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La mercancía averiada del PRDAN

El perredanismo es la última deformación prianista para evitar a toda costa la llegada de AMLO.

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Escrito en OPINIÓN el

¿Por qué dos partidos como el PAN y el PRD, cuya única coincidencia es su emulación de las prácticas priistas, estarían dispuestos a ir en coalición a la elección presidencial de 2018? Fácil: el perredanismo es la última deformación prianista para evitar a toda costa la llegada de AMLO y los progresistas al sillón presidencial de Palacio Nacional. Ya saben que por separado no les llega y creen que juntos pueden echarle una mano al PRI en caso de que a este le flaquee la bolsa o se quede sin candidatos no imputados en causas abiertas por su misma fiscalía. Con un PRI débil, el perredanismo aspiraría a juntar al núcleo clientelar prestado por el priismo, los votantes duros de PAN y PRD, y los restos del naufragio independiente. Siendo optimistas, a partir del 32 por ciento que sumaron ambos partidos en la federal de 2015, la coalición podría ubicar su techo en el entorno del 35 por ciento, cifra que podría ser suficiente para llevarse la elección.

Pero no ocurrirá, porque el cuento del Frente Amplio satisface a las actuales dirigencias de PAN y PRD, pero no tanto a sus electorados. Tras los fuertes cuestionamientos internos provocados por las derrotas del partido en las pasadas elecciones estatales, Ricardo Anaya ha encontrado la forma de pegar la patada adelante a la lata de su candidatura presidencial gracias al caramelo del frente perredanista. Este le permite seguir negando la mayor (su candidatura) a la vez que mantenerse en todas las campañas publicitarias sobre quién será el valiente que le pondrá el collar al tigre de Morena. Para Anaya, el Frente es estrategia ganadora, porque permite que no se hable de él (porque “lo importante” ahora es el programa) sin renunciar a que se hable mal de sus rivales, en general valorados negativamente por los electores perredistas. Por eso mismo, con sus rivales desgastados y el PRD en voladura descontrolada, el Frente ya no servirá y lo dejarán caer. Es impensable que el PAN, un partido que nunca aceptó apoyar a Cárdenas, acepte ahora regalar su reputación a un candidato del PRD o peor aún, a un advenedizo sin filiación partidista. 

Y desde la otra orilla del supuesto Frente Opositor, tampoco se ve el asunto muy optimista que digamos. La dirigencia del PRD, consciente del hundimiento que se les avecina, alimenta el sueño guajiro de que las derechas y los independientes por igual se cuadrarán detrás de un candidato elegido por los Chuchos para pararle los pies a AMLO, su mayor enemigo. Ahí anda Mancera, al que la inseguridad en la ciudad se le va de las manos, en plena campaña de autobombo; por si se desfondara, ya se nos anticipan nombres ignotos de la sociedad civil (de cualquier parte menos del PAN), quienes aupados por el perredanismo y en menos de un año, serían capaces de derrotar por tercera vez a la amenaza chavista-morenista. Sin que podamos prever de dónde saldría ese respetable Trump local con fuerza y dinero suficientes como para correr más que AMLO y el PRI, es fácil asumir que el PRD está condenado a pelear por no quedar último en la carrera. De ahí sus urgencias por un compañero de cama que le ayude a salvar el registro sin exigir demasiado a cambio.

¿Por qué a veces los partidos buscan coaligarse? Las coaliciones partidistas suelen perseguir tres objetivos: en primer lugar, reducir el coste electoral de la fragmentación para aquellos partidos que comparten orientación ideológica; en segundo lugar, apuntalar gobiernos que para llegar a la mayoría recurren a partidos sin coherencia ideológica pero fáciles de “comprar”; y en tercer lugar, grandes coaliciones entre partidos de ambos lados de la escala ideológica que deciden unir fuerzas porque enfrentan algún problema mayor (habitualmente identificado con una segunda dimensión de competición política en la que ambos partidos mantienen posiciones semejantes).

Pongamos algunos ejemplos. La coalición ideológica es habitual en regímenes parlamentarios, como es el caso actual del gobierno portugués (de izquierdas) o del gobierno danés (de derechas). La coalición parasitaria es común por nuestras tierras, gracias a que el PRI ha convertido en uno de sus pilares estratégicos el alimentar marcas sucedáneas en aquellos distritos en los que el priismo es más débil electoralmente. Pero tenemos otro ejemplo reciente en el Reino Unido, donde el fracasado intento de Theresa May por alcanzar la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes ha tenido que enmendarse con una inestable coalición con el unionismo de Irlanda del Norte. Finalmente, las llamadas “grandes coaliciones” están de moda en Europa, o bien para evitar la llegada al poder de grupos de extrema derecha (como en Francia u Holanda), o bien para blindar las políticas fiscales y financieras promovidas desde la Comisión Europea (como fue el caso en Grecia y lo sigue siendo en Alemania).  

Juzguen ustedes si la coalición perredanista cuadra con alguno de estos supuestos. No comparten coherencia ideológica, ni el PAN ni el PRD son aún el Verde (aunque el segundo va en esa senda). Y tampoco es muy creíble el cuento chino de sacar al PRI de Los Pinos, cuando ni siquiera fueron capaces de coaligarse para derrotarle en su bastión del Edomex.  Nos queda su ánimo común, en el que coinciden con el PRI, de evitar que la izquierda gane por fin la elección presidencial. Pero ahí es difícil imaginar que los votantes del PRD acompañen al partido en su aventura prianista. Tendría que estar muy desrumbada (en genial expresión del senador Zoé Robledo) la dirigencia del PRD para preferir apuntalar a un régimen sin rumbo, en vez de ayudar a las izquierdas que realmente pueden ganar a que por fin se produzca la alternancia en el país. 

