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¿Ganar el #debate?

Las autoridades electorales pueden aportar mucho quitándole al debate la camisa de fuerza.

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Escrito en OPINIÓN el

El debate electoral es uno de los instrumentos más atractivos de la . Sin embargo, en las  no están logrando —al menos hasta ahora— la influencia, interés y resultados que requiere la sociedad y nuestra democracia.

 

El formato no evoluciona.

 

En la mayoría de debates que se han realizado durante los días recientes predomina la rigidez en las reglas, la falta de creatividad en la producción y la poca autenticidad en la imagen que proyectan los candidatos y candidatas.

 

El desgaste es evidente.

 

Las razones que explican esta situación son diversas y requieren una revisión minuciosa por parte de autoridades electorales, políticos, medios de comunicación, consultores y líderes de opinión.

 

Para avanzar hay que adaptarse.

 

En los últimos años las transformaciones en materia de comunicación son impresionantes en términos de cobertura, audiencias objetivo, hábitos de consumo de información, tiempo de sobrevivencia de las noticias y en los efectos sociales de la comunicación social.

 

El espacio público tiene un nuevo rostro.

 

Lo que aún no conocemos con precisión es cómo estos cambios han incidido en los debates.  De lo que estamos seguros es que debates entre candidatos que representan a diez partidos pierden efectividad por reglas que funcionan para dos o tres.

 

La negociación excesiva paraliza.

 

Va en contra de la naturalidad de los personajes, del ritmo que exigen los nuevos códigos del lenguaje televisivo, de la variedad y riqueza que necesita la producción y de la dificultad que enfrenta el televidente al recibir y comprender abundante información en tan poco tiempo.

 

Con los modelos actuales nadie gana.

 

Y menos aún con cámaras de televisión que no se mueven, con la prohibición casi siempre de ver las reacciones ante cuestionamientos o ataques, con moderadores que no moderan porque solo dan la palabra y no están preparados para resolver las contingencias que están fuera de guión.

 

Por eso los debates ya no emocionan al votante.

 

La mayoría de los involucrados y participantes prefieren resguardarse en sus "islas de seguridad", tanto las de formato como las de mensaje. Los candidatos y candidatas obstaculizan así su capacidad para argumentar y convencer con mayor libertad y naturalidad.

 

El debate casi nunca lo ganan los golpeadores.

 

Con sus acciones, le restan fuerza a su carácter simbólico. El debate tampoco lo ganan quienes exageran con las precauciones.

 

Los reglamentos son camisas de fuerza.

 

Está bien acordar temas, prioridades y diversos aspectos técnicos para proyectar una buena imagen. Sin embargo, es preciso ir más allá, arriesgándose, por ejemplo, a preguntas abiertas, directas y espontáneas.

 

La imagen personal es importante, no lo único.

 

Con excepción de las elecciones con tendencias cerradas, el debate no es el elemento decisivo para ganar la elección. Lo que sí obtiene el ganador es confianza, credibilidad y legitimidad.

 

Los mitos en torno al debate prevalecen.

 

Quienes puntean las preferencias lo complican porque el viejo Manual de Campaña les dice que no les conviene debatir. Quienes van atrás lo exigen porque buscan mayores niveles de competitividad.

 

Tal vez por eso los participantes se cuidan tanto.

 

Esta situación les produce temor y desconfianza. Se olvidan, así, de que el debate puede ser un instrumento de alto valor para sus campañas.

 

En un debate la polarización es imprescindible.

 

Sin confrontación, diferencia y/o desacuerdo, no habría debate. Desde una perspectiva moderna y democrática el debate no es sinónimo de pleito. La mejor arma de los participantes está en la capacidad para argumentar y contraargumentar.

 

La elocuencia debe ir acompañada de credibilidad.

 

Sobre esta base, el debate no lo gana quien ataca sin sustento. Eso es bravuconería y puede producir efectos adversos.

 

Para imponerse, no es necesario gritar.

 

Tampoco funciona concentrarse solo en las propuestas, ignorando los ataques y cuestionamientos de las y los adversarios. El debate no se gana solo mostrando cartulinas o apoyos visuales, que por cierto en varias entidades están prohibidos.

 

El debate es un espectáculo de la democracia.

 

En el nuevo contexto, las posibilidades de triunfo se incrementan con un manejo estratégico del predebate y el postdebate, donde las  están cobrando una gran relevancia.

 

El cambio de paradigma sí es posible.

 

Las autoridades electorales pueden aportar mucho quitándole al debate la camisa de fuerza. Se requiere voluntad política, liberar formatos, procedimientos; prepararse y entrenarse con el tiempo suficiente... y aprovechar todas las técnicas que hoy están disponibles.

 

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