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Instrucciones para trabajar el “olvido”

Y receta de una mascarilla de pepino.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Este asunto de abrir los ojos todos los días a las siete de la mañana con la obtusa misión de desenamorarme, me tiene muy agotada.

 

¡Agotadísima!

 

Me siento como una de esas señoritas descabezadas, colgando de un alambrito y en su jaulita, que nos ofrece la obra de la tan entrañable Louise Bourgeois.

 

Les muestro cómo:

 

Louise Bourgeois.

 

 

 

¿Acaso no es un regalo magnífico de la vida que el arte exista?

 

Que el arte exprese lo que una intenta frasear entre la incapacidad, y el sonrojo, y una cierta sorpresa acongojada y  tartamuda.

 

Desamar es triste, desolador, cansadísimo, y viene con una hilera de pequeñas, medianas y grandes miserias.

 

De las grandes miserias no voy a hablar, porque es muy temprano para andar de  antiestética.

 

Me concentro en las otras: ya perdí en sueños hasta el último de mis collares.

 

Todos mis collares extraviados. Mis queridas amiguitas, no sé si logran medir el tamaño de esos tormentos oníricos.

 

He tecleado con tal furia y desasosiego (más desasosiego que furia) que logré quebrarme dos uñas de las de acrílico, lo que no es un logro menor.

 

Mordisqueé (con acento final en la é) otras dos. También de las de acrílico.

 

Me lloran los ojos (no lloro yo, sólo mis ojos) además, extravagantes líquidos fluyen día y noche desde mis fosas nasales.

 

Es una desgracia: justo cuando una quisiera ser la glamorosa del barrio (¿Acaso no dice Cosmopolitan que el glamour es la  mas eficaz de las "curas"?) la retahíla de síntomas se confabulan para recordarte que a pesar de una misma: "El cuerpo habla".

 

Qué deslucido y antipático.

 

La mañana llega.

 

Arrastro al sol y lo coloco en mi balcón.

 

Lo arrastro así:

  

Dorothea Tanning.

 

 

Una trabaja (donde trabaje) en mi caso concreto en mi estudio, en mi casa.

 

No tengo que enfrentar –por el momento - el mundanal ruido, lo que me obliga a enfrentar –por el momento- el íntimo silencio.

 

Hay días en los que sí quisiera trabajar en una oficina.

 

Bulliciosa como el andén del metro Balderas a la hora pico.

 

Una oficina en la que llegaran muchísimas personas, y sonara un conmutador todo el tiempo, y los altavoces reprodujeran salsas y cumbias a todo volumen.

 

Hay días en los que quisiera que el ruido fuera tan estentóreo y tan fuerte, que no me permitiera escuchar nada, ni a mí misma.

 

¿Se acuerdan que Sartre escribió: “El infierno son los otros?”.

 

No sé en qué estaría pensando, Sartre.

 

Porque, ¿quién podría ser la peor monserga de una misma, sino una misma?

 

Me concentro en una traducción de la cual la mitad del sentido se me escapa.

 

¿Qué habrá querido decir este señor tan misterioso?

 

Me refiero al señor que escribió el texto a traducir.

 

En fin, quizá también a algún otro señor, pero no se lo voy a conceder, porque como mi rimbombante título expresa estoy: “Trabajando el olvido”.

 

Quisiera tanto sonar rotunda ante mí misma.

 

Por lo menos mientras termino la traducción.

 

¿Se han fijado que en esas etapas de duelo, separaciones, desgarraduras  y desquerimientos, una es capaz de recordar en tropel una entera colección de momentos siniestros?

 

¡Qué morbidez!

 

Y sí, no me quiso naditita la maestra Pola, en el quinto año de primaria.

 

Y miren que me esforcé.

 

Entregué todos mis mapas, todas mis conjugaciones, todas mis redacciones, esmeradas y a tiempo.

 

Y sí, mi mamá regaló a mi perrita Canica, y cuando llegué de la escuela ya no estaba en la casa.

 

Les ahorro la retahíla mórbida, porque es un in crescendo.

 

Me descuelgo del gancho del que me dejé colgada, así:

 

Louise Bourgeois. 

 

Me coloco la cabeza, las orejas, los cabellos...

 

Unas piernas, unos  brazos, unos pies.

