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La herencia

Hay que tratar de entender y resolver la relación con la madre acá adentro, sin culpas, sin remordimientos. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

"Nuestra herencia fue el miedo a la locura", dice. "Pero el miedo a la locura no es la locura, eso ya lo entendí". Elige llamarse Ana, tiene cuarenta años, nos encontramos por mucho tiempo en las clases de yoga. Es madre de dos hijos varones, "por suerte, no sé qué hubiera sido de mí educando a una hija. Y de ella". Le pregunto por qué quiere que hablemos de su madre y, sobre todo, ¿por qué quiere que quede escrito. "Para ordenarme la cabeza. ¿No crees que puede ser útil para otras mujeres?" "Claro que lo creo. Sí. Muy útil". "No debo ser la única que siente que su mamá la exprimió como a un limón". "No, no eres la única, segurito que no".

Ana siente que su madre es "un vampiro", desde niña tuvieron problemas muy serios, su madre daba por hecho que sabía exactamente lo que su hija pensaba, necesitaba, quería. Ni siquiera imaginaba que una relación madre-hija pudiera ser de otra forma a pesar de que la relación de Raquel (la madre),  con Angélica (la abuela de Ana) era "tormentosa" y muy "sufrida".  En una familia de varios hermanos, Raquel fue "asignada" para cuidar de la madre. Sucedió sin palabras, ante cada crisis de la abuela solo Raquel aparecía, así se implantó una costumbre que nadie se cuestionaba. Ana escuchaba la desesperación de su madre y se sentía muy solidaria con ella. Pero algo "extraño" sucedió muy pronto: cuando Raquel desfallecía, insultaba a su hija. Cuando el padre de Ana "desaparecía", cuando la madre supo de sus otras relaciones, cuando Angélica era internada por periodos breves por sus crisis "nerviosas", Raquel se enfurecía contra Ana, en ocasiones, hasta los golpes. Le prohibía toda salida y todo contacto con el exterior.

"Rompía mis calificaciones si no eran dieces, hablaba mal de mí, muy mal. Con las religiosas de la escuela, con sus amigas. Todo la enojaba y la ofendía. Gritaba mucho, yo sabía que sufría por las enfermedades de su madre, que tenía miedo de volverse loca como su madre". "¿Su madre estaba loca? ¿quién lo dijo?" "Qué sé yo, si no estaba loca era algo muy parecido". Un día Ana escuchó que su madre decía: "tenemos que aniquilar a las hormigas". Esa tarde tuvo su primera crisis de pánico, las padeció por muchos años, no cree en ningún tipo de terapia, yoga ha sido su camino hacia la sanación y le ha funcionado muy bien. "Me dieron mucho miedo sus palabras. Dijo "aniquilar" y fue la manera como me miró, yo no era hormiga, pero me dio miedo que se confundiera". "¿Que quisiera aniquilarte?" "Es que sí quería, ni cuenta se daba, no voy a decir que todo era de mala intención, pero es como con los animales, si un animal piensa que lo vas a atacar, pues te ataca antes. Igual las personas, si entran a tu casa y te atacan y tienes una pistola, pues disparas". Le pregunto si su madre sentía que actuaba en "legítima defensa" al atacarla a ella, su hija. "Dalo por hecho, por ejemplo, mi papá salía con mujeres de mi edad, luego hasta más chicas. Pues ella se ponía furiosa conmigo por la edad, porque era mucho más joven que ella". "Bueno, como es lógico, eras su hija". "En un punto ya no lo era, nada más éramos dos mujeres, lo de que yo era su hija no lo recordaba. Ella así lograba vivir, pero me aplastaba, me aplastaba como las aplanadoras de cemento, ¿las has visto cuando componen las calles? Ella tenía derecho a vivir a costa de los demás, eso sentía". "¿Y qué crees que la hacía sentirlo?" "Que ella era perfecta y los demás la hacíamos sufrir, nadie se merecía su perdón, éramos desalmados, eso creía ella, era nuestra víctima". 

