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¿Evitar el desgaste?

El desgaste político es inevitable, pero se puede revertir. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Dicen algunos analistas que la lucha anticipada por la sucesión presidencial está desgastando la imagen de las y los aspirantes, de manera particular la de quienes están vinculados al proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador. La reflexión tiene algo de razón. Más aún cuando los conflictos que hoy enfrentan se relacionan con temas delicados que podrían dañar su reputación si no son manejados en forma apropiada.

El ejercicio del poder desgasta. Primero, porque las decisiones que se toman a diario afectan a algunos grupos de la población. Segundo, por la saturación noticiosa a la que están expuestos. Y tercero porque los escándalos, tragedias o conflictos que los involucran tienden a polarizar las opiniones de la ciudadanía. 

Pero eso no es todo. Las equivocaciones, engaños o incumplimientos incrementan las opiniones negativas en cualesquiera de los tres puntos. Y si agregamos la guerra sucia, las campañas negras y las negativas, lo más natural sería que los líderes estén preparados para reducir los factores de riesgo y revertir los efectos más negativos de un proceso que afecta, tarde o temprano, a todas y todos quienes ejercen cualquier tipo de poder. Pero no siempre es así.

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Para encontrar las soluciones más convenientes, primero es necesario comprender que —en las relaciones de poder— la comunicación también es una herramienta de dominación. La fuerza, la coacción o la violencia podrían ser instrumentos más efectivos, pero no en los sistemas democráticos que establecen límites legales claros y específicos para su uso. Cuando se trata de mantener la paz, la gobernabilidad y la cohesión social, la persuasión, el convencimiento o la disuasión resultan más efectivos.

La dominación como uno de los mecanismos de poder no siempre es mala. Es necesaria. Incluso, tiene muchos aspectos positivos. Por un lado, porque permite la armonía en la convivencia y pone límites a los abusos, excesos o incumplimiento de las normas. Por el otro, porque favorece los equilibrios y contrapesos que se deben poner a los poderes grupales e institucionales. En consecuencia, es importante definir el concepto y establecer los límites, para que la dominación no derive en abuso de poder.

Te recomendamos: Omar Rincón. "El poder mediático sobre el poder". Revista Nueva Sociedad, Número 276, Julio - Agosto 2018.

En política, el buen líder domina la agenda, mantiene el control sobre sus adversarios y crea corrientes de opinión en favor de su causa. En contraste, desgastarse significa perder fuerza, incidencia y popularidad. En otras palabras, reduce la confianza y credibilidad de la ciudadanía. Con estas pérdidas, el poder y su influencia disminuyen, poniendo en riesgo no solo el cumplimiento de la misión y los objetivos del grupo al que se pertenece, sino la estabilidad y gobernabilidad.

El desgaste se produce cuando se fracasa, miente, incumple o cometen abusos. También al comunicarse mal o en forma deficiente. Y más si se anteponen los intereses particulares a los de la sociedad. El buen líder sabe manejar y controlar el miedo y el odio. Participa con sentido estratégico en los medios de comunicación y redes sociales, a partir de objetivos bien definidos. Despierta en las y los seguidores la esperanza, las expectativas y la confianza en un futuro mejor. En consecuencia, no es exagerado afirmar que los débiles, inseguros e indecisos se desgastan más fácilmente que los poderosos. 

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Contar con modelos de prevención también es indispensable. Es preciso actuar con oportunidad, justo cuando se presentan los primeros síntomas del desgaste. Las señales siempre son claras, perceptibles y medibles. Pero, en cualquier caso o circunstancia, siempre se debe entender que el poder y carisma de un líder fuerte y carismático no es transferible a sus leales o aliados. Mucho menos cuando se les mantiene acotados o atrapados en una narrativa que fue altamente funcional en campaña, pero no en el ejercicio legítimo del poder ya como gobernante.

