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La hora de Podemos

Algo no anda bien cuando son los que menos tienen quienes asumen el total de los costos en tiempos de crisis.

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Escrito en OPINIÓN el

Nadie vio venir su irrupción en el tablero político de España. En un inicio ni siquiera sus fundadores pudieron haber previsto los alcances de su iniciativa. Súbitamente fueron desprendidos de una apacible vida en la que el activismo en Puerta de Sol era conjugado con la docencia y la participación en pequeños medios de comunicación alternativos. Ahora tienen una responsabilidad severa y de dimensiones históricas: Ejercer un liderazgo para reinventar y reivindicar la política. Esto es, trazar nuevas líneas de pensamiento crítico y llevarlas a la práctica. Al lograr que su mensaje conectara con multitudes dentro y fuera de su país, han vuelto a encender la ilusión de que el cambio es posible. Cuando una fuerza emergente lo logra, la hora de su triunfo se aproxima.

 

Corría enero de 2014 cuando distintos círculos emanados de los Indignados del 15-M tomaron la controvertida pero atinada decisión de convertirse en partido político para incidir en el Estado y sus instituciones, vía que suele ser rechazada en amplios sectores de los movimientos sociales. Pese a las críticas, tenía sentido tomar el riesgo. Bastaba con pulsar los humores públicos: Los españoles se encontraban sumidos en el descontento con una democracia que no los representaba, un estado de ánimo no muy lejano al que prevalece actualmente en México. Existía una formidable oportunidad para ocupar ese vacío representativo.

 

El primer reto que el naciente partido se planteó fue competir en las elecciones al Parlamento Europeo. Con sólo cuatro meses de vida y contra todo pronóstico obtuvieron cinco europarlamentarios, convirtiéndose en la cuarta fuerza política de España. Su vertiginoso crecimiento no se ha detenido desde entonces. De acuerdo con una encuesta de Metroscopia publicada a inicios de febrero en El País, si hoy se convocara a elecciones Podemos obtendría el 27.7% de los votos, aventajando cómodamente al Partido Popular, con 20.9% y muy separado del rezagado PSOE, cuyas preferencias van en picada ubicándose en 18.3 por ciento.

 

Esto implica que a sus 36 años de edad, Pablo Iglesias, un profesor de ciencia política de la Universidad Complutense con extraordinarias habilidades retóricas y analíticas, y una suerte de némesis de Mariano Rajoy, sería ungido como primer ministro. El manual de etiqueta política que prescribe vestir de traje y corbata y enseña los pasos para ascender en la escalera del poder y de paso cerrarla al ciudadano de a pie, comienza a difuminarse.

 

El mensaje de Podemos caló profundo en la sociedad, precisamente porque provenía de la propia sociedad. Sin medias tintas, en el momento y con las palabras adecuadas denunciaron los estragos provocados por el consenso bipartita que venía gobernando desde la transición. El PSOE podía alternarse en el poder con el PP, pero en los últimos tiempos la orientación neoliberal de sus políticas no variaba. Si acaso, el primero se tomaba la molestia de adornarlo con rostro humano.

 

Al principio pocos alzaron el grito de ¡Ya Basta!, pero de pronto encontraron resonancia y se multiplicaron. Para entender el origen de Podemos hay que tener  en cuenta que a diferencia de las leyes electorales de México, diseñadas por los de adentro para obstaculizar el ingreso de nuevos competidores, las barreras de acceso en España son mucho menores. Por lo demás, las condiciones estaban dadas. Una sociedad con elevados niveles de educación y acceso a la información que sabe lo que es vivir en un Estado de Bienestar, fue atestiguando el gradual deterioro en su calidad de vida, al punto que más de la mitad de su población joven actualmente se encuentra en paro.

 

Algo no anda bien cuando son los que menos tienen, quienes asumen el total de los costos en tiempos de crisis, mientras que los más ricos, lejos de apretarse el cinturón, continúan acumulando. Los recortes a los servicios de salud y las pensiones se dieron en un momento en que las exenciones y los fraudes fiscales de las grandes corporaciones y la corrupción de la clase política fueron incrementándose. Ese libreto que condenaba a unos a la impotencia de ser meros espectadores mientras que a otros les garantizaba la continuidad de sus privilegios, de pronto comienza a reescribirse.

