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Judas

Jesucristo murió en el Gólgota (monte calvario) crucificado. No se trató de una muerte novedosa ni original, toda vez que era costumbre de la época morir en la cruz. Lo singular de aquella crucifixión que cambió el destino de la historia es que el sentenciado era el hijo de dios, o en términos trinitarios, dios mismo

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Escrito en OPINIÓN el

La muerte de Jesucristo redimió a la humanidad del pecado que cometieron los hombres huérfanos de hombres, sellando la alianza nueva y eterna, sin promesa de retorno sino hasta el juicio final.

La salvación del hombre y la reapertura de las puertas de la eternidad, un acto tan sublime, no podrían depender de un sólo hombre y de un acto de traición y codicia. Para que el hijo de Dios se hiciera hombre y muriera a mano de los hombres que él mismo creó, debió de preceder un plan maestro omnisciente. Sería iluso y decepcionante pensar que Jesús murió en la cruz por azar, o a causa de cuestiones meramente humanas.

Jesús estaba determinado a morir, ése era el plan del padre, ésa era su misión en la tierra. Sin embargo, esa redención a través de la muerte, ese plan divino de enormes dimensiones para el hombre y para dios mismo, no pudo haber sido dejado a la suerte.

El gran culpable de los evangelios no es Herodes ni Poncio Pilatos, sino Judas Iscariote. Aquel elegido, uno de los doce predilectos de Jesús. El beso en la mejilla, los treinta denarios a cambio de revelar la identidad y ubicación del Maestro, el suicidio irremediable ante el entendimiento humano y divino, de haber sido el culpable de la muerte del hombre-dios; son accidentes de la historia, no la historia misma y, sin embargo, ese acto fue lo que permitió al hijo de dios cumplir con su destino.

Jesús no necesitaba de un hombre, mucho menos de un apóstol para redimir a sus creaturas. Asumir la casualidad de los eventos, en un episodio diáfano como la pasión, sería demeritar el destino divino de Jesús y de su misión.

Borges en “Tres versiones de Judas” dice que: “imputar su crimen a la codicia, es el móvil más torpe”. Parecería difícil concluir que Judas traicionó a Jesús, su Maestro, al hijo de dios, en quien creía como el mesías y redentor, por treinta monedas.

Judas entregó a Jesús a los miembros del Sanedrín, no por codicia sino por amor. Aquel beso no fue de traición, sino de hermandad y sumisión divina. Lo entrega a sus verdugos para que el Maestro pudiera cumplir con su misión por medio de una muerte vil. Judas Iscariote el vilipendiado en la historia de la Iglesia católica y parte esencial en los evangelios, llevó a cabo un sacrificio sublime, el entregar a su Maestro.

Pero no se trató de un acto de traición, sino de un acto de fe.  Fe en su creador y en la misión divina de salvación; y sin embargo, Judas es el gran traidor. De ahí es donde viene la grandeza de su sacrificio ante un plan divino de tan grandes proporciones, articulado desde el inicio de los tiempos que se sabía de antemano, Jesús utilizó a Judas para que éste le traicionara.

Mejor sería decir, incluso, que Jesús traicionó a Judas. Por qué no lo dejó tranquilo en su casa con su familia, por qué llamarlo a ser apóstol cuando sabía que él habría de tener un lugar infame en la historia y, convertir su nombre en sinónimo de infamia. Por qué invitar a alguien, cuando de antemano se sabe que él va a ser quien desencadenaría la muerte del mesías.

No hubo traición, hubo sacrificio. Judas sabía que él habría de traicionar a su Maestro ante los ojos del mundo, para que éste pudiera llevar a cabo su misión. Una muerte dolorosa, acompañada de soledad.

Judas fue parte esencial del plan maestro, su sacrificio fue anticipar los hechos y revelar la divinidad definitiva del hijo de dios a través de su traición y su muerte.

@gstagle