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La divulgación de la palabra impresa

Las literaturas modernas no sólo cambiaron la manera de concebir el arte. | Jorge Iván Garduño

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Escrito en OPINIÓN el

La imprenta propició una rápida propagación por Europa de la palabra escrita, inaugurando una nueva Era en el conocimiento humano llamado Renacimiento (S. XV-XVI), que, junto con el humanismo y la Reforma, formó parte de un movimiento espiritual que precedió a la entrada al modernismo.

Durante el Renacimiento, la obra del inglés William Shakespeare se propagó no solamente en Inglaterra y Europa, sino además llegó a Rusia, algunas zonas de África y de Oriente Medio.

Las obras de Shakespeare se inspiraron en las historias de la Antigüedad clásica o en acontecimientos de la historia de Inglaterra, pero lo maravilloso fue que él las dotó de un riquísimo contenido literario para mostrar todas las facetas del corazón del hombre: sus pasiones, sus impulsos, sus amores, sus celos, sus ambiciones, su avaricia, sus dudas, su pasión filial; que con la calidad poética de William Shakespeare alcanza a transformar el arte en un símbolo universal.

Posteriormente en el teatro clásico francés surgió una figura que dominó el teatro cómico del siglo XVII y que sobresalió a la vez como escritor y como actor, fundando las bases de lo que sería la actual Comedia Francesa, me refiero a Jean-Baptiste Poquelin, llamado Molière.

Molière impregnó en sus obras un desarrollo de la acción muy hábil logrando una extraordinaria pintura de caracteres donde los vicios humanos, sus flaquezas y las pasiones de la sociedad de su tiempo se describen con mano maestra.

En las primeras décadas del siglo XVIII, Daniel Defoe (1660-1731) es el primero en hacer de la literatura un oficio remunerado, en la que presentando una especie de guión o sinopsis, firmaba contratos por adelantado, comprometiéndose con diferentes editores. Además de ser pionero en explorar la novela contemporánea en el ámbito de aventuras, también fundó en 1704 el primer periódico de regular aparición en Inglaterra con el nombre de The Review; un hecho sobresaliente de la literatura trabajando en conjunto con el periodismo.

El siglo XVIII traería grandes avances y conocimiento en el arte de las letras, y nuevamente nuestra mirada se posa en Francia, donde entre 1751 y 1780 se publicaría la primera recopilación de las ciencias y de las técnicas, la Encyclopédie, un verdadero hito en el nacimiento del mundo moderno, que está vinculado a un extraordinario florecimiento de todos los géneros en prosa: desde el diálogo y el cuento filosófico, pasando por la novela que adquiere su forma moderna, hasta la historia, confesiones y libros de memorias.[1]

Las literaturas modernas no sólo cambiaron la manera de concebir el arte, sino que además la manera de concebir la vida en general, y ya para estas alturas el movimiento espiritual que el Renacimiento propició en las letras, comenzó a ser desplazado por la importancia concedida a la libertad artística y su genio individual retomó un valor personal que permeó la obra de cada escritor inaugurando el Romanticismo (1800-1850) que fundaba su admiración en la Edad Media.

Progresivamente la imagen de una idea plena y conciliadora produjo un acercamiento a la filosofía, al conocimiento que al interactuar con cambios dramáticos efectuados en Europa como la Revolución Francesa y la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, se fueron concibiendo estructuras literarias donde el “genio original” era considerado como la fuerza inspiradora de la creatividad artística.[2]

Esta concepción única da como resultado la aparición de obras convulsivas como Fausto de Johann Wolfgang Goethe en Alemania, que pone de manifiesto la contradicción esencial del hombre moderno: sus ansias de conocimiento como forma de acceder al poder pagando un alto precio.

El Romanticismo trajo consigo un alto nivel cultural y un grado elevado dentro de la conciencia nacional en la literatura europea; Alemania, Francia e Inglaterra fueron los principales bastiones de las figuras de este movimiento, donde Schiller, Victor Hugo, Stendhal, Lord Byron, Walter Scott y Charles Dickens, escribieron una importante obra literaria que influiría en las posteriores generaciones.

El Romanticismo fue a su vez sustituido por el Realismo francés, el cual impone una mayor objetividad en la que no cabe que el escritor trate de idealizar lo real o dar de él una imagen expurgada y trajo consigo además un cierto orden metodológico en el caos romántico existente, el cual influiría fuertemente en la poesía del siglo XIX como en el caso de Baudelaire y la generación de los denominados “poetas malditos” representados por Verlaine y Rimbaud.

Luego el Realismo derivó en el Naturalismo que tomó su inspiración en las obras científicas de figuras como Darwin y Claude Bernard y que dice que el escritor debe tomar su motivación sobre los hechos humanos como lo hacen los químicos, físicos y biólogos en sus respectivos campos de investigación; es decir, el novelista debe diseccionar las motivaciones humanas como un científico.

La literatura del siglo XX comenzó su devenir histórico con una marcada característica: una literatura sin fronteras, ya que posee la riqueza creativa y la libertad de imaginación necesaria para ostentar de excepcionales caracteres su universalidad.

Tomando un ejemplo de todas las grandes obras literarias contemporáneas, el caso de Marcel Proust es muy interesante, su serie narrativa de A la recherche du temps perdu (En busca del tiempo perdido) debió peregrinar sin éxito por varias editoriales y lo tuvo que publicar el autor, finalmente, a su costa.

Dotado de un gran poder analítico, Proust frecuentó los salones y círculos aristocráticos de la época, recopilando materiales para su gran novela, sólo comparable en trascendencia con el Ulises del irlandés James Joyce. Marcel Proust sufre en carne viva la angustia de la realidad mezclada con su deseo y regala al lector una experiencia privilegiada y una perspectiva del todo nueva del género novelístico: una relación constante entre objetos y tiempos.

Primera tentativa de desdramatización del género, sus personajes, inspirados en la realidad, no hacen sino envejecer, vivir en el tiempo. Ésta es la característica fundamental de su obra literaria, la vida misma con el pasar del tiempo; a partir de Proust, el tiempo es el gran protagonista de la ficción contemporánea, la conexión entre los recuerdos y las vivencias actuales, es tan íntima, que hoy día los novelistas recurren de modo habitual y sin anunciarlo claramente a los saltos en el tiempo.

En busca del tiempo perdido –publicada en 16 volúmenes a partir de 1913 y hasta 1927–, es un intento muy poético de recuperar el pasado a partir de los recuerdos más simples y, en ocasiones, juveniles. El relato avanza lentamente, formando sutilísimos meandros, recorriendo incansablemente el mapa sentimental de la memoria; con ligeros matices, pequeños detalles, tenues sugerencias, interminables búsquedas…

*Continuación del texto publicado el 23 de julio en este mismo espacio titulado “El escritor de literatura”


[1] Enciclopedia Autodidáctica Océano, Editorial Océano, Barcelona, 1986, Vol. II, p. 314.

[2] Ibídem, p. 311.