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Fujimori: El pacificador de Perú muere lentamente

Fujimori ha revelado a quienes lo visitan que está preocupado por el rumbo del país.

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Escrito en OPINIÓN el

Alberto Fujimori, el hombre que pacificó Perú y lo insertó en la comunidad internacional cuando el país, en la década de los 90, era un paria luego de que el gobierno de Alan García Pérez se opusiera al pago de la deuda externa, vive un triste y lamentable encierro donde muere, cada día, lentamente. Cumple una condena de 25 años de cárcel por supuestos crímenes de lesa humanidad y delitos de corrupción.

 

Cuando nadie daba un sol (moneda peruana) por el país que se debatía entre el terrorismo, la corrupción, el abandono y la inviabilidad financiera, el “Chino”, como se le conoció a Fujimori, hoy de 77 años, se la jugó el todo por el todo y tomó al toro por las astas y echó del poder a una clase corrupta, convenenciera y saqueadora.

 

Fujimori, que tiene serios quebrantos de salud, ha sido calificado como autoritario y dictador tras el "autogolpe" de 1992. Se le acusó, sin prueba alguna, de haber amasado una fortuna de 600 millones de dólares que se hicieron, según sus detractores, humo. De ese monto, a algunos de sus ex colaboradores se les ha decomisado poco más de 160 millones de dólares.

 

Conocí al ex gobernante y lo entrevisté en cuatro ocasiones. Una de ellas en el avión presidencial y las otras tres veces en Palacio de Gobierno poco antes que dejara el cargo. Era casi fines del año 2000 cuando se vio acorralado por un video donde se ve a su ex asesor en temas de seguridad, Vladimiro Montesinos, entregando un soborno al ex legislador Alberto Kouri Boumachar.

 

Esa fue su sepultura y aprovechando un viaje de Perú hacia Brunéi para asistir a la cumbre anual de la APEC, tras lo cual se fue a Japón, Fujimori renunció vía fax y, de inmediato, el Congreso le pasó la factura y lo destituyó por "incapacidad moral". Logró, temporalmente, eludir la acción de la justicia merced a su doble nacionalidad.

 

El 6 de noviembre de 2005, Fujimori viajó a Chile y en ese país fue capturado por la justicia y tras un pedido de extradición del gobierno peruano, fue enviado de regreso a Lima y el 21 de septiembre de 2007, la Corte Suprema de Chile aprobó el pedido de su par peruano de echarlo de ese país y enviarlo a la capital de Perú para su juzgamiento.

 

Fue el 7 de abril de 2009, cuando Fujimori fue condenado a 25 años de prisión por los supuestos delitos de asesinato con alevosía, secuestro agravado y lesiones graves. Su presunta autoría intelectual por las matanzas de Barrios Altos, en 1991, y La Cantuta, en 1992, lo llevaron a las rejas. Él aseguró que la justicia hizo un complot para sacarlo de la jugada política y la prisión era el mejor sitio para mantenerlo alejado de su pretensión electoral de volver a postular a la Presidencia.

 

Alejado por las circunstancias de los pueblos jóvenes, danzas folclóricas y música andina o de la selva, Fujimori ha revelado a quienes lo visitan que está preocupado por el rumbo del país y ha advertido de posibles desbordes populares porque los pobres están más pobres.

 

En tres entrevistas que concedió a este columnista, poco antes de abandonar el poder, Fujimori que gobernó Perú (1990-2000) dijo que más que una fascinación por el poder le gustaba ejercer la autoridad para resolver los problemas.

 

Sus detractores lo tildaron, en su momento, de dictador, asesino, genocida, sátrapa y corrupto, pero sus seguidores, al menos un tercio de los peruanos, según diversas encuestas, lo siguen viendo como el hombre que puede salvar a Perú del caos, en caso de que retorne a la política.

 

La historia lo recordará por haber derrotado a Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y una hiperinflación de más de dos millones por ciento que heredó del primer gobierno de Alan García Pérez (1985-1990).

 

En una de las entrevistas vaticinó que los peruanos lo extrañarán cuando retorne la subversión y la economía colapse en manos de políticos tradicionales que tienen poco compromiso con el pueblo y que únicamente ven la forma de llenarse los bolsillos.

 

“Siempre estaré en la memoria colectiva, de una u otra forma y si tuviera que escribir mi autobiografía no me definiría como un hombre calculador, descorazonado o frío, como muchos me ven, sino como alguien comprometido con su pueblo”, dijo en esa oportunidad.

 

En una de las entrevistas, el gobernante peruano me recibió en el «Salón Elíptico» de la Residencia Presidencial, un espacio suntuoso, con vista hacia el nuevo malecón que da sobre el río Rímac, construido por su fallecido adversario, alcalde de Lima, Alberto Andrade.

 

Ahora, quizás a la distancia, Fujimori añore aquella decoración de estilo francés del siglo XVIII que fue, a su pedido, momentáneamente modificada para que si jefe de Edecanes, lo peinara y le arreglara la corbata. Quizás también extrañe los platillos de comida china o el whisky que, ocasionalmente, solía tomar mientras escuchaba música o se deleitaba trazando sus estrategias para hacer del Perú un país viable.

 

Hombre de poco dormir y escaso discurso, Alberto Fujimori analiza desde una celda en Lima los problemas del país y diseña, en solitario, sus propias estrategias, y sus planes que espera los ejecute, si es que llega a la presidencia su hija, Keiko Fujimori porque lo que es él ya nunca más volverá como gobernante a Palacio de Gobierno, un edificio achatado pero imponente, color tierra, inaccesible e intensamente blindado.

 

Al "Chino", el estratega del arte del engaño, se le borró la sonrisa desde hace muchos años.

 

joseluiscastillejos@gmail.com

 

@jlcastillejos