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Historias de una gasolinera

La consecuencia de la lucha contra el huachicol creó un nuevo pequeño mercado negro. | Pamela Cerdeira

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Escrito en OPINIÓN el

Me gustan las historias, recorrí a pie la fila de lo que sumaban casi doscientos coches que esperaban cargar gasolina para conocerlas. Vivo cerca de una gasolinera, lo que ha implicado que en los últimos días tenga que pararme en doble fila y convencer a los conductores de que no me voy a meter en su lugar, para poder entrar a casa.

En un coche una familia completa saludaba como quien es parte de una experiencia tan poco común que causa más asombro que enojo. En otro iba una señora con un niño dormido en el asiento de atrás. Formados como si fueran vehículo, dos personas llevaban en un diablito varios tambos, el de sesenta litros es para una Ford Lobo –dijo uno de ellos, y los otros tambos menores llevaban nombre de auto también. Estaba un taxista que aprovechaba la espera para limpiar su unidad trapo en mano. Por unos segundos, fui fumadora pasiva de la mariguana que disfrutaba relajadamente uno de los conductores mientras esperaba afuera de su coche. Pero la más conmovedora de las historias la encontré justo al salir de casa: con la música a volumen alto, dos mujeres jóvenes cantaban como si el mundo no existiera. Era imposible distinguir cuál de las dos lo disfrutaba más, si la copiloto que cantaba con más entusiasmo o su compañera en el volante que disfrutaba doble por oírla y verla cantar. Ellas no estaban formadas esperando cargar gasolina, bueno sí, ese era su objetivo final, pero quien las viera podría entender la esencia de la vida misma: ellas estaban viviendo, y de camino esperando avanzar para poder llenar el tanque.

Gasolina

Llegar a la gasolinera, el punto cero, era acercarse a una historia distinta. Ahí se formaban dos filas: la de los autos y la de los hombres tambo. Sentí la tentación de correr a avisarles a los del diablito, puesto que la segunda fila era de no más de diez personas. Una señora reclamaba molesta al policía porque despacharan a los de los tambos, su enojo aumentó después de que el policía me informó que la gasolina estaba por terminarse. Dura tres horas, llegó una pipa a las 4 a.m., abrieron a las 6 a.m., y se acabó a las 9. A las 10 llegó otra pipa, debe quedarle poco, -dijo a la 1:35pm.

La acordonada gasolinera estaba rodeada por grupos peculiares. Vehículos que no estaban formados para cargar, motociclista que ya tenían tambos llenos y negociaban con otras personas. La consecuencia de la lucha contra el huachicol creó un nuevo pequeño mercado negro, en donde el litro es más caro que el extraído de manera ilegal. Nadie puede dudar que comprar combustible robado está mal, pero ¿estaba mal pagar por un tambo de gasolina a quien se había formado para obtenerlo? ¿Se habrían formado? La tensión en la zona cero invitaba a retirarse del lugar, yo soy mirona profesional pero mi valiente acompañante valora más la comodidad de casa.

Sabiendo que al combustible le quedaban pocos minutos, emprendimos el camino de vuelta. Los del diablito ya se habían formado en la fila de los hombres tambo. Un conductor al que le faltaban como veinte coches para llegar a la tan anhelada bomba me confesó que llevaba una hora formado. El niño seguía dormido en el asiento trasero. La mariguana todavía perfumaba el ambiente. En el coche karaoke seguía la fiesta, la copiloto cantaba ahora con los ojos cerrados y mucha más inspiración, su piloto seguía la tonada, seguía sonriendo. No me atreví a decirle lo que oí en voz del policía.

Camila

@PamCerdeira | @OpinionLSR | @lasillarota