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La insoportable levedad del decidir

Debemos cavilar conscientemente en qué trivialidades preferimos agotar nuestro poder cerebral

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Escrito en OPINIÓN el

Hace tiempo leí una nota sobre una tendencia que siguen personas como Barack Obama y Mark Zuckerberg que consiste en usar el mismo outfit prácticamente todos los días. De hecho, hay algunos capitanes de empresa y políticos de alto perfil que van más allá y delegan en terceros la decisión de qué comer además del manejo total de sus agendas.

Bajo esa misma línea, la diseñadora Matilda Kahl escribió en 2015 un artículo explicando por qué decidió hacerse un uniforme para ir a trabajar. Kahl, una directora de arte, explica en su op-ed que todo surgió después de haber tenido un paupérrimo desempeño en una importante junta de trabajo a la que llegó tarde y poco preparada. Todo por tardarse en escoger cómo iba a ir vestida a la junta.

Lo que tienen en común todos estos personajes, es que todos comparten la búsqueda por quitarse de encima decisiones (casi todas banales) que consumen su capacidad intelectual o brain power. Un antídoto para evitar lo que algunos psicólogos denominan “decision fatigue”.  

Según algunos expertos, la fatiga por tomar decisiones consiste en un debilitamiento mental que genera el tener que tomar tantas decisiones a lo largo del día. Dicho debilitamiento obliga a nuestro cerebro a buscar atajos mentales que normalmente nos coartan del buen criterio y en cambio nos hacen actuar imprudentemente o simplemente no hacer nada.

Pues hace unos días decidí hacer un experimento sobre mi “decision fatigue”. Conté cuántas decisiones tomo en un día promedio antes de llegar a la oficina. Entre ellas, si medito antes o después de jugar con mi hija, qué red social abrir (confieso que mi ermitañismo me hace tener solo Twitter y Linkedin que casi no uso); qué noticias y editoriales leer (tener que escoger entre apps de algunos periódicos/revistas y los artículos recomendados en mi timeline de Twitter y grupos de Whatsapp); qué ropa escoger (decisión que me obliga a revisar mi agenda del día y decidir si los compromisos ameritan traje o si puedo prescindir de la corbata); qué desayunar; qué contestar en conversaciones en Whatsapp no abiertas (personales y de la oficina); qué escuchar en el carro (radio, iPod, CD o Spotify) y finalmente elegir la ruta para llegar a la oficina o algún compromiso (muchas veces ayudado por aplicaciones como Waze o Google Maps).

Los resultados de dicho experimento me hicieron concluir dos cosas. La primera es que soy una persona muy privilegiada y que ejercicios como este ayudan a ser agradecido con Dios por lo que se tiene. Y la segunda, sin ánimos de sacar a relucir mi característica nostalgia, que la vida era mucho más simple antes de que llegaran las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).

Hoy en día vivimos sumergidos en un mar de indefinición frente a diversas trivialidades que nos presenta la vida. Aldous Huxley escribió en 1932 en su novela “A Brave New World” que en el futuro llegaría un método farmacológico que generaría una especie de indoloro campo de concentración en el que la sociedad amara su esclavitud.

¿Predijo Huxley en su distopía la llegada de los smartphones?

No estoy seguro de la respuesta pero sería insincero no decir que disfruto mucho la inagotable información que nos trajeron las TIC y su respectiva inmediatez. Además, vivir en tiempos en los que había menos decisiones insustanciales no necesariamente es mejor. Bendita Sociedad de la Información que nos da la posibilidad de decidir tantas nimiedades y entre ellas el simplemente no usar las herramientas que nos regaló.

No obstante, nadie nos dijo cómo administrarnos cuando llegó el casi infinito contenido alojado en la web. Fue como si le hubieran dejado la llave de la dulcería a un grupo de niños sin advertencia alguna (y ahora un subgrupo tiene obesidad mórbida y no puede dejarlos, otro sin saberlo tiene diabetes y uno más se queja de que nadie le previno las consecuencias que generarían sus atracones).

En otras ocasiones he escrito sobre las ventajas y desventajas de vivir en la llamada sociedad de la información. Aunque extraño comprar y escuchar un mismo álbum de música por semanas, o leer de sentón casi todo un periódico, prefiero tener la posibilidad de escoger entre muchos álbumes antes de comprar uno o de decidir qué partes leer de tres o cuatro periódicos. Además, y como decía Martin Luther King, Herman Hesse, Mahatma Gandhi el tío Ben de Spider Man: “with great power comes great responsibility”.

Es cierto que tantas decisiones tan intrascendentales como las que aludo en líneas anteriores pueden debilitar nuestra capacidad intelectual y robarnos la capacidad de decidir en lo realmente importante. Sin embargo, espero no tener que hacerme un uniforme, refugiarme en una comunidad Amish alejada del bullicio tecnológico, ni ceder la decisión de desayunar un machacado con huevo para evitar el decisión fatigue.

Estoy convencido que la lucha entre la sociedad y las TIC por dominar o ser dominado es real (aunque suene a película de Terminator). La clave radicará – como casi todo en la vida – en evitar los excesos. Así, deberemos cavilar conscientemente en qué trivialidades preferimos agotar nuestro poder cerebral, toda vez que desafortunadamente no es un tanque de gasolina que se llena con café (como a veces pensamos).

@alejandrobasave / @OpinionLSR / @lasillarota