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Julián el franelero. Pasado, presente y futuro

Lo alarmante es que Julián también representa la modernidad laboral, el futuro | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Julián es franelero. Trabaja para el dueño de un taller que ojalatea y pinta carros sobre la banqueta. Además, con su mujer y su hijo de unos veinte años, administra la posibilidad de estacionarse a lo largo de una calle cercana a un edificio de oficinas públicas. Ella supervisa y cobra, su hijo guarda las llaves. Muchos oficinistas les dejan sus carros, con las llaves puestas, para que ellos, y sus chalanes, los acomoden con gran habilidad en espacios mínimos. Entrando y saliendo por las ventanas de los autos en batería cuando es necesario.

Ahí trabajó Julián la mayor parte del año pasado, consiguiendo clientes, cuidando los autos y lavando alguno que otro. Ganaba entre 130 y 180 pesos y, tal vez otros treinta en propinas. Ocupación en la que había que cuidarse de las patrullas que se lo podían llevar por el resto del día. Lo digo en pasado porque al llegar las vacaciones de fin de año lo despidieron y, por algún disgusto, le dijeron que ya no volviera.

En estos días de vacaciones ha estado haciendo chambitas en mi casa. Según eso para pagarme lo que me debe. Lo que en realidad no ocurre porque siempre tiene motivos para pedirme otro préstamo. Por ejemplo, para un colchón, porque él, su esposa y su hija de año y medio dormían sobre unas cobijas y el piso de su cuarto en Chimalhuacán es muy frío. Sus cuñados, que viven en el rumbo, le dijeron que ya tenía que comprarlo por su esposa y la niña.

Julián llega con hambre. En un par de ocasiones ha dicho que no comió el día anterior y que, como hombre, él tiene que aguantar más que su esposa e hija. Se hace su café, me pide para pan dulce y refresco, y un periodiquillo con abundantes fotos sangrientas; excepto las de futbolistas y cabareteras. Me pasa el sudoku y el crucigrama.

Sabe algo de electricidad, carpintería, plomería, hacer limpieza y cocinar. Lo último lo aprendió en el centro de rehabilitación donde lo metió su papá hace unos años. Ya no bebe. Adora a su niña; una traviesa que le descompuso un par de celulares el año pasado. De los usados de 200 o 300 pesos con los que puede bajar música y enviar Whatsapps.

Le pregunto ¿qué va a hacer a partir del 8 de enero? Hace años fue boxeador peso mosca, pero ya no tiene la condición física. Puede ir al lavado de autos donde le pagaban 150 pesos, menos quince si usa el “armor all”. Solo que no siempre hay chamba. Tal vez podría encargarse de un puesto de pan; un canasto sobre un tripié en La Merced donde pagan 1,200 a la semana, trabajando de ocho a siete y con un día libre entre semana. Pero no le gusta estar sin moverse todo el día.

Tal vez cuide por unos días a dos niños que van a la escuela primaria. Son los hijos de un cuñado que, junto con su propia esposa, tienen que ir a Huautla, Oaxaca, de donde son todos, a resolver un conflicto por la herencia de un terreno. Es un deber familiar, pero también hay que saber cuánto le ofrece el cuñado; empleado de un puesto de ropa en Chiconcuac.

En el peor de los casos le ayudará a su esposa a pelar nueces en su cuarto. Reciben las nueces con la cascara quebrada y hay que pelarlas separando las mitades enteras y la pedacería. Pagan 340 pesos por bolsa de veinte kilos y cada uno puede pelar 10 kilos en día y medio, aunque duelen los dedos. Se ganan unos 90 pesos al día.

Podría pensarse que Julián representa a los millones a los que todavía no les hace justicia la revolución. Es el pasado, y también es el presente, el de aquellos a los que todavía no les llegan los beneficios (¿?) de las reformas estructurales.

Lo alarmante es que Julián también representa la modernidad laboral, el futuro. Me refiero a la nueva “economía gig”. Es el nombre que se le da en los Estados Unidos a la producción basada en el trabajo fragmentado y contingente, prácticamente al día a día, incluso por horas, con personal al que se le considera “independiente” o trabajador por cuenta propia.

Los choferes de Uber, sin horario, sin prestaciones, trabajando a destajo, son el ejemplo ya clásico de esta modernización. Pero es un ejemplo engañoso porque podría pensarse que este proceso ocurre solo en empresas nuevas con tecnología de punta. No es así; el trabajo fragmentado y contingente avanza incluso donde no hay cambio tecnológico relevante.

Datos norteamericanos muestran incrementos notables de este tipo de trabajo en los sectores de la construcción, el transporte, la aviación, el sistema de salud, la preparación de alimentos, empleados de oficina y demás. Este tipo de trabajo se ha duplicado del 9 al 18 por ciento de los trabajadores entre 2005 y 2015. Algunos analistas calculan que para el 2020 podría alcanzar al 40 por ciento de la población ocupada.

Un cambio que se traduce en fuerte deterioro en las condiciones de seguridad laboral, prestaciones e ingresos de millones de trabajadores.

Las leyes laborales, las prestaciones de tipo social, la posibilidad de una futura pensión, todo está diseñado para la relación laboral clásica, es decir la de un patrón con un empleado permanente y formal. Pero ahora las grandes empresas no consideran como empleados a buena parte de la fuerza de trabajo que emplean.

Wal-Mart les llama “asociados”; lo que me recuerda una caricatura en la que Axterix y Obelix suben a un barco de galeotes y comentan algo sobre los esclavos, a lo que el mercader–capitán se apresura a aclarar que no son esclavos sino socios con derecho a remo.

Es incoherente convocar a luchar contra la informalidad y por otro lado hacer reformas que “flexibilizan” el mercado laboral, debilitan los sindicatos y avanzan en el deterioro de los derechos de los trabajadores. Debilitar la formalidad laboral no es el modo de combatir la informalidad.

En México el gobierno es punta de lanza en la tercerización laboral (outsourcing) de, digamos, los servicios de limpieza; en la contratación de profesionistas por honorarios, sin reconocerlos como empleados de pleno derecho. También ha convertido a muchos de sus empleados, por ejemplo, los extensionistas rurales, en “prestadores de servicios técnicos” cuyo supuesto patrón son los beneficiarios de los programas de desarrollo rural, social o ecológico.

Conceptos tradicionales como el de informalidad no clarifican suficientemente la realidad de un segmento laboral que lejos de disminuir por su absorción dentro del empleo formal, crece aceleradamente debido a los nuevos esquemas de trabajo. El hecho de fondo es que los patrones están desconociendo a sus trabajadores. Es un proceso que distorsiona el tejido social y conduce hacia situaciones explosivas asociadas a la mayor inequidad y la destrucción de la clase media.

Hay que estudiar el fenómeno y reflexionar sobre cómo enfrentarlo. Parte de la solución será substituir la captación fiscal asociada a la contratación laboral por un mecanismo relacionado con lo contrario, la ganancia sin generación de empleo, sin responsabilidad social. Y usar estos ingresos fiscales para financiar un ingreso ciudadano básico que permita una vida digna. 

@JorgeFaljo | @OpinionLSR | @lasillarota