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Hablemos de adaptación al cambio y del lenguaje incluyente

Ya lo decía Stephen Hawking: “La inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio”. Seamos pues, inteligentes. | Norma Loeza*

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Escrito en OPINIÓN el

En días pasados, el video viral de una estudiante que se asume como no binaria –es decir que no se identifica a sí misma ni como hombre ni como mujer– pidiendo que en clase le llamaran “compañere”, desató un nuevo capítulo en la discusión acerca de la necesidad de incorporar el uso de lenguaje incluyente en todos los espacios de vida, trabajo y convivencia que sean posibles.

Y lo extraño no es, en realidad, la acalorada defensa del idioma español que algunas personas esgrimieron. Tiene algún tiempo que esta discusión sigue abierta, a pesar de que muchos de los argumentos en contra del lenguaje incluyente ya han sido desmontados de varias maneras. 

Lo que llama la atención es justamente el que haya personas que no comprenden  que se trata de un asunto que no podemos seguir postergando, independientemente de estar de acuerdo con ello o no. 

Las sociedades del siglo XXI tendrán que adaptarse a la nueva realidad que supone la aceptación de la diversidad en toda la extensión de la palabra. A pesar de que se utilicen argumentos que antes resultaban válidos para justificar la discriminación y exclusión hacia determinados grupos, es claro que esas razones tienen un buen tiempo que dejaron de ser válidas.

La primera de ellas tiene que ver con la defensa de la “pureza” del idioma. Cualquier lingüista y/o profesional del estudio de las letras, sabe que tal cosa no existe. La lengua se transforma de manera permanente, continua y sin pausa, porque las culturas que la animan, lo hacen todo el tiempo.

La lengua es el resultado de la manera en que las personas con cosmovisiones compartidas deciden nombrar al mundo. Y eso no es estático, porque la historia y las circunstancias moldean esa visión constantemente. Por tanto, aludir a la necesidad de cuidar la lengua para que permanezca inmutable es tanto como aspirar a que pierda su utilidad para describir la experiencia humana a largo plazo.

Si las personas que usan la lengua encuentran que ya no les es suficiente para expresar los cambios y transformaciones que viven, siempre pueden adaptarla, revisarla y adecuarla. Y eso no es un proceso académico, ni se pide permiso para hacerlo. Son las y los hablantes quienes van definiendo las nuevas palabras o acepciones.

Es así que tenemos muchas palabras nuevas cada tanto, porque la lengua es dinámica. Y no sólo el lenguaje hablado o escrito. Para quienes argumentan que lo incluyente sería usar lengua de señas, es bueno que sepan que esta también se transforma y admite diversas formas de ser incluyente.

Eso nos lleva a otra de las razones que no son válidas para arremeter en contra del lenguaje incluyente. Algunas personas afirman que mejor sería usar la lengua de señas, si es que de verdad se quiere incluir a todas las personas.

Veamos más de cerca qué tan inclusivo ha sido este tema para otro grupo altamente discriminado. De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda (INEGI, 2020) en nuestro país, viven 20,838,108 personas con algún tipo de discapacidad. De esa cifra, el 24.4% tiene dificultad para escuchar, y el 10.7 para hablar o comunicarse. Eso representa una cifra de poco más de 7 millones de personas.

El problema estriba en que no todas esas personas utilizan la lengua de señas, entre otras cosas, porque no hay quien les enseñe –las escuelas e instructores certificados son pocos– y además, porque desarrollan otras estrategias de comunicación, debido a que muy pocas personas saben comunicarse con ellas utilizando este lenguaje.

Es así que la lengua de señas, tampoco ha sido una solución incluyente, a pesar de que gracias a la sociedad civil y la lucha de la comunidad sorda, ahora se incluya la traducción a lengua de señas en todos los eventos oficiales, lo cual claramente no es suficiente para hablar de una verdadera inclusión.

La verdad es que en lo cotidiano, la discapacidad es una condición que genera tanta o más discriminación que la diversidad sexual o la identidad de género. Usarla para cuestionar el uso del lenguaje incluyente solo demuestra que se conoce muy poco del verdadero problema que es la visión universalista, cuando ni siquiera se conocen las diferentes barreras a las que cada grupo discriminado se enfrenta.

Finalmente, también está la visión de que se impone una “ideología de género”–que dicho sea de paso no existe– que busca “borrar” a hombres y mujeres. Nada más alejado de la realidad. Que un grupo discriminado exija sus derechos no quiere decir que se eliminen los de las demás personas, porque no hay un “número limitado” de derechos por garantizar.

Tampoco hay “derechos nuevos o especiales” hay derechos que no se les habían reconocido y ha llegado el momento de poner el piso parejo. Eso también es transformar y resulta que el uso de lenguaje también forma parte de estos aires de cambio.

En un mundo en movimiento constante donde ya no habrá modo de regresar al pasado, una nueva palabra en realidad no altera el curso de las grandes transformaciones que ya han comenzado. Ya lo decía Stephen Hawking: “La inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio”. Seamos pues, inteligentes. 

* Norma Lorena Loeza Cortés 

Educadora, socióloga, latinoamericanista y cinéfila. Orgullosamente normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas Sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002. Fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora. Escribe de cine, toma fotos y sigue esperando algo más aterrador que el “Exorcista”.