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Iguala en el mundo

A raíz de lo acontecido en Iguala y de su posterior impacto mediático, el interés de mis interlocutores cotidianos en lo que está aconteciendo en México ha crecido mucho.

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Escrito en OPINIÓN el

Hay un dicho muy famoso que dice en inglés: “No news, good news” (cuando no hay noticias, son buenas noticias). Efectivamente creo que tiene razón y en español podríamos decir que su equivalente es: “Las malas noticias siempre viajan rápido”. Pensemos por ejemplo, cuando hace mucho tiempo no sabemos que fue de la vida de determinada persona; durante años no nos enteramos si tuvo hijos, si cambió de empleo, si se mudó de ciudad; pero cuando le pasa algo grave, se enferma o se muere, entonces las noticias nos llegan extremadamente rápido. Ejemplos de lo anterior hay muchos.

 

Pues bien, si esto pasa en el ámbito personal y en un microcosmos, también sucede en el ámbito colectivo y global. Me refiero específicamente a los países, las naciones o las poblaciones determinadas, de las cuales casi nunca estamos enterados de lo que acontece en ellas, a menos que algo grave suceda. Pondré otro ejemplo: El ébola y el brote en los países de África occidental: Casi nunca tenemos noticias de lo que pasa en Guinea, Liberia o Sierra Leona, a menos que algo grave suceda, como por ejemplo, el surgimiento de una pandemia global como el ébola, en donde el terror y el pánico (y al mismo tiempo las posibilidades de contagio) crecen exponencialmente si no se toma conciencia de ello; entonces sí, las malas noticias corren como reguero de pólvora. Por eso digo que “cuando no hay noticias, es que son buenas noticias”. Y este es el caso de México actualmente.

 

Trataré de explicarme: Cuesta mucho más trabajo construir una imagen positiva que una negativa. México durante largos años – por allí de 2009, 2010, 2011 – dinamitó su imagen internacional y en la opinión pública global (quizá sin la intención de hacerlo o por causas inclusive contrarias a su intención) y le costó mucho trabajo echar adelante para revertir esta mala percepción que tenía derivada de la violencia, la inseguridad, el crimen organizado y tantas cosas que acabaron por espantar al turismo y a las inversiones.

 

En ese orden de ideas, me queda claro que una de las prioridades del actual gobierno federal fue presentar a México como un país moderno, que había dejado de ser el país de la inseguridad y de los crímenes y los cárteles, y había pasado a ser el país del “momentum” y de las reformas estructurales que en años no habían sido concretadas. Lentamente la imagen del país comenzó a cambiar; sin embargo, la brecha entre la narrativa nacional y la realidad no hizo posible concretar este ejercicio.

 

Y dado que las malas noticias viajan mucho más rápido que las buenas, lo que ha estado aconteciendo en Iguala, Guerrero, ha desatado una ola de críticas y de golpeteo en la prensa nacional (pero sobre todo en la internacional) que está derrumbando aquello que se estuvo construyendo desde hace algún tiempo, tratando de presentar a México como un país distinto. En razón de lo anterior, me gustaría decir que en prácticamente dos años que llevo viviendo en la capital de los Estados Unidos, casi nunca las personas con quienes tengo un trato cotidiano (y cuyo trabajo no involucra a México directamente) no se  habían interesado en lo que pasaba en nuestra nación. Si bien me preguntaban cosas acerca de la situación en general, de las reformas o de mi opinión sobre la coyuntura política, la realidad es que eran las menos, y pocas veces tenían interés en profundizar en ello.

 

A raíz de lo acontecido en Iguala y de su posterior impacto mediático, el interés de mis interlocutores cotidianos en lo que está aconteciendo en México ha crecido mucho. Ahora hay muchas más personas que quieren conversar para encontrar una explicación, y cada vez que les intento explicar que 43 estudiantes se desaparecieron completamente por órdenes de un alcalde corrupto, coludido con el crimen organizado, parece que les estoy hablando de otro planeta. Para mí también resulta difícil de creer; pero más difícil de asimilar es nuestro grado de costumbre con situaciones similares en México.

 

Por supuesto – huelga decir – que la imagen de México está por los suelos. Aquello que parecía comenzar a repuntar, se derrumbó en cuestión de semanas. Han vuelto las preguntas sobre si es seguro viajar a la Ciudad de México (inclusive) y se pone en total duda el papel de las instituciones mexicanas y de su solidez para respetar y hacer respetar el estado de derecho.

 

Personalmente me resulta muy triste todo lo que ha estado sucediendo, pero lamentablemente la pólvora de las malas noticias ha corrido a pasos agigantados y si no ponemos manos a la obra de inmediato, la imagen de nuestro país tardará, otra vez, muchos años en volver a estar bien. No tengo una fórmula secreta en materia de comunicación, pero creo que es momento de hablar del asunto sin tapujos; tenemos que darnos cuenta que todavía nos falta mucho camino por recorrer.

 

@fedeling