planeta choque con la tierra y ambos planetas estallen. ¿Estallarán? La metáfora de los mundos perdidos. ¿Qué hacemos con ellos? Hoy amaneció y el horizonte a lo lejos se pintaba en naranja. A lo lejos. El sonido de las ambulancias es esporádico. Comienza a ser tiempo de recrear un futuro.