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La Muerte y la irrelevancia

La muerte como acontecimiento natural de la vida, obsesiona a muchos.

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Escrito en OPINIÓN el

En México hemos hecho de nuestra cultura a la muerte una reafirmación de la irrelevancia. La muerte como acto natural, nos confirma la indefinición de la vida y que la constante es la incertidumbre.

 

La sensación de vacío que produce no conocer los resultados, provoca inquietud y nerviosismo. La incertidumbre severa carcome con ansia el interior ante la indefinición del destino próximo. Una cita que leí hace algunos años en el Doctor Fausto de Goethe, dice que la risa es consecuencia de la expectativa y el resultado. Es decir, que la risa es provocada ante el resultado inesperado y que por ello Dios no ríe, porque él conoce todos los resultados y sus variables de antemano.

 

Los seres humanos no tenemos esa capacidad de predicción y omnisciencia. Al contrario, nuestra vida se desarrolla en medio de un cúmulo casi permanente de indefiniciones y expectativas. La constante para nosotros es la incertidumbre. Lo único cierto es el tiempo, su pasado y el presente efímero, cuya persistencia lo hace un permanente pretérito.

 

El futuro siempre es y será impreciso, vago, indeterminado y desconocido; puede provocar angustia o emoción. Como causa y consecuencia que somos, la forma en que asumimos el tiempo depende de nuestras circunstancias y de nosotros mismos; de nuestras propias expectativas, de nuestras creencias e incluso, del valor que le demos a nuestros actos y la importancia que nos demos (siempre es admirable una persona que se da poca importancia).

 

La certeza de la indefinición, es también la precisión de la irrelevancia. Aun así, en el pequeño y reducido entorno de cada persona, el centro gira alrededor de sí mismo. Un egocentrismo acumulado que ha producido que como especie, nos demos mucho más importancia de la que tenemos.

 

La muerte como acontecimiento natural de la vida, obsesiona a muchos. Más por lo que se desconoce después del último suspiro, que por aquello que se dejará detrás. Todos invariablemente cruzaremos en algún momento el Río Leteo y pagaremos el peaje al barquero Caronte. Y aun así, con esa certeza sobre el destino final, queremos hacer de la experiencia vital un máximo. Algunos de serenidad y concordia, algunos otros de epopeya y los más, con la sobrevivencia como objetivo final.

 

Ante la incertidumbre de la vida, como constante en el discurso cotidiano, quien debe dar sentido, precisión y certeza, es uno mismo. Existen factores externos que pueden dar al traste con nuestros planes. Piénsese en los refugiados sirios que de un día a otro, tuvieron que deshacerse de su capacidad total de predicción, para tomar rumbo a un lugar menos inseguro, pero igual de inhóspito.

 

O haber tenido la mala fortuna de nacer en un pueblo mexicano, por donde pasa la ruta del trasiego de drogas. Son circunstancias que modifican de tumbo el proyecto de vida. Son factores externos que determinan en muchas ocasiones el sentido de una existencia. Porque además de la incertidumbre propia a nuestra especie, se elimina la posibilidad de razonar en un futuro medianamente predecible. La indefinición propia del tiempo y de sus circunstancias, hace que en buena medida todo recaiga en la capacidad del yo.

 

La manera en que México ha convertido a la muerte en un tótem nacional (junto con la virgen de Guadalupe y Juárez), reafirma la inestabilidad vital. Confirma en lo profundo de nuestra cultura, que la incertidumbre es la constante y que sólo el tiempo indefinido y el panteón son las precisiones.

 

Por ello, en estos días en que para aquellos que creen que las ánimas regresan al espacio terrenal, es bueno recordar que en la vida no hay que sentirse importante, hay que saberse irrelevante para hacer cosas trascendentes.

 

 

PD. Agradezco a La Silla Rota por brindarme la oportunidad de opinar durante más de dos años.