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La fragmentación del Poder

México también inició como un país descentralizado y luego se fue consolidando un gobierno central y una Presidencia mucho más potente.

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unos días, lanzamos un curso binacional sobre la relación México-Estados Unidos entre El Colegio de México, CIDE y la Universidad de Johns Hopkins.  Ha sido una gran experiencia, hasta ahora, con estudiantes y profesores de los dos países debatiendo temas a través de videoconferencias. Cada vez más somos menos conscientes de la distancia que nos separa y las limitaciones de la tecnología y parece como si fuera una sola clase realmente binacional con todos los mismos alumnos en la misma aula.

 

En la última clase, intentamos analizar como los dos sistemas políticos -de México y Estados Unidos-  son parecidos y diferentes, una clave para entender cómo interactuamos en los temas cadentes de la diplomacia y la economía. Y rápidamente se hizo claro que cada vez más, los dos sistemas se parecen, si bien persisten algunas divergencias notables. Y si hay un tema que caracteriza a los dos sistemas cada vez más es la fragmentación del poder.

 

Estados Unidos nació como un país altamente descentralizado, con un Congreso poderoso, una Presidencia débil y estados ultrapotentes. Según Benjamín Ginsburg, profesor de Johns Hopkins, en el primer siglo y más de la vida de la República, los partidos muchas veces proponían a candidatos poco importantes para la Presidencia, ya que era más ceremonial que influyente.  Había excepciones claras, incluyendo a Abraham Lincoln, George Washington o Thomas Jefferson, quienes a raíz de guerras o disputas nacionales tuvieron más impacto, pero fue hasta el siglo XX que la Presidencia fue consolidando el poder que ahora tiene en el país, aunque sigue siendo muy acotada por los poderes que conservan el Congreso, el sistema judicial y los gobiernos estatales.

 

La incapacidad del presidente y el Congreso de ponerse de acuerdo en el presupuesto del gobierno el año pasado, que llevó a un periodo sin muchas de las funciones del gobierno, es muestra clara.

 

En México ha pasado algo similar, pero inverso. México también inició como un país descentralizado, quizás más por las limitaciones del Estado que por las leyes, como ha argumentado Lorenzo Meyer, y luego se fue consolidando un gobierno central y una Presidencia mucho más potente con los liberales, el Porfiriato y, después de la Revolución, el sistema de partido hegemónico. 

 

Los poderes regionales nunca desaparecieron en México y sabemos que aún dentro del Partido Revolucionario siempre hubo estires y aflojes entre el centro y la periferia, pero sí llegó a ser un sistema altamente presidencialista por muchas décadas.  Y después, todo eso cambió con la democratización y los estados, el Congreso y la Suprema Corte emergieron como contrapesos formales e informales al poder presidencial.

 

Hoy ambos países viven una especie de fragmentación política, donde hay muchos centros de poder, en el gobierno y en la sociedad, que inciden en los debates nacionales y en las decisiones públicas.  Esa fragmentación dificulta la toma de decisiones en las políticas públicas -tal como la implementación de la reforma educativa en México o la aprobación de una reforma migratoria en Estados Unidos- y muchas veces deja que poderes fácticos se adueñan de espacios de decisión. 

 

Me arriesgaría a decir que en México hay más facilidad en la toma de decisiones, pero se complica mucho la implementación; mientras que en Estados Unidos es la inversa: Cuesta mucho trabajo tomar decisiones, pero una vez tomadas, la burocracia las implementa más o menos efectivamente.

 

Pero la fragmentación no es sólo un tema negativo. También ayuda a que los ciudadanos tengan voz en las decisiones y que se ventilan distintos puntos de vista antes de llegar a concretizar proyectos.  Ayuda también a acercar algunas decisiones en temas como la educación, salud y seguridad pública, a los ciudadanos en sus gobiernos locales y estatales, donde pueden tener una voz más directa. 

 

En ambos países esta fragmentación es imperfecta, cargada de claroscuros, pero es una realidad de las democracias imperfectas y que nos tocan ir mejorando.

 

**Mis opiniones son de carácter personal.

 

@SeleeAndrew