Aún más. Los liderazgos fuertes no necesariamente trasladan los beneficios o problemas de su imagen a sus subordinados por un simple deseo o capricho. En la misma línea de análisis el silencio, la omisión, la ausencia o la evasión de responsabilidades frente a acciones equivocadas o controvertidas no pueden ser interpretados siempre como lealtad con el líder o continuidad de un proyecto. Por lo tanto, la popularidad y la confianza ciudadana no se heredan de manera automática. Tampoco el desgaste.

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Alinear las acciones que se realizan en ejercicio del poder público con la voluntad colectiva es la clave para mantener la fortaleza del líder. De ahí la importancia que tiene para las estrategias de comunicación política conocer los problemas, necesidades y expectativas de los diferentes grupos que conforman la sociedad. Si la interacción cotidiana entre gobernantes y gobernados no fluye con armonía, se produce el desgaste. 

Dicha armonía solo se puede dar cuando el poder genera beneficios tangibles para la mayoría: seguridad, estabilidad económica, ejercicio pleno de los derechos fundamentales, igualdad de oportunidades y cumplimiento de la ley. No sobra decir que los resultados positivos, la congruencia y la reciprocidad son también fuente de legitimidad. O dicho de otra manera: la fortaleza se mantiene cuando se percibe un auténtico “sentido de utilidad”, que es el único camino para concretar una fórmula de ganar-ganar. 

Consulta: Daniel Cabrera. "Líderes que quieren marcar agenda. Nuevas derivaciones de la Agenda Setting. Revista Temas Sociológicos, Número 20, 2016, pp. 81-109.

Para revertir el desgaste se necesita —entre otras cosas— contar con un plan de acciones políticas de alto impacto social. Hacer frente a los conflictos con un perfil de imagen que responda a las expectativas de la ciudadanía. Imponer agenda. Debatir con argumentos sólidos. No rehuir los conflictos, por muy graves que sean. Tener una estrategia basada en acciones y creación de nuevos conflictos para desgastar a los adversarios, en el marco de la ley y a partir de límites éticos perfectamente establecidos. Se requiere de mucho trabajo y experiencia, pero es posible.

De igual forma, hay que gestionar las situaciones críticas con programas concretos, viables, factibles y efectivos, basados en la verdad. El buen líder es congruente. Prende a los seguidores con narrativas y mensajes que apuntan a la solución efectiva de sus problemas principales. Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que se promete porque, a final de cuentas, la realidad se impone y exhibe a quienes sobredimensionaron sus verdaderas capacidades.

Consulta: Alfonso Barquin. "Del poder y su desgaste". Convergencia, Revista de Ciencias Sociales, Volumen 10, Número 32, Mayo - Agosto 2003, pp. 81-109.

La evaluación de opinión y el análisis mediático son indispensables. Desafortunadamente, no siempre se interpretan de forma correcta. De ahí que se elaboren tantas estrategias de comunicación fallidas que derivan en desgaste. La satisfacción de la ciudadanía y de los diversos grupos que la conforman es el objetivo principal. La mejor percepción es la que se sustenta en hechos y resultados, no en demagogia o con manipulación. El tamaño del desgaste siempre será proporcional al tamaño de las incongruencias e inconsistencias.

La fuerza de la popularidad es resultado de diversos factores, los cuales deben estar considerados con detalle en la estrategia. La clave está en saberlos plasmar en un proyecto y de convertirlos en acciones viables y factibles. El buen líder mueve conciencias. Le da cauce positivo a los cuestionamientos que se le hacen en todos los niveles. Mantiene la proactividad. Inspira confianza. Es consistente e innovador. Es eficiente y eficaz. Cumple su palabra y convence. Transforma. Cambia. Emociona. ¿Quiénes reúnen estas características para gobernar al país a partir del 2024? ¿Quiénes tendrán la capacidad para superar la prueba? 

Recomendación editorial: Antoni Gutiérrez-Rubí. Gestionar las emociones políticas. México: Editorial Gedisa, 2019.