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La irrelevancia deliberativa del Informe

¿Es importante que el gobierno “atienda los planteamientos que los legisladores le formulen en el análisis del informe o en cualquier otro, por medio de la pregunta parlamentaria o comparecencia”?

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Escrito en OPINIÓN el

Debo reconocer que no entiendo para qué sirve el Informe de Gobierno. No me refiero al informe por escrito que el Ejecutivo entrega al Congreso como parte del mandato constitucional, es indudable que esta información, en especial el anexo estadístico, tiene una gran importancia para fines de rendición de cuentas o para la deliberación pública sobre las acciones de gobierno.

 

Lo que me parece absolutamente irrelevante es el discurso y espectáculo que monta desde hace algunos años cada gobierno con motivo del Informe. No encuentro una sola razón para justificar el gasto de recursos públicos en un evento pensado exclusivamente para promover la imagen presidencial. Menos sentido veo en seguir por televisión o internet un monólogo organizado desde el gobierno para aplaudir al gobierno.

 

No tengo nada en contra de que el gobierno promueva sus logros. De hecho me parece importante que los gobernantes puedan defender públicamente sus resultados ante la crítica de sus opositores o el escepticismo ciudadano. Sin embargo, la idea que tengo de un Informe de gobierno es que pertenece al mundo de la rendición de cuentas antes que a la propaganda gubernamental. Y lo que atestiguamos el pasado martes fue un espectáculo diseñado para vender la imagen transformadora y los nuevos proyectos del gobierno, no para deliberar sobre el estado que guarda la administración pública del país. 

 

¿Por qué tenemos un Informe de tan baja calidad en términos democráticos? En agosto de 2008 se reformó el artículo 69 de la Constitución y con ello se estableció el modelo vigente, en el cual el presidente ya no asiste a la apertura de periodo de sesiones, sino que ahora debe enviar su informe por escrito y complementarlo como respuestas a  requerimientos de información y la comparecencia de los secretarios de Estado. Esta reforma no se puede explicar fuera de la profunda polarización política que vivimos después de las elecciones de 2006, la cual tuvo un doble sentido: Los legisladores excluían del Congreso al presidente en nombre del equilibrio de poderes, mientras que el presidente evitaba el mal trago de asistir ante una asamblea en la que un grupo importante de legisladores lo desconocía y despreciaba.

 

El dictamen de la reforma justificaba el cambio de formato ante su “carácter añejo, discorde con las nuevas características de la democracia mexicana”. En este sentido, las comisiones concordaban “en la conveniencia de modificar el formato de la presentación del informe presidencial y adaptarlo a las circunstancias vigentes de nuestro país, con la finalidad de consolidar un Estado moderno con mecanismos funcionales y democráticos de rendición de cuentas. Para ello, es preciso que el titular del Ejecutivo o cualquier otra autoridad prevista en el proyecto de reforma (…) atienda los planteamientos que los legisladores le formulen en el análisis del informe o en cualquier otro, por medio de la pregunta parlamentaria o comparecencia, bajo protesta de decir verdad, y tenga la obligación de dar respuesta a éstos”. (Véase la Gaceta de la Cámara de Diputados del 20 de junio de 2008).

 

El formato del Informe, ¿tenía un “carácter añejo, discorde con las nuevas características de la democracia mexicana”?, no cabe duda alguna, basta con recordar el grotesco ritual cortesano de la salutación presidencial para desear que esos tiempos no regresen jamás a nuestra vida pública. ¿Es importante que el gobierno “atienda los planteamientos que los legisladores le formulen en el análisis del informe o en cualquier otro, por medio de la pregunta parlamentaria o comparecencia”? Tampoco hay duda que abrir nuevos canales para la discusión crítica sobre resultados de gestión, tal como se hace en otras democracias, representa un gran avance frente al monólogo presidencial del pasado.

 

Sin embargo, ¿la reforma adapta el Informe “a las circunstancias vigentes de nuestro país, con la finalidad de consolidar un Estado moderno con mecanismos funcionales y democráticos de rendición de cuentas”? No lo creo, antes bien pasamos del Informe como un ejercicio de pleitesía cortesana al señor presidente, al espectáculo auto celebratorio justificado con motivo del Informe. En ambos casos lo menos relevante es y ha sido la deliberación pública o la rendición de cuentas.

 

Si los legisladores están preocupados porque el Informe tenga una función centrada en la rendición de cuentas, tendrían que discutir la importancia de regresar al presidente a las sesiones del Congreso, ahora bajo un formato que, de acuerdo “a las circunstancias vigentes de nuestro país”, permita un debate abierto y crítico sobre los problemas nacionales y los resultados de las políticas públicas. Un Informe en el que el presidente escuche y sea escuchado. Más razones públicas, menos espectáculo.

 

Pienso en la imagen del presidente Peña Nieto flanqueado por los presidentes de las Mesas directivas de las Cámaras de Diputados y Senadores, ambos perredistas. Esta foto ha sido reconocida, con justa razón, como señal de civilidad política y oportunidad de una nueva relación entre gobierno y oposición, lo cual no es poca cosa después de la turbulenta década pasada y sus efectos. Sin embargo, esta imagen pudo haber sido mucho más simbólica si este encuentro hubiera tenido lugar como parte de un diálogo institucional entre poderes en la sede del Congreso y no como parte de un espectáculo organizado por el Poder Ejecutivo para celebrarse a sí mismo.

 

@ja_leclercq