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La ciudad se extingue

La ciudad la hace su comercio en pequeño, su espacio público, su encuentro fortuito con lo inesperado. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

En este espacio, durante el último año, he compartido reflexiones sobre las ciudades y particularmente Ciudad de México, la mayoría incluso sobre transporte. Por  lo regular, los artículos han sido escritos parcial o totalmente en casa, suelo hacer home office ya que mi oficina está del otro lado de la ciudad.

Ahora tengo una floreciente jacaranda frente a mis ojos. Todos los días llueven sus pétalos morados sobre el piso vacío en el que ya nadie se estaciona.

En los últimos 15 días he usado poco el automóvil. Hace 10 días mi hermana y yo, sin mis hijos, visitamos a mi madre en Cuernavaca. No hubo besos, no hubo abrazos. Compartimos la comida y regresamos. He ido a los supermercados de la zona, rotando un poco para poder encontrar productos que en uno u otro escasean.

Salgo a caminar todos los días. No interactúo. A veces salgo con el perro, Kuma, a veces solo con alguna misión, a veces voy a los paraísos cercanos: la Plaza de la Conchita, el mercado, la cremería. Casi todos han estado vacíos. Los Jardines HIdalgo y Centenario no tanto, incluso este domingo 28 había bastante gente.

Podría pasar mis días inmerso en las librerías Elena Garro y El Sótano, a pocos metros de la casa. ¿Cuánto tiempo puede permanecer el virus sobre la portada de un libro, sobre las páginas interiores o sobre el inútil plástico con el que lo protegen del robo de sus letras con la mirada? Tengo ganas de pasar mis horas de encierro en cualquiera de las dos librerías, olvidarme del celular y de comer, tal vez mis únicas dos actividades básicas y repetidas. Sin embargo, cuento con suficientes libros sin leer como para resistir el tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial.

Mis esposa permanece frente a la computadora todo el día, con una agenda intensa. Una videoconferencia tras otras. Al final termina estresada. Nos turnamos para dormir a los niños. Cuando los duermo yo, ella saca a Kuma. Un día me relató que había autos en sentido contrario por varias calles, incluso Centenario. Desde uno de ellos le soltaron una retahíla de frases acosadoras. Lo peor de nosotros no se extingue ni en la emergencia.

Mis hijos no tienen el mínimo interés en salir. Como dice el arquitecto Rem Koolhaas, “Cada monitor, cada pantalla de televisión, es el sustituto de una ventana”. El adolescente se resiste no sólo a las labores del hogar, no ve en la mascota la posibilidad de cambiar unos minutos de aire. Los más pequeños se niegan a caminar cuatro cuadras al sitio donde el perro puede brincar y jugar con otros perros. 

En mis caminatas me aferro a lo poco que nos queda de ciudad. Tal vez no he sido estricto en el encierro, 23 horas diarias, pero tampoco he interactuado más allá de la compra de alimentos e insumos para el hogar. La excepción fue una breve visita a El Sótano, de donde salí con el último libro de Guillermo Arriaga y uno más del antropólogo Marc Augé. Se ha declarado la Emergencia Sanitaria hace unas horas. Seguiremos instrumentando ajustes en la casa y la forma con la que interactuamos con el exterior. Cada día menos ciudad.

Ayer, Tianito, mi hijo más pequeño, estuvo mucho más difícil que los días previos, en los que reconozco se han portado sensacional. Yo tenía trabajo. Mi esposa también. Los aparatos electrónicos nos vencieron.

Sólo sobreviviremos con disciplina. Sobrevivir para qué, me pregunto a veces. Mi sueño es la ciudad. Vivo para la ciudad, disfruto las ciudades, sueño ciudades, camino ciudades, no me imagino en otro espacio que no sea la ciudad.

De momento, la ciudad se extingue frente a todos los adultos, los que cargamos con responsabilidades, en cambio los menores habitan en la Caverna de Platón, no entenderán lo que pasa afuera, pero tampoco lo que pasa dentro, nuestras cóleras, la frustración, las nuevas actividades dentro del hogar. La situación económica no será buena en la mayoría de las casas, pero habrá muchos que la pasen peor que nosotros.

Cuando pienso en lo peor, me angustio. Todos sabemos que esto no termina el 30 de abril, como plantea la declaratoria. En el mejor de los casos, volveremos a la escuela y al trabajo en mayo, pero envueltos en tapabocas y guantes. No seremos los mismos. Con el antecedente de que China, aún con la epidemia controlada, no ha vuelto a la normalidad, sabemos que esto durará mucho más y podrían venir otras restricciones.

La ciudad no existe más, la ciudad la hacen las interacciones entre las personas. La ciudad la hace su comercio en pequeño, su espacio público, su encuentro fortuito con lo inesperado. La ciudad es serendipia. Y mientras esto no vuelva, la ciudad se extingue frente a nuestros ojos.