Concomitantes a nuestras crisis son la confusión generalizada, el simplismo y la superficialidad en el análisis, y el envilecimiento de la conversación pública.
Manuel López San Martín, en su artículo en La Razón del martes 5 de los corrientes, sostiene que “ser candidato independiente implica ir contra la clase política, sus reglas, sus leyes y sus jugadores”. Su aserto no puede ser más paupérrimo ni menos errado. Reducir los alcances de las candidaturas independientes a la antipolítica es, de suyo, una contradicción en sus términos, porque éstas son, primigenia y esencialmente, políticas. Les guste o no, los llamados independientes son tan clase política como los militantes de partido y, en la mayoría de los casos, para colmo, no son más que sus tránsfugas. Lo importante no es que puedan estar en contra de la clase política, sino que puedan inventar una nueva forma de hacer política.
Ni duda cabe que son contrarios a los jugadores que visten colores partidarios, pero no lo pueden ser de las reglas y leyes (por cierto, sinónimos) que rigen la contienda democrática, porque participan en las elecciones al amparo y bajo la sujeción del Estado de Derecho.
Sin embargo la falta de foco y reflexión del articulista alcanzan su cenit al limitar la figura de los independientes al antipartidismo implícito en su texto. Los escasos lectores que siguen mis colaboraciones conocen mi critica casi obsesiva sobre nuestro sistema de partidos, pero de allí a abrazar ciegamente la figura de los independientes por serles simple alternativa hay un gran trecho. Los independientes, he sostenido, son expresión de nuestra crisis de organización y representación políticas, pero aún deben acreditar en los hechos ser una de sus soluciones, y éstas no las habrán de encontrar en el enfoque “anti”.
López San Martín confunde independizar con independencia. Independizar las candidaturas de los partidos, no implica alcanzar la independencia política, sólo la partidaria. Más aún, resulta ineficaz independizar las candidaturas de los partidos cuando los alcances de las independientes se constriñen exclusivamente a presentar un frente contrario a ellos. A fin de cuentas quedan dependiendo de las posturas de aquéllos para fijar la propia. Bajo ese razonamiento, el papel de los independientes será siempre reactivo, antitético, relativo. En palabras de Tocqueville podríamos llegar a afirmar que los independientes “parecen amar la libertad, pero en realidad solo odian a sus amos”.
Las palabras tienen una fuerza que nos obstinamos en olvidar. El primer pecado de esta figura se lleva en el nombre. Son independientes por y de los partidos, hasta allí llega su independencia. Ajeno a que a los llamados independientes puedan señalárseles dependencias no partidarias, cosas de suyo insoslayable en una realidad política que lleva en su esencia la pluralidad y, por ende, sus interconexiones, la figura ahora debe independizarse de su propio nombre para asumir, ya no la simple independencia partidaria, sino la de acción, imaginación, organización y participación sin importar referente cualesquiera.
Lo importante ya lo tienen, el pasaporte para participar sin visados partidistas en la esfera pública; lo que hoy se les exige es liberarse de la tara de ser antipartidos y antipolítica, asumir sin vergüenza su carácter abiertamente político e inaugurar caminos insospechados para la política en México. Utilizar su salvoconducto para ir a pintar grafitis de protesta en los muros de los partidos será un viaje estéril. Es como quienes en el estadio le gritan al portero contrario cuando ejecuta un saque de meta; puede que descarguen toda su furia y frustración, pero aparte de envilecer y denigrar al deporte no logran nada más.
Las candidaturas ya fueron independizadas, corresponde a sus sujetos ahora, y con ellos a las franjas que dentro de los partidos estén dispuestas al cambio, a independizar la política de los cancerberos que la tienen bajo cadenas y a la acción ciudadana del miope contrasentido que entroniza a la antipolítica como la única política posible y confiable.
La verdadera independencia no será en las candidaturas, sino en la fundación de un nuevo cuerpo político que garantice ámbitos donde la ciudadanía pueda manifestarse y participar libre y efectivamente.
