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Independiente o arcana imperii

El famoso Bronco fue priísta hasta que le convino, Clouthier fue panista igualmente.

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Escrito en OPINIÓN el

Fue Hannah Arendt quien escribió que “si la función del ámbito público es arrojar luz sobre los asuntos de los hombres proporcionándoles así un espacio de apariencias en el que pueden mostrar de obra o de palabra, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden hacer, entonces las oscuridad ha llegado cuando esa luz se ha extinguido víctima de una ‘brecha de credibilidad’ y de un ‘gobierno invisible’, de un discurso que no revela los que es sino lo que barre debajo de la alfombra, y de exhortaciones (morales o de otro tipo) que, bajo el pretexto de sostener viejas verdades, degradan toda verdad a una trivialidad sin sentido”.

 

Así, concluye Arendt: “se ha considerado la de emanciparse de la política como una de las libertades básicas; un número cada vez mayor de personas hacen uso de esa libertad y se apartan del mundo y de sus obligaciones en él (…) Pero con cada uno de esos abandonos se le inflinge al mundo una pérdida casi demostrable: lo que se pierde es el compromiso específico y, habitualmente, irreemplazable que debería haberse formado entre el individuo y su prójimo”.

 

Lo señalé hace años cuando la modernidad democrática se sustentó en los “Consejeros Ciudadanos”, de triste memoria. Ciudadanos más ciudadanos que cualquiera. Prohombres. Casi dioses del Olimpo; sin apetitos de poder, decían; sin tentaciones políticas, afirmaban; más allá del bien y del mal; por encima de todo y de todos. La historia puso a cada quien en su lugar.

 

Lo que conviene recordar ahora es que entonces señalé el peligro de soportar nuestra salud democrática en unas cuantas figuras sobreinfladas mediáticamente por los propios partidos tras de ellas embozados.

 

La democracia implica participación, deliberación y corresponsabilidad ciudadanas. En lugar de ellas, nos emancipamos de su carga apostando a que unos “ciudadanizados” sacarían adelante, por nosotros, la democracia mexicana.

 

El resultado está a la vista. No sólo por lo que hace a las hoy desgastadas y asediadas figuras ciudadanas, sino por, en palabras de Arendt, la emancipación ciudadana de la política entendida como libertad básica y el empoderamiento de las estructuras partidistas y sus agendas chatas y privadas.

 

En esta realidad es que surgen como opción los candidatos independientes. Empecemos por la denominación. La independencia es un término relativo; se es independiente con relación a algo o a alguien. En el caso concreto, se dice, los independientes lo son de los partidos, lo cual está por verse.

 

El famoso Bronco fue priísta hasta que le convino, Clouthier fue panista igualmente. Su tufo me recuerda lo angelical, apolítico y apartidista de los consejeros ciudadanizados.

 

El Bronco, además, tras condenar al fuego eterno a los partidos, negocia con ellos presupuestos, leyes, políticas y programas; y no por haber claudicado a sus proclamas, sino por haber engañado concientemente con ellas al voto ciudadano.

 

Lo importante, sin embargo, es el lustre, falso como todo lo que brilla, del concepto “independiente”. El vocablo implica “no depender de otro”, “sostener sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena”. Una especie de empoderamiento que nos libera de todo lazo y carga, de las monsergas de pertenecer a una comunidad, de responder a sus demandas, de cumplir sus tareas, de ser solidario.

 

Libres frente a nuestra computadora y hermanados por una red electrónicamente empujada con un conglomerado humano inasible, difuso y fugaz que puede, además, abandonarse tan pronto implique incomodidades o demandas.

 

Esa liberación e independencia, sin embargo, conlleva aislamiento, soledad y vértigo. La vida humana es en sociedad. Las certidumbres y seguridades son en sociedad. El individuo solo o es un Dios, o es un monstruo.

 

Política viene de polis. Emanciparse de la política es una contradicción en sus términos. Vivir implica cargas, lazos, compromisos y responsabilidades. No existe otro tipo de vida. Civilización, según Freud, es una transacción. Transacción entre la libertad y seguridad. Libertad del individuo, seguridad que solo en grupo se encuentra. Transacción entre actuar a propio impulso y las restricciones impuestas por la seguridad.

 

Seguridad sin libertad es esclavitud; pero libertad sin seguridad es caos, incertidumbre y finalmente impotencia. La tensión entre independencia y seguridad es irreconciliable.

 

Así, no hay independientes puros, hay independientes de algo o de alguien, pero dependientes, por ende, de otro algo y otro alguien. There’s no a free lunch, dicen los primos del norte.

 

El problema de nuestros independientes es lo falso de su independencia. Sabemos, formalmente, que son independientes de los partidos, al menos eso protestan, pero no sabemos de quién no son independientes.

 

De allí la necesidad de, a pesar del descrédito partidario, el cual soy el primero en señalar, pugnar porque la política no deje de ser pública y en público. Nada más grave de regresar al arcana imperii por la vía de los independientes.

 

El poder tiene una sed irresistible a esconderse. La independencia que hoy se nos vende como cuentas verdes rompe todo compromiso real con nuestro prójimo e irradia oscuridad al ámbito público.

 

A días de la toma de posesión del personaje El Bronco, Jaime Rodríguez carga sobre sus espaldas evitar la oscuridad, cerrar la brecha de la credibilidad, transparentar el poder, evitar el ruido y la trivialidad sin sentido. Compromisos, todos, que lo sujetan a la ciudadanía.

 

@LUISFARIASM