"Le molestaban mucho la risa, las carcajadas, decía que reírse era de gente estúpida. Pero llorar también era de gente estúpida para ella. Lo que fuera, lo que sintieras era de gente estúpida". "¿Y ella qué hacía con sus emociones?" "Ah, ella no sé, vivía como medio viva, por culpa de los demás, decía". "¿Y qué pasó contigo?" "Me fui dando cuenta que en mis relaciones importantes hacía lo mismo que con ella, buscaba hombres de esos muy narcisistas, de los que nunca oyen lo que les dices, muy desdeñosos, muy egoístas y allí me enganchaba, cuando ni me escuchaban, ni me veían".

"Un día una amiga vio un pleito que me armó mi marido, fue horrible, muy humillante, yo me defendí, pero sentía que no tenía yo derecho, que era una maldad no permitirle que me denigrara". "¿Era una maldad de tu parte no permitirle que te denigrara?" "Sí, porque quizá no era tan grave, él decía que yo exageraba, pero ya para esa época había puesto a su nombre la casa que compramos con el dinero de los dos y mi amiga me dijo después una cosa muy dura: 'no puedes seguir bañándote con ese jabón del perro agradecido, ¿qué te pasa? ¿qué le agradeces si te está destrozando?' Me dio unos artículos tuyos donde escribías de los amos". "¿Él se comportaba como un amo?" "Sí, pero yo me comportaba como esclava. Era como mi mamá, igual, ni en cuenta yo que era igual, pero pues parecía que a mí si me trataban bien no sentía el cariño, lo sentía si no me veían". "¿Cómo?" "Ajá, si tenía que hacer y hacer y luchar y pedir perdón y rogar para que me dieran un lugarcito, así me sentía yo querida, como con ella. O a la mejor ni querida me sentía pero creía que para mí no había de otra en esta vida".

"Los ataques de pánico regresaron y crecían. Eran unas angustias muy fuertes. Sentía que si obedecía más a mi mamá me iba a mejorar, que me los provocaban mis malos pensamientos, mi egoísmo, que eran un castigo por no doblegarme. Iba a su casa y me decía que me veía mal, que era una inútil, que no entendía cómo mi marido me soportaba. Le llevaba su súper esa tarde, entré con las bolsas y ella se arrojó sobre mí y tiró todo al piso, me jalaba del pelo. Había encontrado unas cartas que mi abuela le había escrito a su psiquiatra donde decía que la odiaba, que se arrepentía de tener esa hija. Sí sentí compasión por ella porque estaba como loca, me dijo que también ella se arrepentía de tenerme a mis hermanos y a mí, porque todos en la familia íbamos a terminar locos. Fue como si viera pasar una película, no solo de mi mamá y yo, sino también de mi marido y yo". 

"¿Qué hiciste?" "Pues ver esa herencia que nos dejaba ella y la herencia que le dejó a ella su mamá. Darme cuenta de que yo sentía que si no obedecía me iba a perder, a desaparecer de mi misma, depender de ellos creía yo que era mi protección y también que tenía terror, de verdad terror de que me 'aniquilaran como a una hormiga', se fue haciendo claro, no es que antes lo supiera. Siempre tuve miedo de volverme loca si les decía que no, si ponía límites cuando en algo no estaba de acuerdo, miedo de que se fueran y me dejaran sola y nadie, nadie me iba a poder querer, ¿por qué razón alguien me querría? Tenía un trabajo, hice las maletas y me fui con mis hijos”. 

“¿Sabes? Cuando haces yoga, cuando meditas, cuando platicas con otras mujeres con madres a las que llaman 'narcisistas', cuando pasan las semanas y nadie te descalifica, nadie te pone a dudar de ti, vas confirmando que eso no es vida, no era una vida que yo quería. Reproduje en mi relación de pareja la relación con mi madre. ¿Quién lo hubiera creído, algo tan absurdo? ¿tú lo puedes creer?" "Sí, claro que lo puedo creer, me los estás diciendo". "Las mujeres pensamos que lo que vamos a reproducir es la relación con el papá, no es verdad y no queremos analizar la relación con la mamá, la rivalidad, los celos y no nos damos cuenta del montón de cosas que pasan y que elegimos consecuencia de esa relación. Hay que tratar de entender y resolver la relación con la madre acá adentro, sin culpas, sin remordimientos, si no, no termina una de andar pagando la vida entera lo que no debe. La locura no es herencia que yo acepte. Yo ya no me baño con ese jabón".