Concomitantes a nuestras crisis son la confusión generalizada, el simplismo y
la superficialidad en el análisis, y el envilecimiento de la conversación pública.
Manuel López San Martín, en su artículo en La Razón del martes 5 de los
corrientes, sostiene que “ser candidato independiente implica ir contra la clase
política, sus reglas, sus leyes y sus jugadores”. Su aserto no puede ser más
paupérrimo ni menos errado. Reducir los alcances de las candidaturas
independientes a la antipolítica es, de suyo, una contradicción en sus términos,
porque éstas son, primigenia y esencialmente, políticas. Les guste o no, los
llamados independientes son tan clase política como los militantes de partido y,
en la mayoría de los casos, para colmo, no son más que sus tránsfugas. Lo
importante no es que puedan estar en contra de la clase política, sino que
puedan inventar una nueva forma de hacer política.
Ni duda cabe que son contrarios a los jugadores que visten colores partidarios,
pero no lo pueden ser de las reglas y leyes (por cierto, sinónimos) que rigen la
contienda democrática, porque participan en las elecciones al amparo y bajo la
sujeción del Estado de Derecho.
Sin embargo la falta de foco y reflexión del articulista alcanzan su cenit al limitar
la figura de los independientes al antipartidismo implícito en su texto. Los
escasos lectores que siguen mis colaboraciones conocen mi critica casi
obsesiva sobre nuestro sistema de partidos, pero de allí a abrazar ciegamente
la figura de los independientes por serles simple alternativa hay un gran trecho.
Los independientes, he sostenido, son expresión de nuestra crisis de
organización y representación políticas, pero aún deben acreditar en los
hechos ser una de sus soluciones, y éstas no las habrán de encontrar en el
enfoque “anti”.
López San Martín confunde independizar con independencia. Independizar las
candidaturas de los partidos, no implica alcanzar la independencia política, sólo
la partidaria. Más aún, resulta ineficaz independizar las candidaturas de los
partidos cuando los alcances de las independientes se constriñen
exclusivamente a presentar un frente contrario a ellos. A fin de cuentas quedan
dependiendo de las posturas de aquéllos para fijar la propia. Bajo ese
razonamiento, el papel de los independientes será siempre reactivo, antitético,
relativo. En palabras de Tocqueville podríamos llegar a afirmar que los
independientes “parecen amar la libertad, pero en realidad solo odian a sus
amos”.
Las palabras tienen una fuerza que nos obstinamos en olvidar. El primer
pecado de esta figura se lleva en el nombre. Son independientes por y de los
partidos, hasta allí llega su independencia. Ajeno a que a los llamados
independientes puedan señalárseles dependencias no partidarias, cosas de
suyo insoslayable en una realidad política que lleva en su esencia la pluralidad
y, por ende, sus interconexiones, la figura ahora debe independizarse de su
propio nombre para asumir, ya no la simple independencia partidaria, sino la de
acción, imaginación, organización y participación sin importar referente
cualesquiera.
Lo importante ya lo tienen, el pasaporte para participar sin visados partidistas
en la esfera pública; lo que hoy se les exige es liberarse de la tara de ser
antipartidos y antipolítica, asumir sin vergüenza su carácter abiertamente
político e inaugurar caminos insospechados para la política en México. Utilizar
su salvoconducto para ir a pintar grafitis de protesta en los muros de los
partidos será un viaje estéril. Es como quienes en el estadio le gritan al portero
contrario cuando ejecuta un saque de meta; puede que descarguen toda su
furia y frustración, pero aparte de envilecer y denigrar al deporte no logran
nada más.
Las candidaturas ya fueron independizadas, corresponde a sus sujetos ahora,
y con ellos a las franjas que dentro de los partidos estén dispuestas al cambio,
a independizar la política de los cancerberos que la tienen bajo cadenas y a la
acción ciudadana del miope contrasentido que entroniza a la antipolítica como
la única política posible y confiable.
La verdadera independencia no será en las candidaturas, sino en la fundación
de un nuevo cuerpo político que garantice ámbitos donde la ciudadanía pueda
manifestarse y participar libre y efectivamente.