 

Desde luego, cuando los grupos dominantes se sienten amenazados, blindan sus fisuras internas para desplegarse como un bloque unitario. Disciplinadamente cierran filas para impedir el paso de los vientos del cambio. Si populista es el adjetivo predilecto para denigrar cualquier alternativa de cambio, con Podemos han sido pródigos con éste y muchos otros calificativos: Chavistas les dicen cuando sus ánimos están apaciguados, para luego sucumbir ante sus temores y acusarlos de ser partidarios de la organización terrorista ETA o ser financiados por el fundamentalismo islámico.

 

Para los grupos de poder, la decisión democrática de las mayorías es sólo aceptable en tanto las cosas sigan tal como están. Pero cuando el veredicto ciudadano favorece a una opción con vocación transformadora, alertan del caos, el desorden, la crisis económica, el cierre de empresas y la fuga de capital que se avecinan. En síntesis, para la derecha Pablo Iglesias es un peligro para España.

 

En su desesperado intento por detener el avance de Podemos, el bloque conservador ha hurgado presente y pasado de sus dirigentes con la esperanza de encontrar el escándalo que demuestre que no son tan puros como dicen ser. Así han elevado a tema de interés nacional una presunta irregularidad administrativa en la Universidad de Málaga en la que involucran a Íñigo Errejón, uno de sus dirigentes. La motivación es de un cinismo insondable: “¿Ya ven? Son igual de corruptos que nosotros, que no los engañen.” En vez de aceptar que algo anda mal y que hay que corregir el  rumbo, el gobierno de Rajoy se aferra a su posición y busca atraer a la bancarrota moral, es decir, a la normalización, al nuevo contendiente.

 

Sin embargo, aunque no lo quieran aceptar se han visto forzados a cambiar, lo cual puede leerse como un primer triunfo de Podemos. Su sola aparición en el mapa electoral obligó a que los partidos tradicionales que se asumen de izquierda y centro-izquierda –IU y PSOE– democraticen sus decisiones internas o refresquen los rostros de sus dirigentes como parte de una estrategia para enfrentar a quien viene a disputarles su lugar histórico. Por su parte, la derecha ha tenido que reconocer las profundidades del pozo de la corrupción del régimen que encabeza y a regañadientes ha procesado a algunos de sus más connotados miembros.

 

Lo extraordinario de casos como éste y el ya consumado triunfo de Syriza en Grecia, es que constituyen una alternativa para canalizar el malestar ciudadano completamente opuesta a las extremas derechas que venían creciendo dramáticamente en Europa. El simple pero peligroso discurso xenofóbico que inocula el odio y capitaliza el resentimiento social venía ganando adeptos en buena medida porque las fuerzas progresistas no habían podido articular un discurso atractivo, o bien , se habían mimetizado con sus adversarios y ya no representaban una opción de cambio.

 

Walter Benjamin tenía razón cuando hacía ver que el ascenso del fascismo es producto de una revolución fracasada. Slavoj Žižek reformula esta aseveración para traerla a tiempos actuales: en efecto, el auge de la extrema derecha es el fracaso de la izquierda, pero también es la prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción que la izquierda no fue capaz de movilizar.

 

Podemos junto con Syriza son organizaciones que han sabido leer las realidades de sus contextos y presentarse como alternativas esperanzadoras. Son convertidores de malestar social en energía transformadora, actúan colectiva y alegremente, enarbolando la diversidad y los valores de la libertad y la igualdad. Pero también actúan con responsabilidad reconociendo las limitantes impuestas por la interdependencia global. España y Grecia están dando una lección al mundo entero: que cuando la ciudadanía decide que ha llegado la hora de cambiar de rumbo y optar por una opción claramente diferenciada del estatus-quo, es posible hacerlo en clave democrática. 

 

¿Cuáles son las características y los componentes de esta emergente forma de hacer y pensar la política? Dedicaré una futura entrega a intentar responder esta pregunta.

 

@EncinasN