Main logo

Historias de los movimientos de mujeres

“Considero que hay un movimiento feminista que cobija a las militantes, quienes a su vez se adhieren a grupos a partir de diversas corrientes: feminismo liberal, socialista, radical, ecologista, de la igualdad, de la diferencia”: Ana Lau.

Por
Escrito en OPINIÓN el

“La historia de la educación desde esta perspectiva tendría que ser de educación liberadora, para –sí, situada y comprometida contra las ideologías de reclusión y domesticación”: Mercedes Barquet.

 

“La propuesta feminista necesita ser una propuesta civilizatoria; su primera tarea, antes de llenarnos de acciones, es instalar en el imaginario la necesidad de construir y tener otro horizonte, otra utopía de existencia social”: Ximena Bedregal.

 

La Universidad Autónoma Metropolitana y Editorial Itaca reimprimieron una obra que es –sin duda- un libro indispensable en la historia de los feminismos y los movimientos de mujeres en México: “Un fantasma recorre el siglo”, coordinado por Gisela Espinosa Damián y Ana Lau. Este libro es una especie de Aleph de los feminismos. Ese observatorio donde  se superponen los espacios y los tiempos. Gisela Espinosa Damián y Ana Lau Jaiven crearon un proyecto con una de las características que más se agradece, y que manifiesta su coherencia; la del proyecto y la de ellas: es un libro incluyente.

 

Y justo por incluyente, por todo lo que una encuentra concentrado, y en inmediata vecindad, es un libro que condensa la caricia y el jalón de cabellos. Las diferencias en los contenidos de las desgarraduras. Específicas. Las diferencias de etnia y clase, por ejemplo. Y sus prioridades tan distintas.

 

Un libro memorable, escrito por luchadoras memoriosas. Un libro que habla de la desgarradura. Una. Cien. Mil. Tantas. Esa es el origen de cada historia individual. Es indispensable que la desgarradura interior exista, para que una descubra: en la infancia, en la adolescencia, en la edad adulta, que hay algo en el orden del mundo que nos lastima, que no corresponde a lo que es justo, que nos coloca en una situación discriminada.

 

Hay algo que no deseamos vivir de esa manera, y que tampoco deseamos que nadie viva. Entonces, elegimos el feminismo. Lo elegimos antes aún de saber que existe. Una vaga noción. Un anhelo. “Tiene que existir otro modo de ser humano y libre” –como escribió Castellanos- Tiene que existir. Otro Modo de ser.

 

A cada quien sus razones y sus sininrazones: Un imaginario de sororidad. Una urgencia. Es impresionante todo lo que se puede aprender y aprehender, imaginar, leer, cuestionar, a partir de la fuerza de las desgarraduras y las voluntades que se colectivizan.

 

El profundo sentido de “lo personal es político”. Cuando una piensa que esa grieta inicial, esa suma de las fallas en los orígenes encontró los caminos para articular un movimiento social que transforma paulatinamente la realidad y los imaginarios, los lenguajes, que abre espacios de estudio y reflexión, que incide en las políticas públicas, en las reformas a la ley.

 

En los modos de vivir, gozar, escribir, amar, mirarse a una misma y a las y los demás. A pesar de todo lo que falta, no ha estado nada, pero nada mal. A pesar de las desilusiones, de los desencuentros. A pesar de que la realidad nunca es, no puede ser del tamaño de la utopía. Tanto de la utopía se sostiene, pero comprendimos más los tiempos, se moderaron las estrategias.

 

  Las Soldadas.

 

Cuando leo el texto de Rosalva Aída Hernández: “Movimiento de Mujeres Indígenas”, y el de Gisela Espinosa Damián: “Feminismo popular”, me siento sacudida. Nos muestran ese espejo de nuestra dificultad para entender y respetar condiciones de vida e interpretaciones del mundo que nos son ajenas, nos confronta con la realidad: estamos alienadas en nuestros códigos. En nuestras prioridades. En otro espacio leí la cita de una admirada feminista extranjera que aconseja trabajar con mujeres de colonias populares, porque si no “el feminismo se queda sin bases”.

 

Así. Tal y como lo señala Gisela, como si ellas no fueran feministas, sujetas de sus vidas, sus elecciones y sus historias, sino “las bases” de las otras. Hay algo que me tiembla por dentro cuando Rosalva nos muestra la profundidad de un conflicto entre un feminismo y otro alrededor de la noción de complementariedad inscrita en la construcción interior de las mujeres indígenas.

 

No, muchas de ellas no quieren explicarles el discurso de género a sus maridos para que nos las golpeen, lo que ellas quieren es trabajar la diferencia sexual desde el principio de los opuestos que se complementan: Una fuerza femenina ante otra masculina, igual de indispensables y de trascendentes, y explicar cómo la desigualdad y la violencia que viven ha ido traicionando la fuerza igualitaria de ambos principios. Ah, nuestro feminismo agnóstico y urbano. Liberal.

 

Habrá quien lea este libro y diga “no me siento representada, yo allí no quepo, no me interpela”, pero está difícil. Es un libro indispensable para continuar encuadernando la memoria y las batallas feministas. Para no olvidar los cuándos, los en dónde, y sobre todo los cómo, que son una parte tan inseparable de los para qué. Para consolidar y/o recuperar un sentido de pertenencia. Para que una no se diga, en esas noches desvencijadas que a todas nos llegan: “Me siento como hoja suelta”.  

