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La hollywoodesca suerte de Trump

Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que Donald J. Trump pasará a la historia como uno de los tipos más afortunados de nuestros tiempos

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Escrito en OPINIÓN el

Una de las series más exitosas en los últimos años es la versión gringa de House of Cards. Este thriller/drama político se centra en la vida de Frank y Claire Underwood y comienza cuando Frank se entera que ha perdido la nominación para Secretario de Estado que le había prometido el entrante presidente. Conforme avanza la serie, el siniestro político demócrata personificado por Kevin Spacey lucha incansablemente por ascender en la escalera del poder con base en artimañas, ingenio, corruptelas y mucha suerte.

Desde febrero del 2013 que inició la serie me enganché con ella. Aunque siempre he reprobado su apología a la llamada realpolitik corrupta, quedé cautivado con su espléndido guión y mejores actuaciones.

Todavía recuerdo que hace unos meses me quejaba cuando alguien decía que House of Cards era un reflejo de la política en la vida real. A quienes decían eso les refutaba sus dichos comparando la serie con su antítesis; The West Wing. Dos muy buenas series que aunque son polos opuestos (una con el idealismo ingenuo e idílico de Aaron Sorkin y la otra con un pesimismo Camusesco que poetiza los antivalores que predican sus protagonistas), ambas exageran de manera desproporcionada para ser taquilleras.

Además, en House of Cards en particular, la casa siempre ha ganado. Me parece ridículo que hasta la fecha sus guionistas no hayan escrito personajes más astutos que los Underwood, o que cuando pareciera que han llegado, milagrosamente Frank siempre los ha vencido. Una absurda suerte palomera de la que solo gozan los protagonistas de películas de Hollywood.

Pues en este año 2017, Trump ha hecho añicos mi crítica a House of Cards. ¿Nadie goza de tanta suerte en la vida real? Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que Donald J. Trump pasará a la historia como uno de los tipos más afortunados de nuestros tiempos (y sin ser producto de la imaginación de un grupo de escritores).

No me refiero al haber nacido millonario, ni a la envidiable educación a la que pudo acceder (aunque no la manifieste). Tampoco a sus quiebras y cómo ha salido de ellas, ni a los rescates que sus abogados le han brindado en demandas y escándalos de toda índole.

Cuando digo que a Trump la diosa Fortuna le sonríe como a nadie, me refiero a su meteórico e improvisado ascenso en la política. Cuando en el 2015 anunció que iba a competir por la presidencia de EU, prácticamente nadie lo tomó en serio. Un tipo bocón y hábil en los negocios pero sin mayores destrezas o acciones destacables. Un empresario con una veleidosa ideología (por no decir nula) y con un mensaje hueco y populista. ¿A qué podía aspirar fuera de entretenernos cuál bufón?

Así, comenzó su campaña. Plagada de bandazos, imprecisiones, enervantes faltas de respeto, vilezas al por mayor y muchos escándalos. Ese coctel molotov que hubiese significado el acabose para cualquier otro candidato, para Trump fue la llave para ganar el voto anti-establishment (vaya contrasentido). Y su voto duro fue tan fiel durante su campaña, que él mismo bromeó al respecto cuando dijo que podía matar a alguien y no perder votos.

Con todo lo anterior, ganó la presidencia de EU contra todo pronóstico. No por su buena campaña, sino por una gran dosis de suerte en la que se combinaron, entre otras cosas, la paupérrima campaña de Clinton, el hartazgo ciudadano del status quo, la intervención rusa e (irónicamente) el extraño papel que jugó James Comey y su investigación a los correos de la campaña de Hillary. No por nada, Maquiavelo decía que la fortuna es un factor muy importante en la política.

Pero la suerte del misógino y xenófobo empresario no terminó ahí. Cada escándalo que no lo ha liquidado políticamente, lo ha fortalecido. Ahora hasta sus detractores se han convertido en sus involuntarios defensores cuando argumentan en su favor con frases como: “¿qué podías esperar de él?” o “lo raro hubiera sido que no hubiera dicho/hecho eso”. Con ello, se ha hecho a un lado la indignación y ha entrado una etapa de resignación e indiferencia.

Además, son tan bajas las expectativas que se tienen de él, que cuando hace algo de forma mediocre o medianamente buena, es aplaudido por propios y extraños. Si parece que exagero, sugiero echarle un vistazo a las reacciones en prensa y sondeos de su discurso en el Estado de la Unión o de su forma de debatir frente a Hillary Clinton.

Por si no fuera poco (y hasta hoy), el manto del Kremlin que cubre su prepúber presidencia no ha sido suficiente para hacernos despertar de la pesadilla de tenerlo como el “líder del mundo libre”. Y aunque todavía le falta historia al nuevo escándalo de su reciente petición indirecta a Comey de dejar de investigar los nexos entre Michael Flynn y Rusia, da la impresión que nuevamente saldrá golpeado pero con oxígeno suficiente para evitar el impeachment.

Por todo lo anterior (y en lo que se le acaba la suerte), es importante que el mundo recobre la capacidad de asombro y sobre todo la de indignación que le robó Trump. La reciente salida del Acuerdo de Paris no generó la misma irritación que hubiese tenido hace unos meses. Pronunciamientos de algunos políticos, notas de prensa y artículos de opinión unos cuantos días y listo. La indignación masiva por sus actos ha disminuido con el tiempo.

Por nuestra parte, habrá que poner mucha atención a la relación Trump-México en los próximos meses. Se viene un desgastante proceso electoral, quizá el más sucio y polarizante de nuestra historia como país. Este periodo puede ser el momento oportuno para reabrir las negociaciones del TLCAN, la construcción del muro a cargo de México o lo que crea que pueda valerle el aplauso del redneck del rust belt que lo entronizó. Un gobierno mexicano poco firme y un país entero enfocado en un proceso electoral, pueden hacer de México una apetitosa presa para un bully urgido de víctimas y con una suerte que ni un churro hollywoodesco pudiera imaginar. Que no se nos olvide que como dice Frank Underwood: “Un león no pide permiso antes de comerse una cebra”.

@alejandrobasave