 

Una bolsa, unos zapatos.

 

Y me voy a comer con mis amigas.

 

Todas me arropan muy amorosas y me dan consejos muy complicados, inteligentes y verdaderos, porque no sé si ya alguna vez les dije: Casi todas mis amigas y yo somos psicoanalizadas.

 

¡Ajá!

 

No es lo duro, sino lo tupido, que le dicen.

 

Arreció mi memoria del desamor de la Señorita Pola en el quinto de primaria, y de la pérdida de mi perrita Canica. Era blanca y moteadita, Canica.

 

Comí abundante pastel de chocolate.

 

No debí.

 

Mis amigas se esforzaron mucho en decirme que: “¡Qué cabellos! “¡Qué pinta!”, “¡Qué guapa!”.

 

Ellas deseaban hacerme sentir así:

 

 

 Rosa Rolanda. 

 

Yo sé, que como diría mi mamá cuando se le atravesaba la vida: “Hoy ando hecha un despojo humano”.

 

No les subo la imagen del cómo, es muy desgreñado.

 

Adoro esa declaración catastrófica y como de fin de los tiempos.

 

Siempre –a mi mamá y a mí- nos pareció divertidísima.

 

Hay que saber pronunciar: “Soy un despojo humano”. Las sílabas largas, largas, como uno de esas pinturas de Dalí en las que los objetos aparecen como fundidos… desmayados y fundidos.

 

Mi amiguita Lola, a diferencia de casi todas mis amigas, odia a Freud y a Lacan, y me ha explicado: “A ese par, me voy a evitar la suerte de conocerlos. Unos amargados, querida, truculentos y amargados”.

 

“Lolita, ¿cómo lo sabes si no los has leído?”.

 

“Ahora resulta que para saber quién es alguien, una tiene que leerlo, ¿dónde se ha visto?”.

 

Es cierto, ¿dónde se ha visto, sobre todo si están muertos?

 

 

En realidad, Lolette dice algo peor, que me voy a atrever a repetir a continuación, nada más por mi empeño en citarla con minuciosidad: “Un par de mal-cogidos,  Freud y Lacan, ¿qué se podría esperar de ellos? ¿No te parece curioso que los dos fumaran puros?”

 

Pareciera que Lola los conoció muy de cerquita a Freud y Lacan, en alguna de sus vidas pasadas. No me ha revelado más detalles. Acá les muestro a Freud fumando un puro:

 

 Freud.

 

 

A continuación les muestro a Lacan fumando un puro:

 

 Lacan.

 

 

No sé qué podría significar el fumadero de puros, pero lo tenemos que pensar.

 

Escribir en mi agenda: ¿Y por qué ambos dos fumaban puros?

 

Lola se declara especialista en “autoayuda y técnicas de choque”, que ella inventa, según la necesidad.

 

Está allí, con sus ojotes acuosos que me conmueven, bien solidaria y bien práctica.

 

No intenta animarme, se limita a asegurarme que no me veo tan mal: "Mira, sí traes unas ojeras inmundas, y nariz como de Rodolfo el reno, si te encontraras en este momento al potencial hombre de tu vida,  te miraría y saldría corriendo, pero no exageremos tu caso,  ¿te imaginas a la Karenina después de que la atropelló el tren?

 

"Ella sí que se quedó apachurrada. Y apachurrada para siempre”. Me provocó una carcajada.

 

Cierto, todo es cosa de trabajar el sentido de la proporción.

 

Relativizar, que le dicen.

 

Cuando Lola se divorció, se fue a vivir seis meses al mar para aprender a bucear. Y aprendió.

 

Fue el resultado de un sueño en el que una "vidente", le aconsejaba: "Ahoga tus penas".

 

Regresó tan llena de paz, que lo voy a intentar, sólo que como soy claustrofóbica, lo mío sería la bañera.

 

"Ni te preocupes, con la bañera basta. Te aprietas la nariz y te sumerges, aguantas el aire lo más que puedas… lo más que puedas…lo más que puedas… luego saltas hacia afuera como una delfina. Nada de brincos sobresaltados y medio histéricos; lo tienes que hacer con gracia. ¿Qué has estado leyendo?”.

 

“En desorden: Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector”.

