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La falsa historia

El mexicano es una cruza de la historia y del encuentro de dos mundos diametrales.

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Escrito en OPINIÓN el

Octavio Paz dice sobre el mexicano en "El Laberinto de la Soledad", que somos todos, como nación, hijos de la violación, hijos de la chingada. Es un concepto que anticipa la premisa de que todos tenemos un origen desgarrado, violentado en esencia.


Un origen violento que tiene como consecuencia una personalidad colectiva bipolar. El primer conflicto interno deriva del origen indígena de nuestra historia y ancestros. La primera y verdadera derrota no fue la física, sino la cultural. La imposición histórica de lo europeo sobre lo indígena. Esto no sólo se refiere a los indígenas sometidos en la primera mitad del siglo XVI, sino al mexicano actual que abstrae su pasado pre-colonial y lo sojuzga, lo suprime.

El segundo conflicto viene de lo español, del que se impuso. Esa parte de la cultura occidental racional que supo, con sólo un puñado de hombres, dominar a todo un conjunto de naciones. En la composición, lo español es lo impuesto sin elección; es el victimario. Que asimismo, como elemento de identidad común, también se niega y rechaza.

Así qué el mexicano, no es indígena ni español. Es una cruza de la historia y del encuentro de dos mundos diametrales. Una mezcla de tradiciones alejadas y de razas que se niegan la una a la otra en el inconsciente. Son como la razón y la pasión que luchan dentro de uno mismo por imponerse, en una lucha constante, que nunca termina.

En su indefinición, el mexicano es una mezcla de Moctezuma y Cortés. Significado uno como el arraigo a la tierra y a las tradiciones que nos vienen por la madre; el espíritu esencial de nuestra historia de resistencia y perseverancia constante ante las causas improbables. Es también el estoicismo y la resignación soberana y digna. El segundo componente del mexicano, el que viene de Cortés, es la química del conquistador que quemó las naves eliminando la ruta de escape. El que dio sentido a la conquista, el que se impuso. Es el lado paterno.

De ambas partes surge México, como una entidad nueva. Y sin embargo, la historia nos demuestra que la división y el desgarramiento son constantes, no sólo en el ámbito interno sino en el colectivo. Nos cuesta trabajo identificar una vida en sociedad propia, con valores esenciales comunes y propios que le otorguen un sentido autónomo al futuro.

La historia oficial ha tratado de articular mitos que faciliten ese sentido común en el pasado. Sin embargo mal se hace en omitir o esconder verdades de la historia. Porque sólo conociéndola, sin subjetivismos ni presiones ideológicas y políticas, es posible asumir el pasado común. Cambiar la concepción del origen desgarrado para comprenderlo como el origen de un encuentro único, que dio lugar a la creación de un pueblo nuevo, enriquecido tanto por la madre como por el padre.

 

Para mal, esa historia oficial generadora de emblemas, ficciones y leyendas, ha provocado que la polarización cultural se afirme en la esencia colectiva. Asienta la teoría de la violación, en vez de unir en el pasado.  Más que generar unidad a partir de héroes y epopeyas, divide entre buenos y malos, sin tomar en cuenta que el proceso histórico no es de absolutos, sino que se trata de una totalidad que debe ser vista en conjunto.

 

La independencia se mal festeja, pues se conmemora el grito de Dolores del cura Hidalgo de 1810 y no su consumación, el 27 de septiembre de 1821, por Agustín de Iturbide. Siendo esta última, nos gusté o no, la que se habría de celebrar. Es una historia subjetiva porque se acomoda a los mitos e ideología que los ha creado.

 

Los elementos clásicos de la identidad, parten del mito de origen y la pureza de la raza. En México, esos dos elementos se encuentran ausentes. Ya que, cuando menos, tenemos dos orígenes (español e indígena) y, por ello, no existe una pureza racial. Nuestra identidad deriva de la unicidad de la experiencia y se sostiene en el producto del encuentro de dos mundos. No en la violación que destruye, sino en el acto que, aunque violento, crea.

 

Es fundamental revisar nuestro origen colectivo y sus mitos, para entender nuestro presente. Reinterpretar el pasado hace bien, porque renueva los proyectos a futuro. Entendernos como una unidad auténtica, producto de un proceso histórico, no sólo es un acto aislado de la historia, sino una obligación presente para entender nuestros valores, sentido y proyecto como sociedad.

 

@gstagle