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Fred, el preso

La sonrisa que se le escapó tardará mucho en retornarle.

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Escrito en OPINIÓN el

Hoy vi a Fred, tras las rejas y con la misma camiseta de manga corta en color café con que fue ingresado, en la víspera, en el Centro de Reinserción Social para Sentenciados número cuatro. No llevaba sus transparentes lentes graduados, de patillas color gris, con motivos rojos. La sonrisa se escapó de su rostro.

 

Frío, de mirada evasiva, a rato con expresiones cínicas escuchó la lectura del testimonio de los testigos y que consta en el expediente de unas 355 hojas, donde constan declaraciones, testimonios, certificados médicos y peritajes tras atentar, el 21 de febrero pasado, contra la vida y la salud de Viridiana Castillejos. Está acusado de los delitos de feminicidio en grado de tentativa, violación, robo con violencia y agravado, cuya penalidad mínima es de 27 años.

 

Frente a la secretaria de actas del Segundo Juzgado Penal, Fred Muñoz Nataren permaneció sentado en un pequeño banco, frente a una reja de metal, gruesa, pesada. De rato en rato se paraba o ponía las manos frente al pretil de la ventana, en otras ocasiones agarraba la reja de cuadros de unos 15 por 15 centímetros.

 

Afuera, los familiares de la víctima escuchaban la lluvia de palabras de la secretaria quien frente a un fiscal del Ministerio Público, una juez y el abogado particular (pagado por la familia del acusado) leyó las acusaciones.

 

Fred pidió ver las fotos para asegurarse de cómo quedó Viri, pero una funcionaria judicial ya le dijo que a su tiempo tendrá todo lo actuado. Luego pidió hablar con su abogado defensor particular Juan Sánchez López. No estaba Silvia Nataren Vázquez, madre del acusado, ni su padre Asdrúbal Muñoz. El detenido escuchaba, a ratos parecía no escuchar. Nunca sonrió.

 

Como que me está confundiendo, una cosa es lo que dice la tele y otra es la que está en la declaración, dijo a la secretaria del juzgado en su corta defensa.

 

En cierto momento no prestaba atención. La mayor parte de la hora con quince minutos que duró su comparecencia tuvo una actitud de soberbia. Nunca de arrepentimiento. Pidió, junto con su abogado, ampliar el plazo de 3 a 6 días para aportar sus descargos.

 

Se abstuvo de hacer una declaración amplia en torno a las acusaciones y se comprometió a presentar, por escrito, su descargo el próximo lunes 23 de marzo antes de que concluya el plazo de ley.

 

Al entrar al oscuro pasillo a donde se lleva a los detenidos para ser sentenciados barrió con la mirada a la veintena de personas que acudieron a escucharlo. Otros presos que también debían comparecer, por otras causas y ante otro secretario, escuchaban. Uno de ellos le alcanzó una botella de agua, otro más le regaló un cigarro.

 

Al preguntarle la secretaria del juzgado sus generales de ley dijo llamarse Fred Muñoz Nataren, tener una estatura de 1.82 metros, ser adicto al alcohol, la cocaína, las grapas, el crack y mostró el tatuaje que tiene en el brazo derecho en el que se observa un puma sobre un reloj de bolsillo.

 

Con algunos kilos menos, el cabello cortado tipo militar, una visible cicatriz en la cabeza producto de una riña callejera, Fred se abstuvo de revelar dónde dejó el vehículo en el que huyó aquel sábado. No comentó quién financió sus movimientos, quién le compró o regaló la chamarra que tenía cuando fue capturado, ni quién fue su padrino o familiar que lo internó al Centro de Terapia Intensiva Primer Paso de Alcoholismo y Drogadicción A.C. Grupo "Los sabinos" en Tequisquiapan, Querétaro, donde fue capturado por agentes de las procuraduría de esa ciudad y de Chiapas. Él se recluyó en ese sitio intentando evadir la acción de la justicia.

 

La averiguación previa señala que el pasado 21 de febrero el imputado agredió en la ciudad de Tapachula a la joven a quien provocó serias lesiones en el rostro y diversas partes del cuerpo; hechos por los que se inició la averiguación previa 16/UEDSYVF/2015, misma que fue consignada ante el Juez Segundo Penal, instancia que emitió la correspondiente orden de aprehensión.

 

El detenido se declaró sordo de uno de sus oídos, dijo tener problemas para orinar. Todo quedó asentado en un acta que finalmente firmó al igual que su abogado y el fiscal del Ministerio Público.

 

Fred ya no era el mismo. La sonrisa que se le escapó tardará mucho en retornarle cuando empiece a cambiar y a dejar de lado la soberbia. Con un “está bien” terminó su comparecencia.

 

Ahora su suerte está echada.

 

joseluiscastillejos@gmail.com

 

@JLCastillejos