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La estupidez

“El número de necios es infinito”, Eclesiastés, I, 15. | Octavio Díaz García de León.

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Escrito en OPINIÓN el

La idea: El ser humano no siempre actúa en su mejor interés. La historia y la vida cotidiana están llena de hechos absurdos que dan cuenta de la irracionalidad de las personas y de aquello que hemos denominado su estupidez. Y esto afecta a todos los grupos humanos ya que la estupidez no es característica de determinado grupo de personas. ¿Cómo podremos superarla?

La Real Academia Española define a la estupidez como “Torpeza notable en comprender las cosas”, aunque en este artículo me refiero al actuar contra el propio interés de la persona y de quienes le rodean. No abundaré con ejemplos en estas líneas porque eso es materia de una enciclopedia.

La historiadora Bárbara Tuchman menciona que “un fenómeno destacado a través de la historia, sin distinción de lugar o periodo, es el que los gobiernos persigan políticas contrarias a sus propios intereses”. Y se pregunta “¿Por qué los altos funcionarios actúan tan frecuentemente en sentido contrario a lo que señala la razón y a lo que sugiere el ilustre interés propio?”.

Menciona algunos ejemplos: El Caballo de Troya, ¿por qué tenían que meterlo los troyanos a su ciudad? ¿Por qué Carlos XII, Napoleón y Hitler cometieron el mismo error de invadir Rusia a pesar de las experiencias previas? ¿Por qué los aztecas sucumbieron ante unos cuantos aventureros españoles, a pesar de ser guerreros formidables y haberse dado cuenta que sus enemigos no eran dioses?

Carlo Maria Cipolla, en su libro “Allegro ma non troppo” habla de las leyes de la estupidez. Estas son: Siempre se subestima el número de estúpidos.  La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de sus características personales. Un estúpido ocasiona pérdidas a otras personas, mientras que él no gana nada e incluso pierde. Las personas que no son estúpidas siempre subestiman el poder de hacer daño de los estúpidos. Una persona estúpida es la persona más peligrosa. La matriz que desarrolla en su libro para ilustrar las consecuencias de las acciones de las personas, es ingeniosa y muy cierta.

El caricaturista Scott Adams con su personaje Dilbert lleva más de 30 años viviendo, literalmente, de la estupidez. En sus tiras cómicas se ha dedicado a caricaturizar lo que ocurre en las grandes empresas en cuanto a decisiones absurdas que toma la gerencia y cómo los empleados de dichas compañías tienen que hacer para sobrevivir a esas ocurrencias.

Desde la aplicación de la última moda en la administración de empresas hasta la eterna lucha por reducir gastos a costa de los empleados, quienes ven reducidos sus espacios de trabajo hasta niveles ridículos y siempre están amenazados con ser despedidos.

También hace burla de cómo se mata la creatividad de los empleados y se les somete a una serie de trabajos sin sentido. Como bien lo señala en la portada de uno de sus libros: “No soy anti-empresarial, soy anti-estupidez”.

¿Por qué gente inteligente y con preparación, cuando ocupan puestos de alta responsabilidad realizan tantas tonterías? Y eso no es lo peor, ¿por qué personas igualmente inteligente, con estudios y experiencia están dispuestas a realizar las idioteces que les piden sus jefes, sin chistar?

En general, existe un miedo a “no hacer olas”, a hacer las cosas, aunque sean necedades, a no trata de aparecer como “rebelde”, a no cuestionar lo que se pide que se haga, a “navegar” con tal de conservar el trabajo.

Por otra parte, las altas jerarquías, suelen ser poco tolerantes a la crítica interna. Los jefes creen que por tener esa posición, deben saber más que sus subordinados, así hayan llegado allí sin ninguna experiencia previa o sin capacidades directivas, por no haber dirigido instituciones.

Además, dos aspectos refuerzan esas actitudes: Las burbujas: grupo de personas que los rodean y no permiten que nadie se les acerque. Los anticuerpos: cuando alguien logra penetrar la burbuja, lo atacan como si fuera un extraño enemigo y los acaban expulsando del grupo. Así, los jefes se aíslan y no hay quien les diga: “El Rey va desnudo”.

No hay remedio fácil contra la estupidez como muestra la evidencia. Pero se podría empezar por ser autocrítico: saber cuándo los prejuicios se sobreponen a los hechos y la razón; cuando la testarudez lleva a extremos que pueden perjudicar a todos y a sí mismo.

También ayuda abrirse a la crítica externa, no importa de donde venga. Saber escuchar y estar dispuestos a usar la razón por encima de los prejuicios. Dejar de creer en ideologías como acto de fe y cuestionar las ideas preconcebidas.

La humildad y el reconocimiento de nuestras limitaciones son importantes, aspecto que enfatiza Carlos Llano en su libro “Humildad y Liderazgo”.

Pero lo más importante es no quedarse callado ante lo que se percibe como una estupidez. El silencio de los inteligentes es tanto o más dañino que las acciones de los estúpidos.