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Futbol en la sombra

De no establecer una ruta real para la erradicación de la violencia en los estadios, perderá el mote de “el más democrático de los deportes”. | Leonardo Bastida

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Escrito en OPINIÓN el

Asombro, enojo, coraje, impotencia, tristeza, incredulidad, sorpresa, miedo, rabia, dolor, entre muchas otras emociones surgieron en las millones de personas que la noche del sábado cinco de marzo observaban en sus televisores, en sus computadoras, en sus teléfonos celulares, o en cualquier otro dispositivo reproductor de imágenes, las formas en que eran golpeadas varias decenas de personas en el estadio Corregidora de Querétaro, por parte de grupos de hombres vistiendo la playera del equipo local de futbol, Gallos Blancos, al amparo de los guardias de seguridad. 

Decenas de cuerpos desnudos yaciendo en medio de charcos de sangre, hombres visiblemente heridos, miles de gentes corriendo para salvaguardarse, incertidumbre total y perceptible eran parte de las imágenes incrustadas en los millones de mentes de personas testigas de los hechos nombrados como “la noche negra del futbol mexicano”. Mote periodístico de los sucesos detonadores de un debate presente entre distintos sectores sociales por varios años, la violencia en los estadios de balompié del país. 

El futbol nunca ha estado exento de críticas, desde diferentes puntos de vista. Partiendo de su moralidad, no como juego, sino como espectáculo; su papel en la replicación de mensajes que perpetúan las desigualdades de género; su vínculo con otros tipos de actividades, algunas no muy lícitas; su voracidad en cuanto negocio, deshumanizando a sus propios jugadores; entre muchas otras. 

Sin embargo, lo ocurrido en el partido entre Querétaro y Atlas representó algo inusitado, aunque, tal vez, ampliamente anunciado desde hace mucho tiempo. Explicaciones han surgido muchas. Algunas teorías apuntan a que entre los grupos de animación había viejas pugnas, otras refieren al involucramiento de grupos del crimen organizado al interior de las hoy conocidas como barras, unas más pensaban en el suceso como algo espontáneo, y hay quienes consideran que hubo una amplia permisividad para la ejecución de los sucesos. 

La realidad es que las causas del conflicto difícilmente serán difundidas. Por lo que, debería quedar en manos de quienes dirigen y están a cargo de la práctica de este deporte en el país, una investigación profunda sobre los sucesos. La realidad es que no habrá dicha pesquisa, por el contrario, se tomaron decisiones muy rápidas con respecto a los sucesos que derivan en la clausura del estadio de futbol La Corregidora por un año, la inhabilitación de los dirigentes del club por cinco años, la devolución del club de futbol Gallos Blancos a sus anteriores dueños, una casa de apuestas asentada en la ciudad de Tijuana, una sanción económica de millón y medio de pesos y la prohibición de entrada a los estadios de futbol a las personas identificadas como participantes en los sucesos.

La pregunta latente es por qué no se plantean medidas para evitar que estos grupos, identificados como barras, los cuales fueron partícipes de los acontecimientos, continúen asolando los estadios de futbol. Desafortunadamente, no es la primera vez que se ven involucrados en acciones violentas, sino más bien, por años, se han adueñado de partes de las tribunas de los estadios, desde donde han protagonizado múltiples hechos violentos. 

En el caso de nuestro país, en algunas de sus declaraciones, el encargado de la Federación Mexicana de Fútbol, ha negado la existencia de estos grupos, a pesar de que cada semana, son la parte más visible de las tribunas. Aunque dicha visibilidad no ha sido tan profunda, pues, poco se sabe de ellos, más allá de lo descrito en los medios de comunicación durante los casi 30 años que han inundado los recintos futbolísticos de la República mexicana. 

Sin embargo, en otros países de América Latina, periodistas y académicos han comenzado a realizar múltiples investigaciones, siendo algunas de las más esclarecedoras, las de Gustavo Grabia, quien con su labor periodística ha mostrado el entramado existente alrededor de las barras bravas en su natal Argentina, donde se originaron estos grupos que más allá de alentar a su equipo cada semana, en los diferentes estadios, ha generado un entramado de poder que les permite imponer sus condiciones a las directivas de los equipos de futbol, controlar las entradas de ciertas zonas de los estadios, vender mercancía no oficial, regular el ambulantaje alrededor de los inmuebles futbolísticos, extorsionar a los futbolistas y directores técnicos, distribuir sustancias ilícitas al interior de los recintos, “cuidar” a sus equipos fuera de su ciudad y recibir algunos beneficios a cambio, e incluso, establecer contacto y vínculos con las federaciones nacionales para hacer lo mismo con las selecciones nacionales.

O las de la Biblioteca Nacional de Uruguay, que a través de una serie de cuadernos, coordinados por Julio Osaba, ubica que en su nación, a finales de la década de los 80, se modifican las maneras de apoyar a las escuadras de futbol, de hacer bullicio a la lucha cuerpo a cuerpo y la obtención de banderas y de playeras del rival como trofeos, y de allí, al control de ciertas zonas del estadio para beneficio propio.

El propio Grabia ha ubicado que en México se comenzaron a modificar los ambientes de las tribunas en la década de los 90, cuando equipos como Pachuca, aunque muchas veces lo ha negado, formaron sus primeras “barras” para animar a las tribunas, consideradas como aburridas por la convivencia familiar que solía ocurrir en ellas. El especialista en el tema ha rastreado que barristas argentinos enseñaron a los de la capital de Hidalgo a formar su grupo bajo el auspicio de la propia directiva, deseosa de “una mayor pasión”. Situación que fue replicada por muchos otros equipos, algunos de los cuales, repitieron la medida de apoyarse en experiencias de la Argentina. 

Ese ambiente del que se enorgullecía el futbol mexicano es parte de la memoria, pues los estadios se han convertido en campos de batalla, al igual que sus alrededores, como ha ocurrido muchas veces en Ciudad Universitaria cuando juegan Pumas contra América, o en Monterrey durante los duelos Tigres contra Monterrey, y así en muchos otros. Desafortunadamente, como indicaba Eduardo Galeano, prolífico escritor uruguayo, y gran pensador sobre el tema “el juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, futbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue".

Y desafortunadamente, la violencia ha llegado junto con ese espectáculo que se adueñó del juego que es capaz de paralizar países durante los torneos mundiales y le quitó ese toque de convivencia, de ingenuidad, de entrega y de sacrificio.

El futbol ha sido enormemente cuestionado por muchas voces y sectores sociales, y desafortunadamente, mientras no se establezca una ruta real que apueste por la erradicación de la violencia en los estadios, continuará perdiendo el mote de “el más democrático de los deportes” acuñado por el escritor mexicano, Juan Villoro, al asegurar que cualquier persona lo puede jugar y los once contra once que se encuentran dentro de un campo de futbol, están en igualdad de condiciones.

Ese espíritu se diluye al no solucionarse la desigualdad de salarios entre jugadores y jugadoras de futbol, al continuar perpetuando un mensaje de homofobia en las gradas, al privilegiar los grandes intereses económicos por sobre el gusto de las personas, y ahora, al corroborar que los lamentables dirigentes del balón han optado por la perpetuación de la violencia, ensombreciendo no sólo al futbol sino al deporte.