¿Por qué dos partidos como el PAN y el PRD, cuya única coincidencia es su emulación de las prácticas priistas, estarían dispuestos a ir en coalición a la elección presidencial de 2018? Fácil: el perredanismo es la última deformación prianista para evitar a toda costa la llegada de AMLO y los progresistas al sillón presidencial de Palacio Nacional. Ya saben que por separado no les llega y creen que juntos pueden echarle una mano al PRI en caso de que a este le flaquee la bolsa o se quede sin candidatos no imputados en causas abiertas por su misma fiscalía. Con un PRI débil, el perredanismo aspiraría a juntar al núcleo clientelar prestado por el priismo, los votantes duros de PAN y PRD, y los restos del naufragio independiente. Siendo optimistas, a partir del 32 por ciento que sumaron ambos partidos en la federal de 2015, la coalición podría ubicar su techo en el entorno del 35 por ciento, cifra que podría ser suficiente para llevarse la elección.

Pero no ocurrirá, porque el cuento del Frente Amplio satisface a las actuales dirigencias de PAN y PRD, pero no tanto a sus electorados. Tras los fuertes cuestionamientos internos provocados por las derrotas del partido en las pasadas elecciones estatales, Ricardo Anaya ha encontrado la forma de pegar la patada adelante a la lata de su candidatura presidencial gracias al caramelo del frente perredanista. Este le permite seguir negando la mayor (su candidatura) a la vez que mantenerse en todas las campañas publicitarias sobre quién será el valiente que le pondrá el collar al tigre de Morena. Para Anaya, el Frente es estrategia ganadora, porque permite que no se hable de él (porque “lo importante” ahora es el programa) sin renunciar a que se hable mal de sus rivales, en general valorados negativamente por los electores perredistas. Pero por eso mismo, con sus rivales desgastados y el PRD en voladura descontrolada, el Frente ya no servirá y lo dejarán caer. Es impensable que el PAN, un partido que nunca aceptó apoyar a Cárdenas, acepte ahora regalar su reputación a un candidato del PRD o peor aún, a un advenedizo sin filiación partidista. 

Y desde la otra orilla del supuesto Frente Opositor, tampoco se ve el asunto muy optimista que digamos. La dirigencia del PRD, consciente del hundimiento que se les avecina, alimenta el sueño guajiro de que las derechas y los independientes por igual se cuadrarán detrás de un candidato elegido por los Chuchos para pararle los pies a AMLO, su mayor enemigo. Ahí anda Mancera, al que la inseguridad en la ciudad se le va de las manos, en plena campaña de autobombo; pero por si se desfondara, ya se nos anticipan nombres ignotos de la sociedad civil (de cualquier parte menos del PAN), quienes aupados por el perredanismo y en menos de un año, serían capaces de derrotar por tercera vez a la amenaza chavista-morenista. Sin que podamos prever de dónde saldría ese respetable Trump local con fuerza y dinero suficientes como para correr más que AMLO y el PRI, es fácil asumir que el PRD está condenado a pelear por no quedar último en la carrera. De ahí sus urgencias por un compañero de cama que le ayude a salvar el registro sin exigir demasiado a cambio.

¿Por qué a veces los partidos buscan coaligarse? Las coaliciones partidistas suelen perseguir tres objetivos: en primer lugar, reducir el coste electoral de la fragmentación para aquellos partidos que comparten orientación ideológica; en segundo lugar, apuntalar gobiernos que para llegar a la mayoría recurren a partidos sin coherencia ideológica pero fáciles de “comprar”; y en tercer lugar, grandes coaliciones entre partidos de ambos lados de la escala ideológica que deciden unir fuerzas porque enfrentan algún problema mayor (habitualmente identificado con una segunda dimensión de competición política en la que ambos partidos mantienen posiciones semejantes).

Pongamos algunos ejemplos. La coalición ideológica es habitual en regímenes parlamentarios, como es el caso actual del gobierno portugués (de izquierdas) o del gobierno danés (de derechas). La coalición parasitaria es común por nuestras tierras, gracias a que el PRI ha convertido en uno de sus pilares estratégicos el alimentar marcas sucedáneas en aquellos distritos en los que el priismo es más débil electoralmente. Pero tenemos otro ejemplo reciente en el Reino Unido, donde el fracasado intento de Theresa May por alcanzar la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes ha tenido que enmendarse con una inestable coalición con el unionismo de Irlanda del Norte. Finalmente, las llamadas “grandes coaliciones” están de moda en Europa, o bien para evitar la llegada al poder de grupos de extrema derecha (como en Francia u Holanda), o bien para blindar las políticas fiscales y financieras promovidas desde la Comisión Europea (como fue el caso en Grecia y lo sigue siendo en Alemania).  

Juzguen ustedes si la coalición perredanista cuadra con alguno de estos supuestos. No comparten coherencia ideológica, ni el PAN ni el PRD son aún el Verde (aunque el segundo va en esa senda). Y tampoco es muy creíble el cuento chino de sacar al PRI de Los Pinos, cuando ni siquiera fueron capaces de coaligarse para derrotarle en su bastión del Edomex.  Nos queda su ánimo común, en el que coinciden con el PRI, de evitar que la izquierda gane por fin la elección presidencial. Pero ahí es difícil imaginar que los votantes del PRD acompañen al partido en su aventura prianista. Tendría que estar muy desrumbada (en genial expresión del senador Zoé Robledo) la dirigencia del PRD para preferir apuntalar a un régimen sin rumbo, en vez de ayudar a las izquierdas que realmente pueden ganar a que por fin se produzca la alternancia en el país.