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Helsinki: La cumbre ficticia

Las impresiones que deja esta reunión es que se ha perdido una oportunidad para intercambiar ofertas reales de colaboración entre EU y Rusia.| Alicia Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Un par de días antes de la reunión que Donald Trump sostuvo con Vladimir Putin en Helsinki, el Asesor Especial Robert Mueller acusó formalmente a 12 oficiales de la inteligencia rusa de hackear los sistemas informáticos del Comité de Campaña Democrática del Congreso, del Comité Nacional Demócrata y de la Campaña Presidencial de Hillary Clinton durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016.

Hasta el momento, ya suman 25 los ciudadanos rusos acusados de estar directamente involucrados en la campaña de ciberataques que llevaron a Trump a ser el 45º inquilino de la Casa Blanca. Recordemos que con la información que Facebook proporcionó en septiembre del año pasado, Mueller tuvo pruebas suficientes en febrero de este año para levantar cargos contra otros 13 ciudadanos rusos y 3 empresas rusas por interferir en el sistema político estadounidense. Una de las cosas más relevantes en esa ocasión es que la demanda de Mueller sostiene que algunos de los acusados “se comunicaron con personas asociadas con la campaña Trump y con otros activistas para tratar de coordinar actividades políticas”.

Sin embargo, la petulancia de Trump es tan grande que sobrepasa al fantasma de la colusión rusa en las elecciones que lo llevaron a ser presidente de Estados Unidos. Aunado a lo anterior, Trump nunca ha ocultado una especie de fascinación por Vladimir Putin, la cual fue resumida en video por el diario estadounidense Politico, lo que parcialmente explica porqué el Jefe de Estado que es hoy no define una estrategia clara con Rusia.

Lejos de tener una gran relación con Putin y con Rusia, como Trump prometió en campaña, la tensión se ha intensificado, pues desde que asumió el cargo las acciones de abierto enfrentamiento entre ambos países han sido una constante a medida que pasa el tiempo.

Reacciones

Recordemos que el gobierno estadounidense se sumó a la avalancha internacional de expulsiones de diplomáticos rusos por el envenenamiento con un agente químico de un exespía ruso y su hija en Reino Unido. Trump respondió con la expulsión de 60 diplomáticos rusos de su territorio y el cierre del consulado ruso en Seatle. En represalia Putin ordenó la expulsión del mismo número de diplomáticos estadounidenses de Rusia y el cierre del consulado en San Petersburgo.

Otra de las acciones contra Rusia, aunque menos directa, fue el ataque a Siria que las administraciones de Donald Trump, Emmanuel Macron y Theresa May realizaron en abril de este año en respuesta al supuesto uso de armas químicas por parte del régimen de Bashar al Assad.

No hay que olvidar tampoco que Trump prácticamente alentó a una nueva carrera armamentista con la publicación de la Nuclear Posture Review 2018 en febrero pasado, a la que con justa razón, Putin consideró “antirrusa” por lo que no tardó en responder haciendo anuncios grandilocuentes de sus nuevas armas estratégicas con capacidad de vulnerar los escudos antimisiles estadounidenses. Pero esto no quedó sólo entre rusos y estadounidenses, la tensión entre ambos contribuyó a dividir aún más la posición europea en materia de seguridad y política exterior en el marco de la OTAN, situación que Trump aprovechó la semana pasada para darle una estocada a la Organización, al tiempo que incrementó las especulaciones en torno a la política estadounidense hacia Rusia en vísperas de la reunión de Helsinki.

Sin embargo, la ambivalencia de Donald Trump hacia Putin se hizo evidente una vez más en Québec durante la cumbre del G7, al sugerir reincorporar a Rusia, restando toda importancia a la invasión y anexión de Crimea por parte del Kremlin y olvidando que ésta fue la razón por la que Rusia ya no forma parte del G7.

En el mundo de los idealistas, la histórica relación antagónica entre Estados Unidos y Rusia debería subsanarse del todo para dar paso a una larga lista de potenciales áreas de cooperación entre Washington y Moscú, en particular el combate al terrorismo, la ciberseguridad, Siria y el control de armas estratégicas a través del tratado START de 2011, que Trump y Putin deberán renovar.

Más allá de los buenos deseos en cooperar expresados por Trump y Putin durante la conferencia de prensa conjunta, la cumbre de Helsinki demostró ser lo que cualquier mandatario debe tener como mínimo en el terreno internacional, un acercamiento con uno de sus homólogos.

Si bien es temprano para sacar conclusiones, las impresiones que deja la reunión de Helsinki es que por un lado se ha perdido una oportunidad para intercambiar ofertas reales de colaboración entre Estados Unidos y Rusia, y por el otro la existencia de una “relación bilateral ficticia” que tanto Trump como Putin necesitan. En el caso de Putin es claro que él tiene su propia agenda, especialmente en lo que se refiere a ser reconocido como líder de una potencia mundial, pero sólo Trump sabe qué es lo que quiere, además de llevar al límite el orden internacional que conocemos y presionar de alguna forma a los europeos, a los que ahora llama “enemigos”.

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