 

“Pero, ¿estás loca operada del cerebelo? ¿Por qué no también a Sylvia Plath?”.

 

“Ah, lo olvidé: También a Sylvia Plath”.

 

“Llego justo a tiempo. ¡Casi te perdimos! ¿Tienes la receta de la mascarilla de pepino y el tratamiento de aceite de oliva para el cabello? ¿Le llamaste a la de las uñas? Come jícamas, es mejor que mascar uñas. Pela cebollas. Si te sirve, escribe, pero acuérdate que así nada más no funciona. Escribe con la mascarilla de pepino…”.

 

  • Un cuarto de pepino pelado.
  • Una yema de huevo.
  • Una cucharada pequeña de vinagre de manzana.
  • Tres cucharadas de aceite de oliva.

 

Mezcla todos los ingredientes en la licuadora hasta obtener una pasta homogénea, aplica en tu piel y deja actuar por media hora.

 

Mujer ante su computadora… trabajando el olvido.

 

 

 

“Tratamiento para cabellos: Un aguacate, dos huevos, media tacita de aceite de oliva, dos cucharada de miel”. Con los cabellos embarrados de este menjurje escribía la Duras, que te encanta.  Revuelves. No huele bonito, pero la belleza…como el olvido: cuestan. Ah, y te vas a tener que lavar y lavar los cabellos porque el aceite de oliva se instala como si no fuera a salirse nunca.  Como si no fuera a salirse nunca… ¿Pescaste la fina y sutil metáfora?”.

 

“Creo que sí”.

 

Me sumerjo… emerjo… me sumerjo… emerjo…

 

“Lola, pienso insanidades cuando me sumerjo en la bañera, no sé, cosas feas”.

 

"Ocupa tu mente con alguna letanía. Qué sé yo. ¿Te sabes poemas de ‘El declamador sin Maestro’”.

 

“Casi todos, palabra por palabra”.

 

“Buenísimo. Imagínate que te acaban de operar y estás en inmediata recuperación. Comienzas por calditos de pollo: ‘El declamador sin maestro’, y ‘Se me olvidó que te olvidé’, y hasta la Lupita D’Alessio. Quizá no tienes que llegar tan lejos en la rampa enjabonada, depende de cada una. En fin: éntrale al rompe y rasga. Ríete. Ríete. Ríete. Pasado el tiempo te sofisticas de a poquitos, mana: La Pizarnik, los divaneros fumadores de puro, que si tu mamá, que si tu papá, toda la parafernalia del Edipo. Las surrealistas, la Louise Bourgeois. Cuando estés más fuerte, cuando estés más alegre, cuando se pueda… Por el momento… Chavela Vargas”…

 

Se escucha así

 

Me sumerjo… emerjo… me sumerjo… emerjo.

 

Y a elegir entre los poemas de “El declamador sin maestro”, para no pensar de golpe, para no pensar demasiado… despacito, despacito.

 

"Mamá, soy Paquito…". Ne, ese no está tan ad hoc dog.

 

Recomienzo: "Yo ya no le rezo al Cristo de mi cabecera…".

 

 

"Campanas, clamorosas campanas de mi pueblo…".

 

Nulo en mis actuales circunstancias.

 

“Desde la ventana de un casucho viejo/ abierta en verano, cerrada en invierno/¿por vidrios verdosos y plomos espesos, /una salmantina de rubio cabello /y ojos que parecen pedazos de cielo, /mientas la costura mezcla con el rezo,?/ve todas las tardes pasar en silencio /los seminaristas que van de paseo… /Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos, ?su seminarista de los ojos negros…”.

 

"Me entrené con el poema del seminarista", Loliux, le dije por teléfono.

 

"Eso, mana, bien desgarrado. Y así tu te identificas con la salmantina, y él es el seminarista, y todo es imposible y sufren un montón. Ellos, no tu. ¿Ves qué conveniente y cursilísimo?".

 

¿Qué haría una sin sus amigas?

 

Me sumerjo… emerjo… me sumerjo… emerjo…

 

En la bañera, como un litro de champú al hilo... porque el aceite como la memoria y la nostalgia, se pegan, se pegan.

 

"Desde la ventana de un casucho viejo/ abierto en verano, cerrado en invierno…".

 

@Marteresapriego