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La ciudad en tiempos electorales

El tiempo electoral es promesas incumplibles para convertir a la ciudad en “la ciudad que todos queremos” | Lee a Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Habiéndose iniciado formalmente la competencia electoral con el resurgimiento de la más pura liturgia priísta, ahora nos esperan tiempos de efervescencia electorera hasta el mes de julio del año que entra.

Con el calendario político a su máxima temperatura, llegó la hora de definir el resto de los precandidatos que competirán por la presidencia, por posiciones en el legislativo federal y en los de varias entidades estatales, por algunas gubernaturas y, de particular interés para nosotros los que habitamos la Ciudad de México, por la jefatura de gobierno.

Sin duda tendremos material para ir comentando las muchas ocurrencias y propuestas mágicas y populistas que, con toda seguridad, habremos de escuchar.

Es el tiempo de regalar sin pudor alguno promesas incumplibles para convertir a la ciudad en “la ciudad que todos queremos”. Una ciudad, nos dirán, que será sustentable, segura, divertida, en la que abunda el transporte público eficiente y se puede caminar sin miedo por cualquier lugar y a cualquier hora.

Bueno, pero no nos adelantemos. Ojalá haya por ahí algunas ideas de fondo que nos permitan vislumbrar que sí hay alguien que puede entender un poco mejor a la ciudad que quiere gobernar.

Ciudad difícil de gobernar


Lo he comentado varias veces y de diferentes maneras en este espacio. Técnicamente hablando, la ciudad es un conglomerado de sistemas complejos de diferentes jerarquías, interconectados espacial y temporalmente a través de muchos canales distintos.

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Es un fenómeno complejo, tremendamente dinámico que resulta muy difícil de entender, y por tanto, de gobernar.

Entender su organización y su funcionamiento requiere de un esfuerzo ordenado y permanente, pero sobre todo, abierto y flexible para incluir los avances más recientes de las nuevas ciencias de la ciudad.

A propósito de esto último, me consta que el urbanismo que se sigue enseñando y aplicando en México es anacrónico, y como lo ha demostrado una y otra vez, en vez de mejorar la calidad de vida en las ciudades, la sigue empeorando para la mayoría de la población.

Lamentablemente, nuestra clase política es de cepa tradicional y ha demostrado que es todavía inmune a una visión más moderna de la ciudad. Porque una cosa es copiar los términos de moda a nivel internacional para aderezar los discursos domésticos, y otra muy diferente es modificar de raíz la forma de ver y entender el funcionamiento de la ciudad.

Una CDMX resiliente

Tanto los políticos locales como los federales con responsabilidades en la materia, aderezan sus discursos con términos rescatados por sus asesores de la arena internacional. Repiten una y otra vez que tenemos que hacer ciudades incluyentes, seguras, compactas y sustentables, a lo que últimamente han sumado otro término: resilientes.

Menos mal que los buenos deseos de los encargados de la política urbana mantienen una consistencia admirable a lo largo de los años, pero el problema es que en la transición de los buenos deseos al diseño de las políticas públicas se pasa por el hoyo negro de la visión acartonada y tradicional que nos remite a las mismas acciones inefectivas e ineficientes de siempre.

La CDMX que todos queremos


Durante estos tiempos electorales el tema de cómo hacer mejores ciudades se escuchará tanto en las propuestas a nivel local, como en la discusión nacional. Pero levantemos la guardia para no dejarnos encandilar por propuestas mágicas que prometen “la ciudad que todos queremos”.

Es muy importante entender que el mejoramiento de las condiciones de la vida urbana no se logra con recetas mágicas, sino a través de procesos de larga maduración, a veces con cambios graduales y marginales pero basados en un plan congruente de largo plazo.

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En ese sentido las promesas serán sensatas y creíbles cuando logren trascender el nefasto rito de centrarse en grandes inauguraciones sexenales, y se enfoquen mejor en la creación de las condiciones que aseguren una mejoría de la calidad de vida en el largo plazo.

Sin poder sacudirnos el escepticismo, quedamos pues en espera de que la función de la carrera electoral comience, acomodados en un sillón y con las palomitas al alcance de la mano.

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