                                              

 

 

El título de libro, su referencia al Manifiesto Comunista, me llevó a pensar en Freud, cuando el barco que lo traslada por primera vez a Estados Unidos se acerca al puerto en Nueva York y él le dice a Jung y a Ferenczi: “No saben que les trajimos la peste”, refiriéndose al psicoanálisis. Creo que el feminismo es, “la peste” a la manera en la que Freud utilizó la palabra: Irrumpe para cuestionar la biología. Lo que se supone “natural”, lo que se da por hecho. Lo inmutable. Irrumpe para cuestionar los vínculos, las desigualdades. Los lenguajes discriminatorios disfrazados de ingenuos e inofensivos. Es tan enorme y a la vez tan cotidiano e invisibilizado. El feminismo irrumpe para cuestionar las mascaradas de la virilidad y la femineidad. Sus camisas de fuerza.

 

Las relaciones entre hombres y mujeres, entre mujeres, entre hombres. La maternidad. La paternidad. La explotación. Para combatir - en lo privado y en lo público- la lógicas del amo y del esclavo. Ya sé que puedo hacerme ahorcar por esta afirmación, pero “la peste”, esa enfermedad contagiosa y sin marcha atrás que significa la irrupción del feminismo en una vida, en un colectivo; sus caminos para deconstruir, esa nueva y renovada manera de leer la realidad, para mí, tiene mucho que ver con el psicoanálisis.

 

En su texto: “El derecho de las mujeres al sufragio”, Enriqueta Tuñon cita la intervención del diputado Aquiles Elorduy en el Congreso, cuando Miguel Alemán  hizo llegar su moderadísima propuesta para que las mujeres pudieran votar y ser votadas en las elecciones municipales. El diputado  Elorduy se levantó de su sofá, me imagino que como un pueblo en marcha al borde de la debacle, todo él, y dijo:

 

“El hogar mexicano… el hogar selecto, perfecto en donde la ternura llena la casa y los corazones de los habitantes gracias a la mujer mexicana que ha sido y sigue siendo todavía un modelo de abnegación, de moralidad, de mansedumbre, de resignación… costumbres venidas de fuera están alejando a las madres mexicanas un tanto cuanto de sus hijos, de su casa y esposo… Los jefes de familia tenemos en el hogar un sitio donde no tenemos defectos… para la mujer mexicana, su marido, si es feo, es guapo; si es ignorante, es un sabio, porque quiere enaltecer, a los ojos de su familia y de ella misma, al jefe de la casa. Si vamos perdiendo los hombres las pocas fuentes de superioridad, por lo menos aparente que tenemos en el hogar, vamos a empezar a hacer cosas que no son dignas de nosotros. La política es casi lo único que nos queda… si vamos a ser iguales hasta en la calle, en las asambleas, en las Cámaras, en la Corte suprema, en los tribunales, en los anfiteatros, etcétera, etcétera, pues, entonces,  que nos permitan bordar”.

 

La feminista Rosalinda Ávila Selvas durante una marcha.

 

¿Qué ser humano –con la lógica del dominio introyectada- querría renunciar a ese paraíso de absolutos y certidumbres que nos describe el diputado Elorduy? La superioridad. Ser perfecto ante los ojos de alguien. Detentar la libertad sin ofrecer reciprocidad, y sin miedo a la pérdida. Que las mujeres fueran tan mansas es poco creíble, lo que es un hecho es que –para ellas-  hacer las maletas y mudarse, era demasiado costoso y desamparado. Ser  quien detenta los bienes materiales, quien puede decidir la longitud del “para siempre” del contrato matrimonial. Ser el que sabe que si se va de palabras o hasta de manos, no es grave, frente a él se yergue inquebrantable y de lo más conveniente: la resignación femenina.

 

Se dejó ir Elorduy, como si estuviera en una sesión, no en el Congreso, sino en el diván. Por la boca del diputado hablan -en su versión leve- esos miedos que se traducen en lo que llamamos machismo, y que con un aumento en intensidades –y en circunstancias de menor contención y mayor precariedad emocional- se desboca en franca misoginia. Imaginarios inscritos en una idea de virilidad  que entonces, antes y ahora, ha sostenido desmesurados esfuerzos por detener, negar y avasallar cuando ha sido necesario y posible, los avances de las causas de las mujeres. El pánico a la pérdida de poder, de control. La pérdida de poder y de control entendida como pérdida de identidad.

 

Si la mujer vive despojada de su derechos: Yo varón, “soy”. Yo varón, “tengo”. Pero si ella –despojada, claro, por razones “biológicas”, “porque nuestro señor así lo quiso”, “porque esa es su naturaleza”, etcétera-, asume sus derechos, entonces lo despoja a él. No hay –en estos discursos- un punto medio igualitario en el que nadie despoje a nadie. La exacta lógica de la voluntad de dominio. Es la lógica contra la cuál luchan los feminismos –aunque caigamos en ella- una realidad de vínculos imaginados y construidos en una más allá o más acá de las perversiones propias a una manera abusiva de concebir las relaciones. donde no se juega lo justo, sino el autoritarismo y la ley –depredadora- del más fuerte.

 

El libro incluye dieciséis ensayos de mujeres que escriben desde la historia del sufragismo, el feminismo y los Movimientos de Mujeres.  La saga de las luchas y sus logros, sus desfallecimientos y sus errores. Los espacios académicos y no académicos de formación. Las complicidades cuando se dan.  La importancia hoy del feminismo en la vida cotidiana de las mujeres –se reconozcan feministas o no- como narra Gisela Espinosa Damián: no es lo mismo cuidar a los hijos en la casa, que organizar una guardería.

 

  • Y la sororidad existe, a veces a contrapelo, pero vaya que existe.
  • La transformación de los imaginarios y del inconsciente colectivo, la lucha por desmantelar el orden social construido en la voluntad de dominio, es lenta, pero no tiene marcha atrás.
  • Un libro memorable, escrito por luchadoras memoriosas.
  • Y sí, desde las sufragistas…al orden patriarcal le llegó la peste.
  • Y la peste es epidémica.

 

@Marteresapriego