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La hemorragia y la gangrena

Los datos parecieran mostrar que México ha entrado en una recesión moderada, pero recesión al fin y al cabo. | Ricardo de la Peña

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Escrito en OPINIÓN el

Los datos —los que deberían ser los únicos, no los otros— parecieran mostrar que México ha entrado en una recesión moderada, pero recesión al fin y al cabo.

Un historial de recesiones

Esta no es, desde luego, ni la primera ni la mayor recesión que ha enfrentado la economía nacional, lo que permite que tiros y troyanos den lecturas encontradas sobre el alcance y significado de lo que está ocurriendo: que si para nada se puede comparar esta leve caída, si es que se admite que hay tal, con los abruptas descensos de producción y deterioro de las variables macroeconómicas ocurridos en eventos anteriores, destacadamente la crisis que comenzó una noche de diciembre de 1994. Pero que tampoco se compara con el declive que se dio aparejado con la Gran Recesión mundial de fines de la primera década de siglo. Vamos, que ni siquiera alcanza la magnitud de la crisis que siguió a los atentados a las Torres Gemelas.

Los críticos de la administración actual advierten sin embargo que la recesión que hoy se enfrenta apenas comienza y puede prolongarse y profundizarse, pues no existen medidas claras que desde el interior permitan prever cómo salir del bache e incentivar la inversión requerida para un despegue que deje atrás los datos negativos, ni se tienen providencias eficaces ante una eventual caída del producto en la economía estadounidense, anunciada ya por múltiples voces.

Pero, ¿es verdad que esta recesión es una crisis que debiera recordar los sucesos de hace un cuarto de siglo o es algo totalmente distinto? Pongamos en la mesa una hipótesis que diría que ambos momentos no tienen nada que ver entre sí, que son dos eventos muy diferentes, con alcances y consecuencias muy distintas.

Dos padecimientos distintos

Aquellos días de fines de 1994 se vivió un evento que, por emplear un símil médico, habría sido una hemorragia, una salida de sangre desde el aparato circulatorio provocada por la rotura de vasos sanguíneos que, por su magnitud, provocó una pérdida enorme de sangre (capitales), lo que amenazó la vida económica de la nación, propiciando muy diversas complicaciones: una anemia que llevó al cierre de fábricas, al desempleo y a un recorte brusco del gasto público. Por su tamaño y profundidad, la herida no sanaría sola y obligó a una rápida transfusión de recursos para mantener activo el organismo y contener la emergencia, aunque las secuelas aún las estemos cubriendo.

Lo que ocurre en este 2019 es más próximo al desarrollo de una gangrena, a la muerte de tejido corporal como consecuencia de la falta de irrigación sanguínea suficiente (esa austeridad republicana con recortes muy diversos), que afecta primero a las extremidades, pero más tarde a los músculos y órganos internos, muriendo tejido. Y si bien la situación demanda tratar urgentemente el padecimiento, la presencia de gangrena es precisamente lo que el médico a cargo se niega a admitir. Cuando esto pasa, suele ocurrir que el organismo termine mutilado, si es que sobrevive.