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La importancia de la credibilidad

Prácticamente no pasa un día sin que el presidente confronte a sus adversarios. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

Aún es poco tiempo para hacer una evaluación objetiva del nuevo gobierno -lo que además no es fácil en un contexto de tanta polarización-, pero queda claro que en estos dos meses que han sido de una enorme intensidad, y en los que se han tomado decisiones polémicas sobre todo para algunos sectores. El presidente ha logrado acaparar el espacio público principalmente a través de sus conferencias de prensa matutinas en las que fija la agenda, así como de sus recorridos constantes por el país incluso en fines de semana y días feriados.

Prácticamente no pasa un día sin que el presidente confronte a sus adversarios -que en la mayoría de los casos no cuentan con mucha legitimidad- , responsabilice a las administraciones anteriores, a los conservadores o al neoliberalismo de todos los problemas que se le presentan, justifique a partir de la superioridad moral que ostenta aquello que antes cuestionaba con gran severidad, defienda las medidas adoptadas sin aceptar ninguna crítica, anuncie nuevos proyectos, pontifique y aproveche para dar consejos de buen comportamiento a la sociedad.

Tal parece que para López Obrador, los 30 millones de votos que recibió el pasado primero de julio así como la mayoría con que cuenta en el Congreso Federal -y en muchos de los congresos locales- o la cercanía con la gente, le dan el margen suficiente para hacer o decir lo que sea, muestra una determinación que en ocasiones pudiera rayar en la obsesión, hay una clara tendencia a concentrar el poder ignorando a los gobiernos estatales y debilitando los contrapesos que deben representar los otros poderes o los órganos autónomos. Todas las señales apuntan a la restauración del presidencialismo, lo que no puede ser una buena noticia.

Tampoco se debe pasar por alto que varias de las decisiones del presidente, aunque cuenten con aprobación mayoritaria de la población, así como la falta de pericia de sus colaboradores, han traído consecuencias negativas para la economía del país y la estabilidad de miles de familias como la cancelación de proyectos, los bloqueos de la CNTE, las huelgas en maquiladoras de la frontera norte o el despido masivo de empleados públicos por los recortes presupuestales, y no se advierte un plan para lograr un mayor crecimiento económico, atraer inversiones, generar oportunidades de empleo en la iniciativa privada. Si bien comparto la necesidad de canalizar recursos públicos a los grupos más desprotegidos, no es suficiente para resolver los problemas de pobreza y desigualdad.

También hay dudas fundadas respecto a que el modelo planteado por esta administración, basado en la participación de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública por un periodo indeterminado, vaya a traer buenos resultados ante el evidente fracaso de los últimos dos gobiernos que apostaron prácticamente por la misma vía.

Es decir, hay suficientes elementos para cuando menos ser prudentes respecto a lo que se puede esperar de este gobierno en términos de resultados concretos, y sin embargo los niveles de popularidad del presidente incluso se han incrementado, lo que pudiera encontrar explicación en la credibilidad que poco a poco ha logrado construir López Obrador con el paso del tiempo y que constituye su principal capital político. La gente lo percibe como alguien honesto, que llama a las cosas por su nombre y que, aunque se llegara a equivocar, se trata de alguien que realmente quiere hacer las cosas bien. Quizá en eso estriba la diferencia, y esa es la importancia de la credibilidad.

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