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Kumari

La tragedia en Nepal, además de ser humana y económica, es religiosa.

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Escrito en OPINIÓN el

Aún con su bondad implícita, el pueblo nepalí ha sufrido más que muchos en las últimas tres décadas. En los años noventa una gran guerra civil provocada por grupos maoístas desterró posibilidades de desarrollo y paz. A inicios de este milenio, la familia real fue asesinada por el príncipe heredero y el tío del entonces rey subió al trono en circunstancias poco claras, para abdicar en 2007.

 

Sin constitución ni instituciones, pretenden en Nepal darse una constitución que siente las bases de un gobierno estable. Y en ello, les viene un terremoto que al día, ha cobrado más de 6 mil vidas y ha dejado daños incalculables.

 

La ciudad de Katmandú es un epicentro boyante de creencias y de sincretismos entre la religión hindú y el budismo. En cada esquina hay una estupa dedicada al gran Buddah o alguno de los principales dioses hindús (Brahma, Vishnú, Shiva, Krishna, Ganesha, Hánuman y muchos otros). Es un sitio plagado de islas de historia, como las plazas Durbar en Patán, Baktapur y el propio Katmandú, con sus palacios y templos de madera, bien decorados, con elegancia y dignidad de la historia. Pagodas del tiempo y de la creencia inmemorial.

 

Grandes estupas dedicadas a Buddah que observa con sus ojos azules y milenarios a los hombres de la tierra en Swayambunath y Boudanath. Y el constante mantra “la compasión está en la sabiduría”, que incluso se reza por el solo paso del viento: Om mani padme hum. El río místico Bagmati que sirve de crematorio incesante y libera del ciclo de las reencarnaciones para los nepalís hinduistas, hoy se desborda con cadáveres, víctimas de la ira natural.

 

Buena parte del legado histórico y religioso en Katmandú, de lugares de creencia y fe han sido destruidos por el terremoto. Templos de siglos cayeron en escombros y no queda más que el cascajo y la memoria de una imagen a quien encomendarse. La tragedia en Nepal, además de ser humana y económica, es religiosa.

 

Templos de gran trascendencia para los hinduistas nepalís, quedaron hechos polvo. En la tragedia, no hay lugares para encomendarse. Sólo un palacio entre muchos, quedó intacto y con ello su diosa, la Kumari. Una diosa viva que, entre miradas altaneras, permanece para proteger a su pueblo.

 

La Kumari (virgen) vive en un palacio en la plaza Durbar en Katmandú. Si se tiene suerte se le puede ver asomada por una pequeña ventana de cuando en cuando. La niña deja de ser Kumari cuando le viene su primer periodo. Entonces inicia el proceso de elección. De entre niñas de 3 a 5 años de la comunidad Newari, se elige a quien será diosa; 30 requisitos debe de cumplir. Entre ellos, las finalistas entran en un salón obscuro de un palacio, con cadáveres de animales y ruidos escalofriantes. La que menos miedo demuestre, será elegida como la diosa terrenal.

 

Será diosa por solo 10 años, pero mientras dure su reinado, es parte de la familia celestial, con los poderes sobrenaturales que ello implica. Su sola mirada puede significar una buena profecía. Dicen que la Kumari soñó semanas antes con el terremoto que asoló el pequeño país. Su padre, interlocutor oficial entre la diosa y los mortales, dijo “que se trató de un castigo de los dioses”.

 

De lo poco que queda en la tragedia para los hombres, es aferrarse a sus creencias. En Nepal los templos fueron destruidos, así que perdieron también el lugar de las plegarias para encomendarse a sus dioses. Sólo la Kumari se mantuvo en pie en su palacio.

 

@gstagle