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Globalización: EU-Afganistán

El debate entre Occidente y Oriente en torno a los derechos. | Laura Baca

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Escrito en OPINIÓN el

La mundialización ha generado una cantidad impresionante de fenómenos inéditos. En la economía, la creación de nuevos mercados y la reorganización de los procesos productivos a nivel planetario. En la política, la emergencia de guerras regionales y de movimientos autonomistas de izquierda y de extrema derecha que ponen en cuestión el esquema tradicional de las fronteras y de los estados nacionales, al mismo tiempo se plantea un reclamo creciente de los ciudadanos para construir formas alternativas de representación política a nivel supranacional.

En lo social, el desarrollo de nuevas discriminaciones y de una explosión de identidades minoritarias en la esfera pública asociadas a las irreversibles transformaciones demográficas que proyectan problemas inéditos de convivencia así como fuertes desafíos de inclusión social y desarrollo humano. En la cultura, la globalización configura nuevas dimensiones acerca de la identidad tradicional y moderna, y sobre los fundamentos éticos y políticos que caracterizan la convivencia y el conflicto entre los grupos.

La “occidentalización” planetaria plantea problemas novedosos a la agenda pública internacional y a la “calidad” de los regímenes democráticos. En el mundo actual aumentan peligrosamente las desigualdades y no sólo la cantidad de pobres sino también la calidad de la pobreza.

Existen procesos simultáneos de globalización que hacen posible hablar, más bien, de “globalizaciones”. La mundialización de los poderes comunicacionales, la internacionalización de las economías y el imperio del mercado van acompañados también de otros procesos de expansión que es necesario percibir: una globalización de los liderazgos políticos que gobiernan el mundo y una globalización de las organizaciones civiles. Una globalización de las instituciones y una globalización de los movimientos colectivos. Esta intersección de los procesos de creciente mundialización plantea la actualidad de los derechos humanos y la urgencia de su vigencia, dado que la ciudadanía no puede desarrollarse en una lógica democrática, sino se garantizan previamente un conjunto de derechos fundamentales de las personas.

Democracia, derechos colectivos, exigibilidad y solidaridad constituyen conceptos clave para establecer un nuevo marco ético de convivencia en un mundo convulsionado por las nuevas intolerancias, la violencia, la guerra y el caos. 

El Islam tiene una identidad política y religiosa que integra una absoluta alteridad cultural e ideológica que lo contrapone al mundo occidental.

En este contexto, hablar de democracia y liderazgo significa analizar la manera en la que un gobierno resuelve el conflicto a favor de los grupos vulnerables. Sobre todo, si es una democracia abierta y horizontal, incluyente y participativa. El presidente Joe Biden busca encontrar soluciones a la polarización y a los conflictos que se han desarrollado entre los diferentes grupos sociales, los cuales se encuentran enfrentados por el populismo, promoviendo la unidad política y la búsqueda de acuerdos entre republicanos y demócratas.

Muy diferente es en el caso de Afganistán donde las diferencias sociales, étnicas y religiosas hacen difícil los acuerdos. Biden ha intentado que prevalezca en ese lugar del mundo la paz, la tranquilidad y la justicia.

Cabe señalar que el liderazgo Occidental se distingue porque participa en los vértices internacionales promoviendo con firmeza las reformas necesarias para tratar de frenar el conflicto en ese lejano país asiático. Mientras que en Occidente las mujeres juegan un rol fundamental en la toma de decisiones colectivas, independientemente de su rol como mujeres profesionistas o madres abnegadas. Por el contrario, en esa región asiática las mujeres no cuentan. En Afganistán van cubiertas de negro, no pueden manejar y no salen de sus casas si no es necesario. Además de que no ocupan espacios representativos en la vida política, sus derechos civiles no existen o se encuentran muy restringidos.

Esto se debe a que la intolerancia social se proyecta a través de estigmas que permiten “categorizar” o “inferiorizar” a las personas y a los grupos a partir de sus atributos físicos, sociales o culturales. Los elementos característicos de los grupos se perciben como “naturales” y prototípicos. El estigma produce una identidad social basada en un descrédito amplio de los integrantes de las diferentes categorías sociales así como en sus supuestos defectos, fallas o desventajas.

El estigma es un atributo profundamente desacreditador. Un atributo que estigmatiza a su poseedor confirmando la “normalidad” del otro. Todo grupo humano tiene sus particulares formas de vida, sus tradiciones y sus creencias pero además, considera que éstas tienen o deben tener una validez universal incluso para quienes son miembros de otro grupo social o se profesan “diferentes” a lo comúnmente considerado como “normal”.

La intolerancia social plantea el problema del «otro» es decir, del representante o del portador de la diferencia que puede ser física o cultural. Este «otro» se convierte muy fácilmente en un trasgresor del orden social. Por lo tanto, la intolerancia social se fundamenta en una relación de desigualdad entre alguien que es "fuerte socialmente" ya sea por sus recursos de poder económico o cultural, y alguien que es "débil" tanto en la esfera pública como en la esfera privada, alguien que puede ser considerado un ciudadano de segunda. La intolerancia social representa por regla general una relación asimétrica basada en los estereotipos, la indiferencia, el escepticismo o simplemente, el desprecio.

En Afganistán, los Talibán, estudiantes de teología así llamados porque sus líderes, provienen de seminarios religiosos denominados “Madrasa”, establecieron un régimen shariatico en los territorios que controlaron después de la derrota de los soviéticos que habían invadido su país en 1979. Esta nueva teocracia fue todavía más rígida que el régimen wahabita establecido en Arabia Saudita. Los Talibán adoptaron una serie de medidas anti-modernas de manera tal que las mujeres fueron expulsadas de la arena pública y obligadas a abandonar su trabajo. También fueron obligadas a adoptar el "Shador" o la "Burqa" que es un velo integral que no permite ni siquiera ver los ojos y largos vestidos que las cubren hasta los tobillos. En la radio sólo se puede escuchar música religiosa. Por ello se suele decir que uno de los espacios en donde la discriminación y la intolerancia social se manifiesta con mayor fuerza es en el campo del género que se refiere al conjunto de características psicológicas, políticas, económicas, sociales y culturales asignadas a los sujetos según su sexo biológico.

Los contenidos de los géneros son asignados y asumidos de manera diferenciada, opuesta y excluyente por hombres y mujeres. Lo anterior significa que lo que es válido y obligatorio para ellos, es inaceptable y prohibido para ellas y viceversa. Además de definir y asignar los géneros, los sistemas patriarcales valoran lo masculino por encima de lo femenino. De esta manera, crean y reproducen la primera y más profunda de las desigualdades humanas, la desigualdad de género, en la que hacen confluir a todas las demás desigualdades de etnia, religión, edad, preferencia sexual o filiación política. Por ello, cuando se habla de "fundamentalismo islámico" se hace referencia a una connotación negativa que refleja en modo inmediato estigmas y prejuicios que son también juicios de valor negativo. En el momento actual, la salida de las tropas norteamericanas de la capital Kabul es un fenómeno de grandes dimensiones y que esperamos permita el inicio de una democratización que alcance a las mujeres y permita el desarrollo de la paridad de género.

Hoy sin duda se necesita liderazgo de las mujeres en el mundo, y de manera especial en esa región del planeta.